El nerviosismo de Beatriz se tradujo en una planificación obsesiva. Después de la conversación con Manuel, y recordando las palabras lógicas de la Sra. Vega, supo que la búsqueda debía ser tan precisa como un problema de geometría: discreta, metódica y fuera de la vista de sus constantes vitales.
Solo podía confiar en Santiago. Él era el punto más alejado del drama Salas, un puerto tranquilo en su tormenta personal.
Se encontraron en la biblioteca de la universidad, un lugar neutral lleno de la promesa de conocimiento. Santiago ya la esperaba, con su habitual calma introvertida y una pila de libros sobre registros históricos de la ciudad.
—Me dijiste que necesitabas una dirección antigua —empezó Santiago, sin rodeos, demostrando que respetaba el silencio tácito que rodeaba la verdadera razón de su urgencia.
Beatriz sacó una fotocopia del único documento legible que había rescatado del expediente: una nota escueta que mencionaba el "Orfanato Nuestra Señora del Amparo" y una dirección que databa de hace casi veinte años.
—Este orfanato cerró hace mucho, pero necesito saber qué entidad se hizo cargo de sus registros —explicó Beatriz—. La nota es de hace diecisiete años.
Santiago estudió el papel con atención. —Es la clase de búsqueda que requiere paciencia. Los registros de este tipo de instituciones suelen pasar a manos de la Iglesia o del gobierno local, pero el traspaso puede ser caótico.
—Caótico es mi vida ahora —murmuró Beatriz, y por primera vez, Santiago sonrió levemente.
—Lo resolveremos. Empecemos por la lógica: el orfanato estaba en la zona sur, cerca de lo que hoy es el antiguo registro civil.
Pasaron horas inmersos en bases de datos antiguas, directorios telefónicos olvidados y archivos digitalizados. La labor era tediosa, pero para Beatriz, era una catarsis. Por fin estaba haciendo algo, y la presencia silenciosa y concentrada de Santiago era increíblemente reconfortante. Él no la juzgaba ni intentaba consolarla; simplemente la ayudaba a buscar la verdad.
Durante un descanso, Santiago pidió un café para ambos.
—¿Por qué me estás ayudando, Santiago? —preguntó Beatriz, mirándolo a los ojos.
Él dudó, jugueteando con el borde de su taza. —Soy bueno buscando cosas. Y tú… tú siempre me has ayudado con las integrales cuando me daban dolor de cabeza. Además, no me gusta verte así de perdida. Pareces un vector sin dirección.
La metáfora matemática fue un código secreto que la hizo reír de verdad por primera vez en días.
—¿Y tú qué buscas? ¿El lugar donde se guardan los secretos de la ciudad?
—Busco la respuesta a una pregunta que no puedo formular en voz alta —confesó ella, dejando caer un poco más de su armadura—. Busco un motivo. Un porqué.
Santiago asintió gravemente. —Te ayudaré a encontrarlo, Beatriz. Sea cual sea.
Su mano se posó brevemente sobre la de ella, un contacto físico sutil, pero cargado de la electricidad del entendimiento mutuo. En ese momento, la naturaleza de su relación cambió. La amistad estudiosa se había transformado en una complicidad íntima nacida de la necesidad.
Al final de la tarde, consiguieron una pista vital. El orfanato había pasado sus registros, no al gobierno, sino a una pequeña oficina de servicios sociales de la diócesis, que ahora estaba dirigida por una antigua matrona de la institución.
—Lo tenemos. Se llama Sra. Consuelo. Y su oficina está en el centro viejo. Esto es un avance enorme, Santiago —dijo Beatriz, sintiendo un subidón de adrenalina.
—¿Cuándo iremos? —preguntó Santiago.
—Mañana. No podemos perder tiempo. Necesito este cierre. Necesito saber si esas personas eran cobardes o si tenían un buen motivo para dejarme.
Mientras salían de la biblioteca, Beatriz pensó en David. Sabía que él estaba investigando a su manera, con su amor ruidoso y protector. Pero la ayuda de David era peligrosa, pues podía escalar el conflicto en casa. La ayuda de Santiago era silenciosa y segura, un refugio donde solo existían ellos dos y la verdad que buscaban.
Se despidieron con la promesa de verse al día siguiente para el viaje al centro. Beatriz regresó a casa con una nueva energía, pero también con una nueva preocupación. La búsqueda la estaba acercando a su origen desconocido, pero también la estaba acercando peligrosamente a Santiago. Y el afecto incondicional de él, era algo más que un vector. Era una fuerza; continuó revisando sus apuntes, marcando la ubicación de la Sra. Consuelo en un mapa, un lugar que sentía la clave de su pasado, y el comienzo de su primer romance