La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 7: El Abuelo Testigo

El frenesí de David era tan ruidoso como los motores que vendía. Había gastado una pequeña fortuna en su investigación. Su objetivo no era la verdad legal, sino la verdad moral que le permitiera proteger a Beatriz. Quería pruebas de que sus padres biológicos eran un error, una vergüenza, para que ella regresara a casa sin dudas.

Sin embargo, sus pesquisas solo le ofrecían informes vagos: la pareja era de origen humilde, estudiante en la época, sin antecedentes criminales. No había un monstruo que cazar. Su frustración crecía, hasta que uno de sus investigadores le dio el nombre de Don Ramiro.

—Este hombre vendía periódicos justo en la esquina donde estaba el orfanato en los noventa, jefe. recuerda muchas caras. Si alguien vio algo de los padres biológicos o los adoptivos, fue él —le dijo el contacto.

David no perdió tiempo. Localizó a Don Ramiro, un anciano afable que pasaba sus días en un banco de la plaza central. Para convencer a Beatriz de ir, David tuvo que recurrir a una mentira protectora.

—Encontré a alguien, mi niña. Alguien que vio a tu madre… biológica. Pero no habla con extraños. Necesita verte a ti —le dijo, la noche anterior, con una tensión forzada.

Beatriz, aunque cautelosa, no pudo resistir la promesa de un contacto. Dejó a Santiago un mensaje vago, prometiéndole que se verían más tarde, y se subió al coche de lujo de David.

Llegaron a la plaza. Don Ramiro estaba allí, tranquilo, alimentando a las palomas. David hizo las presentaciones, su corazón latiendo con la esperanza de que el anciano desvelara algún terrible secreto.

—Mucho gusto, Don Ramiro —saludó Beatriz, con la voz temblando por la ansiedad—. Mi hermano dice que usted recuerda ese orfanato, Nuestra Señora del Amparo.

—¡Claro que lo recuerdo! Una institución noble —Don Ramiro sonrió, sus ojos nublados por el tiempo, pero su mente lúcida—. La gente que iba allí… iban con el corazón roto o con el alma ansiosa.

David se apresuró a preguntar, con un tono casi acusatorio: —¿Recuerda a la pareja de jóvenes que dejó a una niña por esos años? ¿Eran irresponsables?

Don Ramiro frunció el ceño. —Jóvenes asustados, vi muchos. Se iban con la cabeza baja, supongo.

Beatriz sintió un pinchazo de decepción. Otra pista muerta.

—No, no son esos a quienes recuerdo con tanta claridad —continuó el anciano, y se giró para mirar a Beatriz con un afecto paternal—. Recuerdo a una pareja. El señor, tan impecable, un abogado, creo. La señora, más pequeña y enérgica. Vinieron por ti. Estaban tan nerviosos, tan ansiosos. No dejaban de preguntarle a la hermana María si te habías reído, si habías comido bien.

Se detuvo y les tomó las manos a ambos. —Escúchenme. Vi a muchos padres. Pero esta pareja, los Salas, entraron a ese orfanato a recoger un papel, pero salieron cargando el mundo. Su madre, Dios la bendiga, lloraba y reía al mismo tiempo. No venían por un paquete, muchachos. Venían a recibir la vida entera. El amor era palpable. Era la cosa más real que vi en toda mi vida de vendedor de periódicos.

David se quedó en silencio. El golpe de la verdad fue inesperado y contundente. Su investigación para encontrar maldad solo había encontrado una prueba innegable del amor. Su rabia se desinfló.

Beatriz, por otro lado, sintió que su corazón se aligeraba un poco. Había imaginado a sus padres adoptivos fríos y calculadores al hacer el papeleo, y ahora sabía que la adopción había sido un acto de pasión. El amor no era una mentira elaborada, sino una verdad que nació de una devoción abrumadora.

En el viaje de regreso, David rompió el silencio con una voz ronca.

—Yo… Yo solo quería que vieras lo malos que eran los otros. Quería darte un motivo para que te quedaras. Quería protegerte, mi niña.

Beatriz tomó la mano de su hermano. —Lo sé, David. Y te amo por eso. Pero la búsqueda no es sobre quiénes eran ellos; es sobre quién soy yo. Y no necesito que nadie los odie. Necesito que tú confíes en mí. Confía en que el hogar que hemos construido es el único lugar al que pertenezco.

David asintió, derrotado, pero aliviado por la incondicionalidad que Beatriz le devolvía. La pista biológica había fallado, pero el lazo fraternal se había fortalecido. La búsqueda de Beatriz continuaba, pero ahora, iba equipada con la certeza de que el amor de los Salas era, indiscutiblemente, real.




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