La Doctora

Capítulo 1

Enón estaba impresionado con la doctora. Era, por mucho, la mujer más guapa que había visto en largo tiempo.

Cuando su hijo le avisó que una fuereña tenía el auto descompuesto frente a la plaza estuvo a punto de no acudir. Tenía una aversión muy arraigada por las mujeres de la ciudad. Sobre todo, por la que los abandonó a él y a su hijo, cuando Moab apenas era un bebé, sin ningún miramiento. Así que de mala gana acudió a revisar el vehículo pero, al ver a esa mujer de pie junto al auto, sintió casi como una descarga eléctrica lo recorriera. Era simplemente hermosa. Tenía curvas por todos lados. Sus pechos eran generosos, sus caderas anchas, sus muslos se alcanzaban a notar gruesos y firmes. Usaba una blusa muy femenina y unos jeans que le ajustaban como guantes dejando ver un trasero simplemente espectacular.

Le tomó unos segundos de respiraciones profundas calmarse un poco, antes de bajar de la grúa, y acercarse a ella fingiendo indiferencia total. Pero cuando ella le sonrió, lo desarmó totalmente, así que inmediatamente se metió al motor a revisar para disimular.

Mientras lo hacía, la escuchó hablar con el niño y ¡Diablos! Además de guapa era inteligente y simpática. Una doctora, nada más y nada menos. Y, para colmo, era una Valdez. Hermana del dueño del rancho “Las Palomas” donde vivía la pequeña Arimatea, la niña de quien su hijo estaba enamorado, si se podía decir eso, dado que él sólo tenía 12 años y la niña ¿Nueve? Ni idea. Su pensamiento volvió a Ofelia… Una Valdez. Esos eran gente de dinero, hasta donde tenía entendido.

A Enón, en realidad le agradaban los Valdez. Eran tipos serios, cabales y honestos que no se metían con nadie o, al menos, trataban de no hacerlo. Y, sin embargo, al ayudar a algunos de los más necesitados del pueblo, habían cambiado muchas cosas en ese lugar con su ejemplo. Era gente a la que Enón respetaba mucho, algo que no hacía con la mayoría de los habitantes del lugar. Pero no dejaban de ser una familia muy por encima de su condición social. En el pueblo se estaban volviendo muy respetados. Razón de más para alejarse de la mujer. ¿Qué esperanzas tenía un miserable mecánico de pueblo, padre de un hijo, con una doctora de ciudad?

— Parece que mi secretario tenía razón. Es el radiador.

Dijo retomando la seriedad para luego dirigirse a la grúa a maniobrarla.

— ¿Siempre es así de gruñón? — Le preguntó Ofelia al niño.

— No. A veces es peor. — Respondió este con una sonrisa traviesa.

Una vez que el auto de Ofelia estuvo listo para ser remolcado, ella se acercó a la grúa.

— Suba. — Dijo Enón escuetamente.

— ¡Gracias! Muy amable. — Respondió ella con una sonrisa.

Subió de un ágil salto al asiento del copiloto y cerró la puerta tras de ella impregnando el interior con su perfume que envolvió inmediatamente al mecánico haciéndolo parpadear para disimular su excitación.

— Voy a dejar su auto en mi taller y luego la llevaremos a “Las Palomas”. — Dijo el hombre mirando el camino.

— ¿No es mucha molestia? — Preguntó Ofelia preocupada.

— Es más fácil y rápido así que esperar a que vengan por usted.

— Bien, le tomaré la palabra. Vengo muy cargada de cosas, como para buscar un taxi o algo así.

Enón soltó una pequeña risa irónica.

— Aquí no hay taxis. — Dijo negando divertido. — Ni transporte que la lleve al rancho de su hermano.

— De verdad que quiso aislarse. ¿Eh? — Meditó Ofelia en voz alta.

— ¿Perdón? — Preguntó Enón con el ceño fruncido.

Ofelia soltó una alegre risa.

— Lo siento, hablaba de mi hermano. — Explicó encogiéndose de hombros. — Compró el rancho porque quería alejarse de todo y de todos y que nadie lo molestara para así poder trabajar a gusto.

— Y acabó rodeado de un montón de gente. — Asintió él.

Ofelia volvió a reír.

— ¡Y que lo diga! ¡Hasta esposa consiguió!

— ¿Galilea?

— Si, se van a casar. ¿No sabía?

— No, la verdad es que no convivo mucho con la gente, así que no me entero de los chismes locales.

— Bueno, pues se casan en unas semanas. Vine a ayudar a mi cuñada con los preparativos y a traer algunas cosas.

— ¿Se va a quedar hasta la boda?

— No, sólo vine por el fin de semana. Debo regresar el lunes a trabajar.

 Enón sólo asintió en silencio. ¿Qué podía decir? Era obvio que la doctora jamás se quedaría en ese pueblo del demonio.

— Muero por un café. — Musitó Ofelia.

— Me imagino que no ha desayunado. — Dijo Enón mirándola de reojo.

— La verdad es que no. Salí a la carretera a las 5 de la mañana, pensaba desayunar con mis hermanos al llegar al rancho, pero no contaba con este imprevisto.

Llegaron a una casa en las afueras del pueblo. Era agradable y bien cuidada. A un lado tenía una construcción con cortina metálica que Ofelia supuso que era el taller. Misma que, en uno de sus muros, tenía una escalera exterior que llevaba a la planta alta.




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