Al entrar, se sorprendió al ver lo que habían hecho las chicas de la cantina. El lugar lucía impecable; en la primera habitación estaba una mesa con silla para Moab, supuso, y varias sillas alrededor del lugar, pegadas a las paredes, formando una sala de espera, ya había varias personas sentadas ahí.
— Buenas tardes. — Saludó y todos devolvieron el saludo.
Moab la alcanzó en ese momento con una libreta y pluma.
— ¡Ya estoy listo! — Exclamó el jovencito.
— Muy bien señor secretario. — Sonrió Ofelia. — Ahí tiene su escritorio. Por favor vaya anotando a todos en el orden en que llegaron. Pero primero me pasas a las empleadas de Masada. En cuanto lleguen ellas, que no hagan fila, las pasas directo.
Justo en ese momento, entraron 4 de ellas con la vista baja y algo apenadas.
— ¡Ah mire doctora! — Señaló Moab. — ¡Son ellas!
— Bien. — Sonrió Ofelia dirigiéndose a la puerta de la otra habitación. — Que pase la primera.
— ¡Oiga pero nosotros llegamos primero! — Exclamó una mujer de edad media, con aire despectivo. — ¿Por qué va a pasar a las putas antes que a los demás? ¡Debería dejarlas a lo último! Es más… ¡Ni siquiera debería atenderlas!
Varios contuvieron la respiración, Ofelia se detuvo de golpe y se giró hacia la mujer alcanzando a ver de reojo cómo Moab salía corriendo del lugar.
— ¿Cómo dijo? — Preguntó conteniendo la ira.
— ¡Que nosotros llegamos antes que esas mujeres! ¿Por qué las va a pasar primero que a los demás?
—Discúlpese con ellas por insultarlas. — Dijo Ofelia con seriedad.
— ¿Por qué me tengo que disculpar? — Preguntó la mujer con arrogancia. — Sólo dije lo que son.
La doctora se acercó a paso lento y se plantó frente a la mujer.
— Primero que nada. Esas mujeres fueron secuestradas, abusadas y obligadas a prostituirse sin que nadie moviera un dedo para evitarlo. No estaban ahí por gusto, fueron forzadas. ¡Ni usted ni nadie tiene ningún derecho a insultarlas! Al contrario, vergüenza debería darles el no haberlas ayudado a salir de esa miseria. — Ofelia habló claro y fuerte. — Y en segundo lugar… Yo vine aquí a visitar a mi familia, no a trabajar, no tengo ninguna obligación de atender a nadie. ¡Sólo a ellas! ¿Entendió? Porque fueron ellas las que me pidieron en forma muy amable que las atendiera. Fueron ellas las que vinieron a limpiar este lugar para poder hacerlo. Fueron ellas las que cargaron las mesas y las sillas, también esa donde usted está sentada cómodamente. ¿Entendió? Si estoy aquí, es por ELLAS.
Se empezaron a escuchar murmullos entre los demás, Enón entró a pasos rápidos a la habitación seguido por Masada y Moab.
— Discúlpese con todas ellas. — Insistió Ofelia. — ¡Ahora!
— Yo no tengo por qué disculparme con unas putas. — Dijo la mujer en voz baja, pero todos la alcanzaron a escuchar.
— ¡Largo de aquí! — Exclamó Ofelia totalmente furiosa señalando la puerta. — ¡Váyase inmediatamente o le saco los ojos! Maldita arpía.
Enón se acercó a ellas.
— Fuera de mi casa Fenicia. — Dijo con rabia a la mujer. — ¡Ahora!
— ¡Que se largue! — Gritó alguien más.
— ¡Fuera! — Dijo otra mujer.
Fenicia los miró a todos con desprecio y, sin decir nada, salió del lugar.
— Voy a atender SOLAMENTE a las empleadas de la señora Masada. — Declaró Ofelia mirando a todos. — Después de esto, no creo que valga la pena perderme el fin de semana con mi familia para estar aquí escuchando tonterías.
Murmullos de decepción se escucharon y algunas quejas en voz alta.
— Doctora, por favor. — Una mujer, de aspecto muy humilde, se acercó a ella mirándola con angustia. En sus brazos llevaba a un bebé. — Se lo ruego, mi niño está mal y no se compone con nada. Atiéndalo al final, cuando termine con las muchachas, se lo suplico.
Ofelia miró al niño y frunció el ceño, era un bebé casi de un año de edad, pero se veía delgado, con los ojitos hundidos y se notaba a leguas que le costaba trabajo respirar.
Inconscientemente acercó su mano para tocar la frente del niño.
— Tiene fiebre. — Murmuró.
— Tiene días mal. — Sollozó la mujer. — Lo llevé al doctor, pero me dijo que era sólo una gripita. No se compone, al contrario, se está poniendo peor.
Ofelia se giró a ver a Masada y sus empleadas, que permanecían juntas. Levantó las cejas en un gesto de interrogación.
— Atienda al niño. — Dijo Masada. — Se ve que está mal, nosotras esperamos.
— ¡Gracias! — Exclamó Ofelia y se dirigió inmediatamente hacia la puerta de la otra habitación. Entró hecha una tromba y miró alrededor. Le habían colocado una mesa, con silla para ella y dos sillas más para los pacientes. Justo atrás, pegada a la pared, había otra mesa donde habían puesto varias sábanas dobladas.
— Aquí. — Dijo a la mujer que había entrado detrás de ella, mientras Ofelia tomaba unas sábanas y las extendía sobre la mesa.