La donante: extras

Batalla en Jericó

No percibir su olor la desconcierta, así como también la quietud que reina en el lugar. Ellos deben saber que irían, deberían estar esperando por ellos. Pero salvo el viento que agita sus ropas, no hay nada más. Sus ojos escrutan las casas abandonadas, intentando percibir algún movimiento o algo más, sin embargo, no hay nadie escondido tras las paredes.

―No hay rastro ―murmuran inquietos algunos vampiros.

―No se confíen ―advierte Anisa tensa y alerta, mirando de reojo a Pen, quien también parece inquieto.

―No me gusta esto ―susurra Rafael, moviéndose a su otro costado―. Sin duda es una trampa.

―Lo es ―coincide Anisa arrugando la nariz― y luego ese maldito olor a azufre... ¿es una pantalla?

Los ojos se Rafael se entrecierran, aspira profundo y mueve la cabeza.

―Estamos rodeados ―dice Rafael levantado su espada. Ella no responde. Ahora que ha agudizado sus sentidos los siente moverse, listos para atacarlos.

― ¡Están en la refinería! ―Escucha gritar a Gema desde la distancia, justo en ese instante los ve emerger del interior de un edificio.

― ¡Mierda! ―gruñe― ¡Formación de combate! ―ordena empujando a Pen detrás de ella.

―Prepárense ―musita Rafael. Ella vuelve el rostro, buscado los ojos del chico, quien se libera de su agarre.

―No necesito que me cuides ―protesta Pen, al entender su actitud.

―Yo no pienso lo mismo ―No tiene tiempo de protestar, los vampiros se lanzan sobre ellos― ¡Ataquen! ―grita con voz potente, sin intimidarse por el número de contrincantes.

Los sonidos propios de una batalla se dejan escuchar. Gritos, gruñidos, el golpear del metal o de cuerpos. Anisa no tiene reparo, decapita y corta los cuerpos como si no fueran más que simples hojas de papel. No es la primera vez que está en una lucha, no obstante, su mente no deja de pensar en él. Los siente aparecer de todas direcciones, pero ese no importa, hace lo posible para alejarlos de Pen. Es consciente de que no podría igualarlos.

***

Rafael por su parte intenta auxiliar a quienes tienen más de uno oponente encima, puesto que pareciera que no desean atacarlo a él. Lo evitan intencionalmente.

― ¿Qué diablos? ―farfulla cortándole el brazo a uno de ellos, para después girarse y decapitarlo. El guardia de Cádiz lo mira agradecido, pero él rápido se pone en movimiento de nuevo.

Sus ojos notan que algunos humanos salen del muro y otros que parecen ser impuros. Ahora el número los supera por mucho. Mira hacia el horizonte, descubriendo que también han atacado al segundo grupo.

―Estamos solos ―dice Anisa externando lo que él piensa― pero podemos hacerlo. Son solo subalternos ¿no? ―afirma.

―Claro. ¿Por qué no? ―inquiere divertido, concentrándose de lleno en la batalla. No es partidario de participar, puesto que siempre ha comprado la idea de que los subalternos tienen que protegerlos, pero ahora mismo dos que están por encima de él, también lo hacen.

****

Pen sabe cómo esquivarlos y después de ese pequeño entrenamiento su manejo de la espada resulta útil. Golpea con el mango su pecho ganando tiempo, cuando están demasiado cercas. Aunque puede darse cuenta que ella no deja de protegerlo. Odia ser inútil, pero tiene que admitir que ella está por encima de él.

― ¡Jensen! ―su mirada busca el rostro tan conocido tras la voz que acaba de escuchar.

― ¡Aquiles! ―escupe de manera violenta.

El hombre aparece entre los hombres de Abdón, sin ser atacado.

― ¡Traidor! ―lo acusa Pen. Él se encoje de hombros y sonríe de malo.

―En este mundo no existen traidores, solo hombres inteligentes ―fanfarronea.

― ¡Maldito!

Con un grito furioso, Pen se lanza sobre él, quien no duda en responder al ataque. Moviéndose entre los contendientes, sus espadas chocan, sus ojos imitan sus manos, golpeándose de manera silenciosa. Pen jamás le perdonara que solamente lo haya utilizado y también deseado lastimar a Gema.

― ¿Dónde están todos? ¿He? ―El hombre ríe y retrocede sin bajar la guardia.

― ¿Quién sabe? ―contesta encogiéndose de hombros.

―También los traicionaste a ellos ―dice furioso― ¡Les mentiste!

―Ya te dije que no traicione a nadie. Ellos fueron quienes quisieron seguirme...

― ¡Porque les vendiste un futuro mejor! ¡Los engañaste!

― ¡Que no! ―exclama lanzando un golpea que roza su mejilla― Solo he visto por mis intereses. ¿No lo entiendes? Nosotros no podemos contra ellos. ¿Aún no lo comprendes? ―Pen resopla y aumenta la presión sobre la espada.

―Lo único que comprendo es que eres un maldito que no merece vivir.

El hombre sonríe con malicia y ataca de nuevo, pero esta vez, Pen adivina su maniobra y atraviesa su pecho. Aquiles lo mira con los ojos como platos y un hilo de sangre sale de su boca.

―Por humanos como tú, es que hemos terminado así ―con un tirón, retira la espada y el cuerpo de Aquiles se desploma. Pen mi observa. Para su sorpresa no siente remordimientos.

― ¡Muévete! ―grita Anisa al ver que un vampiro ha puesto los ojos en él. Pen sale de su ensimismamiento y corta la cabeza del enemigo, con furia. Ahora solo tiene algo en mente. Rescatar a las personas de la ciudad.



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En el texto hay: amor, ladonante, extras

Editado: 16.03.2019

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