La donante: extras

¿Quién manda?

― ¿Otra vez tú? ―pregunta a la defensiva al verlo entrar en su habitación― Estoy ocupada, no tengo tiempo para pelear contigo ―Pen no responde, cosa que la obliga a mirarlo, notando que parece más tranquilo y que la observa con detenimiento― ¿Qué?

―Necesitaras sangre para pelear ¿no? ―Sus palabras la toman por sorpresa, pero no lo demuestra.

―Sí, ya he bebido sustituto ―dice encogiéndose de hombros―. ¿Qué? ¿Ahora vas a alimentarme?

―Si ―responde desabrochándose el cuello de la camina. Ella pasa saliva y mueve la cabeza.

―Te he dicho que...

―La sangre humana es mucho mejor para ustedes que es sustituto ¿no? ―inquiere acercándose a ella, sin dejar de liberar los botones de la prenda.

―Dijiste que...

―Exacto, te ofrezco mi sangre. Aunque dijiste que no lo harías, ni aunque me ofreciera, hazlo.

― ¿Por qué debería hacerlo?

―Quiero salvar a las personas de la ciudad. Si bebes estarás en mejores condiciones.

― ¿Lo haces solo por eso? ―inquiere con una mueca.

―Algo así ―responde encogiéndose de hombros.

―Supongamos que acepto ―dice ella elevando una ceja― pero no es necesario que te desnudes.

―No quiero manchar mi ropa.

Anisa pone los ojos en blanco, al ver su dorso desnudo. No puede evitar recorrer su pecho y sus brazos. Siente el impulso se tocarlo. Tiene que admitir que es atractivo.

―Anda ―la insta Pen ladeando la cabeza― bebe.

Antes de pensarlo, sus pies comienzan a acortar la distancia. Pen no dice nada, ni la mira y ella no puede ocultar el deseo que siente por probar de nuevo su sangre. Se inclina sobre su cuello y lo muerde. Pen cierra los ojos y sujeta sus caderas, pegándola a él. Anisa se percata, pero lo deja pasar, concentrándose en disfrutar del sabor que inunda su boca.

Esta vez se percata cuando debe detenerse y retrocede, pero él no la suelta.

― ¿Qué? ―pregunta confundida limpiándose los labios.

―Nunca dije que sería gratis.

― ¿Cómo? ―pregunta desconcertada. Pen la tumba sobre la cama― ¿Estás loco? ―pregunta escandalizada cuando suspende su cuerpo sobre el suyo.

―Soy hombre, no soy de palo y quiero algo de ti ―Anisa abre y cierra la boca sin creer lo que escucha.

Pen aprovecha su desconcierto y la besa. Su lengua entra en su boca y sin importarle el sabor salado, explota con devoción cada rincón. Ella continua inmóvil. Sabe que aunque se lo negara, una parte de ella lo desea y su cuerpo la delata.

Intenta invertir posiciones, pero él retiene sus manos y la inmoviliza sobre la cama usando todo el peso de su cuerpo.

― ¡Ah no! ―niega él― Tú diriges las mordidas, así que esto me toca a mí.

― ¿Qué? ―balbucea.

No puede creer que ese humano le dé órdenes, pero tampoco puede protestar. Siente como desliza su mano por la parte interna de sus muslos, para luego hundirla bajo sus pantalones y tocarla. Con los ojos como platos lo observar descender sobre sus pechos, mordisqueando la tela del sujetador.

―No eres la única que sabe morder ―murmura y ella lo fulmina con la mirada, pero eso solo provoca que su excitación aumenté.

De nuevo mordisquea sus pechos y tiembla involuntariamente, él sonríe.

―Es mejor que no abras la boca ―advierte adivinando sus pensamientos.

―Lo mismo te digo ―responde él penetrándola con fuerza.

Anisa se aprieta contra él y gime con descaro. Pen estacionado contempla una imagen sensual de ella, la mujer dura ha desaparecido por completo. Besa su cuello y ella clavan sus uñas en su espalda, mientras gruñe empujando sus caderas insistentemente contra él, quien arremete sin piedad.

****

― ¿Qué haces aquí? ―cuestiona de mala gana Elina. Después de la discusión con Danko y su negativa a que los acompañe a Jericó, se encerró en su habitación y al que menos esperada ver esta delante de ella. Rafael― ¿Vienes a burlarte de mí?

―No.

―Entonces ¿qué quieres?

―A pesar de lo que ha dicho, iras ¿cierto? ―Ella se muerde el labio― Te conozco, Elina.

―No sé de qué hablas ―responde haciéndose la desentendida. Claro que ha preparado a escondidas su propio grupo para darles alcance, pero no lo admitirá. Es consciente que las cosas con él no han ido muy bien, menos aun después de que le contara a Gema sobre Jadel― y no creo que sea tu asunto. ¿Vas a negarme que fuiste tú quien le pidió que no me llevara?

―No lo voy a negar ―Lo fulmina con la mirada y resopla.

―Lo sabía.

―Tengo un trato...

―No me interesa.

―Yo creo que en realidad, si te interesa.

―Pues no, así que ya puedes irte.

―Si prometes que no iras a Jericó, pasare la noche contigo ―ella lo mira con cara de póker, aunque le ha tomado por sorpresa su propuesta― Es un trato justo ¿no lo crees?

―Tengo uno para ti, Rafael ―dice muy seria― Si regresas, te dejare en paz.

― ¿Quien dice que no pienso hacerlo?

―Nunca has estado en una batalla y desde que llegaste has estado actuando extraño. Como dijiste antes, te conozco y sé que estar aquí te recuerda a ella.

― ¿Crees que cometeré suicidio?

―Dímelo tú.



#21628 en Fantasía
#45484 en Novela romántica

En el texto hay: amor, ladonante, extras

Editado: 16.03.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.