Casi terminaban de comer, cuando una de las jóvenes que atendían las mesas se acercó de a llenar de nuevo las tazas con café.
— Doctora. — Se dirigió a Ofelia algo ruborizada. — Disculpe que la moleste pero… ¿Me podría consultar cuando termine de comer?
— ¿Aquí? — Preguntó Ofelia sorprendida. — No lo creo ni higiénico, ni prudente. ¿Te sientes mal?
— La verdad, he tenido algunas molestias, pero no tengo suficiente dinero aún para ir a la ciudad, o al otro pueblo al centro de salud.
— ¿No hay médico en este lugar? — Preguntó Ofelia con curiosidad.
— Con ese maldito malnacido jamás iríamos. — Contestó la joven bastante molesta.
Otro par de mujeres se había acercado también a la mesa.
— Ese desgraciado, cuando nos tenían aquí abusándonos, nada más venía a curarnos y nunca movió un dedo para ayudarnos a salir de esa miseria. — Comentó una de ellas con enojo.
— De hecho, él también nos usaba. — Asintió la otra con una mirada asesina. — Y a más de una nos obligaron a abortar y él era quien se encargaba de eso.
— Señoras. Mi hijo… — Les dijo Enón señalando al jovencito con la mirada.
— Perdón señor. — Dijo la mujer. — Pero nos da mucho coraje que él se llevaba su buen dinero y sus beneficios de parte del cantinero gracias a los abusos que se cometían con nosotras. Por eso ninguna de aquí se atendería jamás con él.
— Entiendo. — Dijo Ofelia tomando la mano de la que estaba más cercana a ella y palmeándola con cariño. — Yo tampoco acudiría con ese hombre si estuviera el lugar de ustedes.
— Atiéndanos por favor. — Dijo una de las mujeres. — Denos una revisada a todas que nos hace mucha falta. ¡Le vamos a pagar!
Ofelia soltó una pequeña carcajada.
— ¡No es por eso! — Aclaró. — Lo que pasa es que no se me hace higiénico que las revise aquí. Que tienen muy limpio el lugar no se los discuto. Pero no lo creo prudente.
— ¿Qué es lo que necesitas para poder atenderlas? — Preguntó Enón con curiosidad.
Masada y las demás mujeres ya se habían acercado a escuchar.
— Veamos… — Dijo Ofelia meditando en voz alta. — Traje mi maletín con mi equipo básico: baumanómetro, estetoscopio, termómetro, incluso me traje un glucómetro con suficientes banditas, creo yo. También traje un bloc de recetas. Pero me temo que no traje suficientes guantes ni material de curación.
— ¿Siempre cargas con todo eso cuando viajas? — Preguntó el mecánico sorprendido.
Ofelia rio.
— En realidad no. Sí cargo siempre un pequeño botiquín muy básico por cualquier emergencia. Pero ahora traje todo eso porque venía con intenciones de darle un chequeo a todos en el rancho, incluyendo a los trabajadores de mi hermano. Sobre todo, a los niños.
— Aquí hay farmacia. — Dijo una de las mujeres. — Y está bien surtidita, creo. Ahí podría conseguir lo que le falte.
— ¿En serio? — Preguntó Ofelia. — ¡Perfecto! Si Enón me lleva, puedo ver el inventario que tienen para saber qué les puedo recetar y aprovechar para comprar el material de curación que me haga falta. ¡No tendría caso prescribir un medicamento que no van a poder conseguir aquí! ¿Verdad? En cuanto a dónde atenderlas… ¿Irían al rancho de mi hermano a que las revisara?
— ¿Por qué no en mi taller? — Preguntó Enón.
— ¿En tu taller? — Dijo Ofelia con el ceño fruncido.
— En la planta alta tengo un espacio vacío. Son dos habitaciones separadas por una puerta y hay un baño con agua corriente. ¿Qué es lo que necesitarías para poder dar la consulta?
— ¡Oh que genial! — Exclamó Ofelia aplaudiendo con entusiasmo. — ¿De casualidad tienes una báscula?
— Una pequeña, de baño. ¿Te sirve?
— ¡Oh si! También necesitaría una mesa y, por lo menos, un par de sillas.
— Esas se las llevamos de aquí. — Intervino Masada. — Todas las mesas y sillas que necesite. Tenemos varios juegos allá atrás, en la bodega, que no se ocupan.
— ¡Perfecto! Ahora bien, esto está un poco más complicado. ¿Tendrán una camita o algo que se le parezca? — Dijo Ofelia con el ceño fruncido. — Necesitamos improvisar una mesa de exploración.
— Tengo un catrecito metálico plegable. — Asintió Enón. —— ¿Te serviría?
— ¡Oh sí! — Sonrió Ofelia.
— Yo le mando sábanas limpias. — Dijo Masada. — Me imagino que las va a necesitar.
— ¡Gracias! — Exclamó Ofelia complacida. — Pues parece que ya está todo. Sólo me faltaría una cosa muuuuy importante.
— ¿Qué cosa? — Preguntaron varias.
— Necesito un ayudante, alguien inteligente, amable y muy veloz y que tenga algún vehículo en qué moverse, para ir a la farmacia lo más rápido posible por si se me acaba algo a media consulta. — Dijo mirando a Moab con una sonrisa cómplice. — Y que, mientras tanto, esté recibiéndolas y anotando el orden en que llegan para poderlas atender.
— ¡Contráteme! — Exclamó el jovencito inmediatamente levantando una mano. — ¡Yo lo puedo hacer! ¡Contráteme a mí!