La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 11: La Confesión y el Refugio Sutil

Beatriz sentía el fracaso del encuentro con Víctor como una mancha. Había arriesgado sus ahorros y su seguridad, solo para encontrarse con la avaricia y el cinismo. La búsqueda estaba estancada, y su casa, antes un santuario, se sentía como un teatro donde debía fingir una normalidad insoportable. Necesitaba aire, y solo Santiago le ofrecía ese espacio para respirar.

Se encontraron al atardecer en el parque, sentados en un banco alejado de los juegos infantiles. Ella estaba pálida, sus hombros caídos por el peso emocional.

—Ya no sé qué hacer, Santiago —confesó, mirando el suelo—. La Sra. Consuelo me dijo que me entregaron por miedo. Víctor me recordó que mi búsqueda es un negocio para los cínicos. Y yo… yo solo siento que me estoy desintegrando.

Santiago guardó silencio un momento, entendiendo que ella no buscaba una solución, sino un testigo.

—Me siento falsa —soltó Beatriz, las palabras llenas de su dolor más profundo—. Mi padre es un abogado que defiende la verdad, y yo fui construida sobre una mentira. Mi madre es una doctora que da vida, y yo provengo de un abandono. La Beatriz Salas que mis hermanos aman, la que saca dieces en matemáticas, es una invención. Siento que en cualquier momento, la verdad biológica va a salir a gritar que no soy digna del amor que recibo.

Su vulnerabilidad era total. Esperaba que Santiago la juzgara, o que al menos le dijera un cliché. Pero él se limitó a escuchar.

—No tienes diecisiete años de mentiras, Beatriz. Tienes diecisiete años de elecciones —respondió Santiago, su voz tranquila y mesurada—. Tu padre te eligió. Tu madre te eligió. David y Manuel no te aman por una cadena de ADN; te aman por la forma en que resuelves los problemas, por cómo los escuchas, por cómo defiendes lo correcto.

Hizo una pausa, y su mirada se encontró con la de ella, profunda y segura.

—Tu valor no está en tu origen, sino en lo que has construido. Tu vida es la función que has estado calculando todo este tiempo. Y la función es buena, Beatriz. Es firme. Eres la persona más honesta y ética que conozco. No dejes que la búsqueda de una variable externa te haga dudar de las constantes internas.

Sus palabras fueron un bálsamo lógico que solo él podía ofrecer. No era una declaración de amor apasionado, sino una reafirmación de su identidad a través de la lógica. Él la veía, no como un drama a salvar, sino como una mente brillante que momentáneamente había perdido su camino.

Beatriz sintió una oleada de gratitud. Se inclinó hacia adelante, apoyando la cabeza en su hombro por un instante. Fue un gesto breve y puramente de refugio, una búsqueda de la calma que él irradiaba.

—Eres mi ancla, Santiago —susurró ella, su aliento rozando su cuello.

—Lo que necesites —respondió él, sin moverse, respetando la delicadeza del momento.

Esa breve cercanía fue más poderosa que cualquier beso. Era la promesa de que él estaría ahí, como un pilar en su tormenta.

Beatriz se enderezó, sintiéndose un poco más fuerte. —La búsqueda tiene que parar por ahora. Necesito que se enfríe. Necesito volver a casa, aunque me duela. Manuel y David… ellos me necesitan estable.

Se dio cuenta de que su búsqueda, aunque impulsada por la necesidad de saber, la estaba alejando de lo que realmente quería. Estaba destruyendo la paz de su verdadero hogar. La ecuación de su vida no se resolvería buscando a los que se fueron, sino reafirmando el amor de los que se quedaron.

—Volveré a mis libros, volveré a la rutina. Le daré tiempo al tiempo. Pero si encuentro otra pista, Santiago, te llamaré.

—Siempre estaré en el aula 3-B —le aseguró él.

Mientras se despedían, Beatriz no sintió la tristeza de la despedida, sino la fuerza de la elección. Había decidido pausar la búsqueda, un acto de madurez. Por primera vez desde el descubrimiento, eligió activamente a la Familia Salas. Ahora, tenía que enfrentar el drama en casa que había evitado




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