Enón se estacionó frente a la cantina y, aunque su intención era ayudar a bajar a Ofelia de la camioneta, Moab se le adelantó abriendo la puerta y bajando corriendo, cosa que la doctora aprovechó para salir ella.
Entraron al local, que se encontraba vacío por la hora tan temprana, y eligieron una mesa cerca de la entrada.
— ¡Buenos días! — Dijo una mujer acercándose. — ¿Y esta muchacha tan guapa, Enón? Es tan raro verte acompañado por alguien más que no sea tu hijo.
El hombre se puso más serio si era posible, y antes de que pudiera responder, su hijo Moab habló.
— A la doctora se le descompuso su auto al llegar al pueblo y papá lo va a arreglar, así que, como no tiene en qué moverse, la vamos a llevar a “Las Palomas” a ver a sus hermanos y a la muñequita, pero primero vamos a desayunar porque tenemos hambre.
— ¿Es hermana de los Valdez? — Preguntó la mujer con sorpresa. — ¿Cómo no me di cuenta antes? ¡Se parece mucho a su mamá!
Ofelia sonrió asintiendo con la cabeza.
— Sí, afortunadamente salí a ella. — Dijo con diversión. — Si me hubiese parecido a papá, como mis hermanos, creo que no encontraría vestidos de ese tamaño.
La mujer soltó una carcajada ante ese comentario.
— Cierto, sus hermanos son enormes, al menos los dos que conocemos.
Se acercó y le ofreció su mano a Ofelia.
— Soy Masada, a sus órdenes. Así que doctora. ¿Eh?
— Encantada. — Dijo la joven aceptando el saludo. — Sí, al igual que mi papá. De hecho, trabajamos juntos.
— No sabía que su papá fuera médico. Cuando vino me pareció un hombre muy agradable. — Luego se giró hacia la cocina. — ¡Vengan a atender a esta mesa! ¡Y sírvanles bien, que la doctora es de la gente de “Las Palomas”!
— ¡Vaya! — Exclamó Enón con seriedad. — Me voy a tener que juntar más seguido con los hermanos Valdez para poder tener servicio Premium.
Ofelia y Masada soltaron una carcajada.
— ¿Cuándo te hemos tratado mal, difamador? — Dijo la dueña del local.
— En realidad, nunca. — Aceptó Enón. — Desde que usted tomó las riendas de este lugar, mi hijo y yo podemos darnos el lujo de comer decentemente de vez en cuando.
Masada volvió a reír.
— Pues no vienen más seguido porque no quieren. — Dijo. Luego se giró de nuevo a Ofelia. — Aquí, las muchachas y yo, le tenemos mucho aprecio y agradecimiento a su hermano. Pero me imagino que ya se sabe el cuento. ¿Verdad?
La doctora asintió con una sonrisa.
— Sí, algo me contaron; y precisamente le estaba diciendo a Enón que ustedes son las encargadas del banquete para la boda de Adrián y Gali, según escuché.
— Si, su hermano nos contrató. — Admitió la mujer con una sonrisa llena de orgullo. — Créame que nos vamos a esmerar muchísimo para la boda de “La muñequita”.
— Por cierto… — Dijo Ofelia buscando el celular dentro de su bolso. — Si me disculpan un momento, no les he llamado, deben estar preocupados.
Un par de jóvenes se acercaron llevando cubiertos y unas tazas de café. Mientras preparaban la mesa, Ofelia llamó a su hermano Adrián.
— ¡Hola A! — Saludó. — Tuve problemas con el carro… Si, no te preocupes, estoy bien. De hecho, alcancé a llegar al pueblo antes de que se detuviera… Estoy con Enón y su hijo, ellos me van a hacer el favor de llevarme al rancho… Bien, te veo más tarde. Un beso, te quiero.
Una vez que cortó la llamada, se giró de nuevo a Masada.
— Listo, gracias. Estoy segura que la comida de la boda será espectacular. El olor que llega de la cocina es simplemente delicioso. ¡Ya se me está haciendo agua la boca!
Masada sonrió.
— ¿Quieren ordenar algo en especial o me permiten sorprenderlos?
Ofelia miró a Enón.
— ¿Qué me recomienda?
— Todo. — Dijo el hombre. — Tienen muy buen sazón aquí, le aseguro que, hasta ahora, nunca hemos salido decepcionados Moab y yo.
— ¡Todo es muy rico! — Exclamó el niño.
— Sorpréndanos entonces. — Le dijo a la mujer con una sonrisa brillante.
— ¡Bien! — Masada se alejó a la cocina dejándolos solos.
— ¿Por qué no nos tuteamos? — Le sugirió Ofelia a Enón.
El la miró por un momento sin decir nada, y luego simplemente asintió con la cabeza.
Ofelia soltó un suspiro y se quedó callada pasando un dedo sobre los dibujos del mantel. Este hombre la hacía sentir algo frustrada porque había que sacarle las palabras con tirabuzón. ¿Sería que ella no le agradaba? Quizá, un hombre tan impresionantemente guapo como él, tendría a todas las mujeres que se le antojaran con sólo tronar los dedos. Probablemente, las chicas llenitas como ella, no le gustaban, sólo las esqueléticas tipo modelo de portada de revista… Soltó otro suspiro resignada. Por mucho que ella se amara a sí misma, a veces su baja autoestima le hacía malas jugadas, justo como en este momento.