Yasmina
— ¿Lleva sus documentos consigo? — me pregunta el médico jefe mientras caminamos rápidamente por el laberinto del hospital hacia el departamento de cirugía.
— Sí, — respondo, siguiendo a duras penas el ritmo impetuoso de los hombres, — el pasaporte.
— Está bien, — asiente, — ahora intentaremos hacer todo lo más rápido posible. ¿Cómo se llama?
— Yasia.
— Ahora vamos a llenar los papeles y luego usted iré de mano en mano, — bromea, y en respuesta sonrío.
— Sólo avisaré a mi gente, — digo y saco el móvil.
Llamo a Egor.
— Estoy en cirugía, Egor. Un chico necesita sangre, tiene la misma que yo, tercer grupo, RH negativo. Me ofrecí como donante.
— La policía ya está aquí, Yasmina. Y el abogado. Pero yo diré que usted está en en el departamento, no se preocupe.
— Gracias, — vacilo, aunque tengo la pregunta en la punta de la lengua. Y, sin embargo, me decido: — Egor, ah... ¿Damir Daniyarovich todavía no está?
— No, Yasmina, pero él...
— Me acuerdo, — digo rápidamente, — en cuanto esté libre, vendrá de inmediato.
— Yasmina, — dice Egor en el teléfono. Respondo algo ininteligible. — Todo va a salir bien.
Siento como si unos anillos metálicos me apretaran el pecho, provocándome lágrimas no deseadas. La policía vino a la velocidad de un rayo. El abogado ya está aquí. Y solo aquel cuya presencia para mí es lo más importante, no tiene prisa por venir.
El gusano de la duda que Zhanna sembró dentro de mí ahora se revuelve como una serpiente pitón gorda y sobrealimentada. Pero frente a mí, las puertas del despacho ya se abren amablemente.
— Adelante, Yasia.
Entro a toda prisa. Tras de mí, el médico jefe entra y le dice al médico sentado a la mesa:
—Ve, Stanislav Andreevich y tómate un café. Yo me encargaré de registrarlo todo. Y usted siéntese, Yasia, siéntese. Deme su pasaporte.
El doctor asiente, recoge los papeles esparcidos por la mesa y sale.
Me siento frente a él, saco el documento y lo pongo sobre la mesa. Ahora puedo leer el nombre del médico jefe en la placa. Anojin Igor Valentínovich.
Y Anojin Igor Valentinovich, a su vez, estudia mi pasaporte.
— Belyaeva Yasmina Olegovna. Hum, Yasmina, — levanta la vista y gruñe con aprobación, — es un nombre hermoso.
Anojin comienza a llenar el formulario, y yo misma no sé por qué me quedo sentada y no digo, que ya no soy Belyaeva, sino Batmanova. Simplemente no he cambiado mi pasaporte todavía.
Pasado mañana hará un mes que Damir y yo nos casamos, y mañana a las diez de la mañana tengo una cita en el centro de servicios administrativos.
Como de costumbre lo he fastidiado todo, me acordé tarde y apenas tuve tiempo de inscribirme en la cola electrónica. Damir seguro va a pelear, así que no le dije nada. A fin de cuentas, me dio tiempo.
— Igor Valentinovich, solo que yo posiblemente esté embarazada, — le digo a Anojin, y la pluma que vuela sobre el papel se queda congelada en el aire. — ¿no es un problema?
— ¿Posiblemente? — me mira por encima de las gafas. — ¿O no está claro?
— Hice la prueba, — explico, — mostró dos rayas. Pero el retraso es de solo dos días.
— ¿Y cómo usted se siente?
— Bueno... Bien, — me encojo de hombros.
— ¿No siente ninguna molestia? ¿Mareos? ¿Debilidad? ¿Náuseas?
Presto atención a mis sensaciones.
— No.
Pausa. Igor Valentinovich se muerde el labio inferior, sin apartar de mí una mirada incomprensible.
— ¿Por qué calla, Igor Valentinovich, puedo ser donante? — pregunto otra vez.
— ¿Qué? Ah, sí, sí. Por supuesto, — su mano sosteniendo el bolígrafo, vuela sobre el papel, dejando tras de sí garabatos ingeniosos e incomprensibles. — Voy a mirar su garganta, mediremos la presión y vamos a la toma de sangre. Ponga su firma aquí, por favor. Y aquí... ¿Se hizo fluorografía este año? ¿Cuándo fue la última vez la revisó el optometrista?
Él me bombardea con preguntas y yo respondo. El optometrista me revisó cuando pasé la fluorografía, porque antes de ingresar a la Universidad pasé la comisión médica.
Firmo en varios lugares en el formulario y voy a la sala de vendaje. Allí a me espera todo un equipo. Me acuestan en un cómodo sofá, me ofrecen ver una película, pero yo me niego. Mejor me la pasaré acostada con los ojos cerrados estos diez o quince minutos.
Diez. Me sugieren que me levante con cuidado. Me levanto, prestando atención a los cambios en el cuerpo. Pero creo que no siento ningún cambio especial.
Me trasladan a la habitación de al lado, me ofrecen té dulce y una chuleta de pollo con una cucharada de papilla. Me lo como todo de un bocado. No pensé que tuviera tanta hambre.
Se oyen voces detrás de la puerta.
— Se lo agradeceré, no lo dude, — dice una de las voces en un inglés terrible.