Beatriz no encendió ninguna luz. Se quedó sentada en el gran sillón de la sala principal, con la pesada carpeta de la verdad sobre sus rodillas. No había rabia, solo un dolor gélido que le quitaba el aliento. El retrato familiar que colgaba sobre la chimenea, con los cinco Salas sonriendo radiantes, parecía una elaborada burla.
Pasada la medianoche, las llaves giraron en la cerradura. Piero y Daniela entraron, hablando en susurros sobre el caso urgente de Piero. El sonido de sus voces se detuvo abruptamente.
Daniela vio la carpeta en el regazo de su hija, iluminada por el tenue resplandor de una farola exterior. Se llevó las manos a la boca, y su fuerte carácter de doctora se desvaneció.
Piero se quedó inmóvil junto a la puerta. Su postura erguida se encorvó por el peso de diecisiete años de silencio.
Beatriz levantó la cabeza. Sus ojos no estaban llenos de lágrimas, sino de preguntas que helaban.
—¿Todo fue… una mentira? —su voz era apenas un susurro que se rompía.
Daniela corrió hacia ella, intentando tomar su mano, pero Beatriz se encogió.
—No, mi amor, por favor. No es una mentira —logró decir Daniela, su propia voz temblando por la emoción—. Es un secreto que guardamos por miedo.
Piero se acercó, su rostro un mapa de remordimiento.
—Mi vida profesional se basa en la verdad, Beatriz. Mi ética es inquebrantable, pero fallé contigo. Fallé por cobardía. Temí que al saberlo, sintieras que el amor que te dimos no era suficiente. Pero escúchame… el expediente es real, la adopción es real. Pero tú, mi niña, eres más real que cualquier papel.
Beatriz apretó la carpeta contra su pecho.
—¿Quién soy entonces? —preguntó—. ¿La que ustedes crearon? ¿O la que quedó en un orfanato?
—Eres la que nosotros elegimos —intervino Daniela, y las lágrimas ya corrían por su rostro. La Dra. de Salas, la mujer que salvaba vidas y dictaba órdenes, estaba rota—. Ese día en el orfanato, cuando te vi por primera vez, eras tan pequeña. Nuestro amor por ti fue instantáneo, Beatriz. Fue más profundo, más real, que cualquier lazo de sangre. Fuiste el nacimiento de mi corazón.
Daniela contó, con la voz entrecortada, el vacío que había sentido antes y la plenitud con la que Beatriz llenó sus vidas.
—Cada beso, cada regaño, cada cena, fue genuino. El secreto era la protección, nunca el desamor —suplicó Piero.
Beatriz escuchó. Su mente, habituada a la lógica, intentaba pesar el amor que sentía contra la traición que percibía. Eran sus padres. Amaba a David, amaba a Manuel. ¿Podrían diecisiete años de verdad emocional ser desmantelados por una verdad biológica?
—Necesito… Necesito estar sola —dijo finalmente, con una decisión firme que sorprendió a sus padres—. No dudo de su amor. Pero necesito entender la otra parte de mi historia. Necesito saber por qué me dejaron ahí.
Se levantó, recogió la carpeta con dignidad y se dirigió a su habitación, dejando a sus padres sumidos en un silencio de culpa y miedo.
Al cerrar la puerta, Beatriz no miró los diplomas colgados o sus libros. Abrió la carpeta. Vio los pocos detalles sobre el lugar y la fecha de su entrega.
La confusión se solidificó en un objetivo. La respuesta a quién era ella no estaba en el amor de sus padres (ese era un valor conocido), sino en la incógnita de su origen.
Necesitaba encontrar a esa madre adolescente. Necesitaba que le dieran un motivo, una explicación que validara el hecho de que había sido abandonada. Y solo entonces, podría decidir si el hogar de los Salas era, o no, su verdadero hogar. La búsqueda de la verdad acababa de empezar.