La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 2: La Beca y el Documento

La solicitud de la Beca Santander era un laberinto burocrático, y Beatriz lo abordaba con la misma precisión metódica que usaba para resolver una matriz de 3×3. Estudiar en el extranjero era un sueño, una prueba de que su mente, su esfuerzo, podía llevarla a cualquier parte. El único obstáculo no era académico, sino administrativo.

—Mamá, ¿podrías ayudarme con esto? —preguntó Beatriz una tarde, con la lista de requisitos marcada en fosforescente.

Daniela, que revisaba historiales médicos en el salón, levantó la vista, y Beatriz notó un destello inusual de tensión en su rostro fuerte.

—¿Qué necesitas, cariño?

—La lista pide una copia certificada de mi partida de nacimiento original y una declaración de antecedentes familiares, de esas que necesitan la fecha y el lugar exacto de mi nacimiento —explicó Beatriz.

Daniela se puso de pie, su expresión volviéndose impenetrable.

—Piero ya está al tanto. Esos documentos son delicados, Beatriz. Tu padre, como abogado, está más que capacitado para solicitarlos directamente al registro. Él conoce los vericuetos legales para agilizar todo.

—Pero, ¿por qué tanta prisa? Solo necesito la copia para escanearla. Yo puedo...

—No te preocupes por eso, mi niña —intervino Piero, apareciendo en el umbral de su estudio con una pila de expedientes en mano—. Estoy manejando un caso complejo con Elías Montero, y no quiero distracciones. Pero considéralo un caso pro bono para mí. Me encargo de la documentación personal. Es mi responsabilidad.

Piero se movió con una rapidez inusual, protegiendo un archivador de metal que usualmente estaba bajo llave en su estudio. Esa prisa, combinada con la coordinada evasión de sus padres, plantó una semilla de extrañeza en la mente de la joven. Eran personas que vivían bajo la luz de la verdad, y ese pequeño secreto administrativo parecía ensombrecerlos.

Horas después, la casa estaba sumida en el silencio de la noche. Piero había salido de urgencia a una reunión inesperada. Estaba tan concentrado en los detalles de su caso que, en un lapsus de su habitual meticulosidad, olvidó asegurar el despacho antes de irse.

Beatriz necesitaba con urgencia su cable de cargador de la laptop, que había visto esa mañana sobre la pila de libros de Piero. Con cautela, abrió la puerta del estudio, envuelto en una penumbra acogedora.

Vio el cargador. Pero lo que captó su atención de manera inmediata fue una caja de archivos de cartón grueso colocada sobre el escritorio de caoba. Estaba ligeramente abierta, y del montón de documentos oficiales que contenía, sobresalía una carpeta. No era un documento legal común. Era más grueso, más viejo, y estaba marcado con un tipo de letra antiguo.

El título la golpeó con la fuerza de una onda expansiva, deteniendo su respiración: "Expediente Salas – Menor N° 1993 – Adopción".

Su corazón comenzó a latir con una velocidad dolorosa, como si estuviera intentando escapar de su pecho. El aire del estudio, normalmente denso con el olor a cuero y papel viejo, se había vuelto pesado y frío. Adopción. La palabra resonaba en el vacío de su mente. Era imposible. Ella era Beatriz Salas. La hija de Piero y Daniela. La hermana de David y Manuel.

Con manos temblorosas, ignorando el cargador, deslizó la carpeta fuera de la caja. El papel amarillento crujió como una hoja seca bajo el primer toque de invierno.

Abrió el expediente.

Sus ojos, entrenados para absorber y procesar información compleja, se fijaron en las frases que destruyeron diecisiete años de realidad:

«Entrega Voluntaria y Anónima por la progenitora, menor de edad, el día 17 de noviembre de 2007.»

«Permanencia en el Orfanato Nuestra Señora del Amparo hasta su asignación.»

«Niña de Nombres y Apellidos por Asignar.»

Beatriz soltó la carpeta como si el papel estuviera ardiendo. La oscuridad del estudio parecía burlarse de la luz con la que había vivido siempre. Su vida, esa vida perfecta, no era la verdad. Era una hermosa, elaborada, mentira. No la rabia, sino un vacío gélido se instaló en su pecho. El retrato de la Familia Salas se había hecho añicos, y ella era la última en enterarse




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