Cuando llegaron al rancho, sus hermanos Adrián y Emilio los estaban esperando en el porche de la casa, acompañados de sus parejas. Galilea y Judea.
A Gali la había conocido cuando Adrián la llevó a la ciudad en un viaje reciente y le había agradado mucho la joven. Se habían hecho buenas amigas y Ofelia la había ayudado a elegir su vestido de novia. Con Judea sólo había hablado por teléfono en una ocasión, pero sus papás le habían hablado muy bien de la joven viuda, madre de cinco hijos y, contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, todos estaban muy conformes con la relación que Emilio y ella tenían.
Bajó muy sonriente de la camioneta ayudada por Enón mientras Moab corría al establo donde Gali le dijo que se encontraban los niños. Ofelia se acercó a saludar a sus hermanos quienes la recibieron efusivamente, luego con mucho cariño saludó a Galilea y, al final, se acercó a Judea.
— Así que esta es mi nueva cuñada. ¡Hola Judea! — Dijo mientras la abrazaba y besaba en la mejilla.
Ofelia sonrió interiormente, Judea era tan tímida como se lo imaginaba. En realidad le agradaba la mujer; sobre todo, le agradecía el hecho que, quizá sin saberlo, estaba sacando a Emilio de una depresión tan grande, provocada por su reciente divorcio, que los había tenido a toda la familia muy preocupados.
Sus hermanos saludaron a Enón y le agradecieron el haberla llevado al rancho y luego todos se sorprendieron cuando ella dijo que tenía que regresar al pueblo y los motivos por los que debía hacerlo.
Luego de conversar un poco entre todos, las mujeres entraron a la casa mientras ellos se dedicaban a bajar el equipaje de Ofelia de la camioneta de Enón.
En la cocina se encontraron con Samaria, el ama de llaves del rancho, y la pequeña Arimatea a quien Ofelia abrazó muy emocionada, pues ansiaba conocer a la chiquilla.
— ¡Ari! Tenía tantas ganas de conocerte… — Dijo mientras la besaba en la mejilla. — Me han contado muuuchas cosas de ti.
— ¡Puuuuuras mentiras! — Exclamó la niña haciendo reír a todas. — Yo me porto bien.
— ¿Y cómo sabes qué es lo que me dijeron? — Preguntó Ofelia sin dejar de reír.
— Porque siempre dicen que me porto mal. — Contestó la chiquilla encogiéndose de hombros. — ¡Y no es cierto!
— ¿Ves Judea? ¡A tu hija la están difamando!
Todas volvieron a reir.
— Les traje sus vestidos para la boda. — Retomó Ofelia la palabra. — Espero que les gusten.
— ¿También me trajo el mío? — Preguntó Samaria muy emocionada.
— ¡Por supuesto! Tal cual como me lo pediste. — Sonrió Ofelia.
— ¡Muchas gracias patrona! — Respondió la mujer con una brillante sonrisa.
Justo en ese momento, los hombres entraron cargando las cosas y todas los siguieron hacia la habitación. Cuando ellos se fueron, las mujeres, muy contentas y emocionadas se empezaron a probar los vestidos incluyendo la pequeña Arimatea, quien iba a ser parte del cortejo nupcial.
Una vez que terminaron y Samaria y Judea junto con la niña se retiraron, Ofelia y Galilea se quedaron en la habitación conversando.
— Creo que será mejor que colguemos tu vestido de novia para que no se maltrate. — Dijo Ofelia sacando con cuidado el vestido de la caja en la que venía.
— ¡Es tan bonito! — Exclamó Galilea emocionada. — Yo sola no hubiera podido elegir algo así. ¡Gracias por ayudarme!
— Te vas a ver hermosa ese día. — Sonrió la doctora mientras guardaba el vestido en el ropero. — Vas a ser la envidia de todas las mujeres, te lo garantizo.
— Todavía no puedo creer que tu hermano se quiera casar conmigo. — Suspiró Galilea. — Todo esto me parece un sueño.
Ofelia le dio un breve abrazo.
— A te ama. Ya deberías saberlo.
— ¿Y no te parece increíble que un hombre como él me ame? — Preguntó Gali con una sonrisa soñadora.
— ¿Y por qué me parecería increíble? ¡Eres adorable! — Luego añadió con una sonrisa pícara. — Lo increíble es que tú lo ames a él. ¡Con el carácter tan hosco que tiene!
Ambas se rieron.
— Es muy serio, sí y algo seco en su trato. — Asintió Gali. — No le gusta estar con la gente. Pero conmigo es muy bueno y muy cariñoso.
— Lo sé. — Sonrió Ofelia sentándose en la cama. — Le cambiaste la vida totalmente… Para bien. Antes de ti A era totalmente antisocial. Ahora es un poco más fácil para él estar rodeado de personas. Eso te lo tenemos que agradecer todos los Valdez.
— Yo no hice nada. — Dijo Gali sentándose junto a ella.
— Estás a su lado. — Sonrió Ofelia. — Te has adaptado perfectamente a sus manías y se las toleras. Eso es más que suficiente para que te estemos agradecidos.
Ambas se quedaron en silencio un momento, cada una en sus propias ensoñaciones.
— Oye Gali, sácame de dudas. — Dijo Ofelia con algo de timidez. — ¿Enón no tiene pareja, novia, amante o algo que se le parezca?
— No que yo sepa. — Respondió Galilea con el ceño fruncido. — ¿Por qué?