La donante: extras

Captura

―De verdad no tienes que quedarte ―insiste Uriel.

Armen se ha retirado a su despecho y ellos permanecen en la sala, a la espera de que ataquen el muro. Irina lo mira de reojo, sin hacer gestos. Aun no olvida las dudas palabras que dijo anteriormente, pero desde luego no desea demostrarle que le afecta.

―Yo puedo cuidar de él ―comenta él, volviéndose para mirarla a la cara.

― ¿De verdad cree que me quedo por él?

Lo directo de sus palabras lo deja sin habla. Se miran fijamente. Ella sabe que no tiene sentido fingir que no tiene interés en él, a pesar de lo orgulloso y engreído.

―Señor ―Irvin entra seguido por algunos guardias― están aquí.

―Perfecto ―masculla con sarcasmo, mirando a Armen, quien acaba de aparecer.

―Saben lo que tienen que hacer ―comenta y todos asienten.

La captura es rápida. Ellos permanecen quietos, mientras los hombres de Pen rodean la residencia y les ordenan rendirse. Ninguno se resiste, salvo Uriel e Irina cuando Pen golpea a Armen, quien les ordena no intervenir.

―A él colóquenlo solo en una celda ―indica Pen, señalando a Armen.

― ¿Qué hacemos con ella? ―pregunta Alain mirando a Irina.

―Ponla con el resto ―farfulla Aquiles sin mostrar interés.

―Pero es una chica ―protesta Alain rascándose la nuca. Irina lo mira divertida.

―Ella viene conmigo ―interviene Uriel tomándola del brazo y la hace entrar a una de las celdas vacías. Alain se encoge de hombros, sin tomarle importancia.

―Pongan los candados y salgamos ―dice Pen, dedicándole una mirada a Armen, quien se ha sentado junto a la pared.

***

La noche ha caído y todo permanece en silencio. Mira a Irina, quien permanece inmóvil sentada frente a él.

―No debiste quedarte ―susurra Uriel.

―No parecen tan malos ―responde encogiéndose de hombros.

―Necesitaras sangre.

―Soy más resistente de lo que parezco ―responde con chulería, pero el rueda los ojos―. Créame, he estado por días sin beber.

Él niega, pero no insiste.

La primera noche es tranquila, salvo el ajetreo al que someten a Armen, los demás se mantienen tranquilos. No obstante, la siguiente las cosas no pintan tan bien. Uriel se muerde los labios, observando a sus hombres, quienes presentan algunos signos de ansiedad.

―Esto es malo ―murmura.

―Lo sé ―suspira Irina―. Quizás deberíamos...

― ¡No! ―La interrumpe. La idea de rebajarse a pedirles alimento para sus hombres no le agrada en lo mínimo.

―Pero...

―He dicho que no lo haremos.

Irina le pone mala cara y observa los guardias, quienes ni siquiera se molestan en mirarlos. Más tarde, cuando ve aparecer al mismo chico del día anterior, ignorando las palabras de Uriel se acerca a la reja.

― ¿Podrías darnos sustituto? ―dice con voz amable. Alain la mira y por instinto sus ojos recorren al resto de ellos.

―Mmm ―se frota el cuello como pensándolo.

―No te gustara ver en lo que nos convertimos al tener sed ―dice ella con una sonrisa incomoda, intentando no parecer demasiado insistente―. Estos no nos detendrán ―explica golpeando con el dado uno de los barrotes― y no es amenaza ―afirma con una ligera sonrisa menos tensa, ante la expresión del chico.

―De acuerdo. Veré que puedo hacer.

―Yo sé que puedes ―dice ella guiñándole el ojo. Alain se encoge de hombros y abandona el lugar.

Ni siquiera mira a Haros, puede notar su malestar y la mirada furiosa que le dedica.

Un par de horas más tarde, Alain regresa y les entrega algunos frascos con sustituto.

―Aquí tienes ―dice tendiéndoselo a Irina―. Tendrán que compartir. Es el último que me queda ―explica mirando a Uriel, quien frunce el ceño.

―Gracias ―asiente ella.

―No debiste hacerlo ―le reprocha Uriel, pero ella lo ignora.

― ¿Quiere? ―pregunta ofreciéndole primero a él.

―Bébelo, tú lo necesitas más.

De nuevo la noche cae y Uriel continua molesto, ahora finge dormir para no mirarlo. Lo observa detenidamente, sin impórtale que se percate de ello. Le preocupa su aspecto pálido.

―Señor ―susurra acomodándose a su lado― no ha bebido...

―Tampoco él ―responde señalando a Armen, quien mantiene los ojos cerrados.

Ella es consciente de ello, pero no puede darle su sangre. Porque no le parece correcto y porque él tampoco lo desea.

Se mueve hasta sentarse sobre sus muslos. Uriel se pone rígido, pero no protesta.

― ¿Quiere que le ofrezca mi sangre? ―pregunta poniéndolo a prueba. Para su satisfacción, Uriel frunce el ceño y niega.

Se inclina sobre su cuello y lo acaricia con su nariz. Ella suspira, aumentando la presión de sus manos sobre sus hombros.

―Muero por hacerlo, pero no es el lugar ―dice él en voz baja. Ella entiende sus palabras e inclinándose, lo besa en los labios.

Uriel no dice nada, responde y cuando comienza a perder el control se aparta y la abraza. Ella apoya su cabeza en su pecho y solo se quedan abrazados.

 



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En el texto hay: amor, ladonante, extras

Editado: 16.03.2019

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