La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 13: El Dilema de la Abogada

La reconciliación con Daniela había liberado a Beatriz de la culpa más inmediata, pero había dejado a la vista una nueva herida: la fractura ética. Ella, la niña que admiraba la integridad de su padre, había estado a punto de negociar con un estafador.

Un mediodía, Piero olvidó en casa unos documentos cruciales para una comparecencia. Beatriz se ofreció a llevarlos al bufete, una oportunidad para ver a su padre en su elemento, y un recordatorio de los principios que él encarnaba.

El bufete Salas era la quintaesencia del orden legal: mármol pulido, silencio reverente y una atmósfera de inquebrantable rectitud. Mientras esperaba cerca de la oficina de Piero, escuchó una conversación a través de la puerta entreabierta.

Piero hablaba con la Lic. Verónica Rivas, una joven abogada que desprendía la misma pasión por la ley que su padre. Discutían un caso delicado.

—El cliente quiere que usemos el tecnicismo de la "interpretación ambigua" para desviar la culpa —explicó Verónica, con una nota de indignación.

—Y sabes que no lo haremos, Verónica —respondió Piero, su voz firme, el sonido del código moral—. No podemos ganar una batalla cimentada en la mentira, aunque la ley lo permita tangencialmente. Nuestro nombre y nuestra ética valen más que el cliente más solvente. La ley es la justicia, no el subterfugio.

—Pero la victoria es importante —objetó Verónica.

—Lo es, pero la integridad es innegociable —zanjó Piero.

Beatriz se sintió golpeada por la conversación. Su padre, en su mundo, rechazaba categóricamente la misma estrategia que ella, en su desesperación, había estado dispuesta a usar. La Lic. Rivas, con su idealismo feroz, era un espejo de la hija que Piero pensaba que tenía.

Minutos después, Beatriz entró en la oficina de Piero. Él se levantó y le dio un abrazo firme, sus ojos llenos de gratitud por el gesto.

—Gracias, mi niña. Esto salvó mi tarde.

Mientras se despedía, Beatriz se cruzó con Verónica Rivas. La joven abogada sonrió con admiración. —Usted debe ser Beatriz. Su padre habla maravillas de su disciplina.

—Gracias, Licenciada Rivas. Solo soy buena con los números —respondió Beatriz. La impulsó una necesidad de preguntar—. Disculpe mi atrevimiento, pero… si alguien estuviera haciendo un proyecto y necesitara información legal muy antigua, y esa información no está en registros públicos… ¿hay alguna forma ética de conseguirla?

Verónica dudó un momento, pensando que era una consulta académica.

—Si la información es sensible, como datos personales de hace décadas, y no se encuentra en registros públicos, es por una de dos razones: o se perdió en una reestructuración… o la ley la protege con un candado. Si la ley la protege, cualquier forma de conseguirla es, por definición, poco ética e ilegal. No merece la pena, Beatriz. Hay que respetar la verdad legal.

La respuesta fue concisa y definitiva. La "verdad legal" de su origen estaba sellada. El intento con Víctor había sido la línea que no debió cruzar, la vergüenza de la hipocresía que había intentado evitar en sus padres.

En el coche de vuelta, Beatriz tomó una decisión irrevocable. Se había reconciliado con su madre y había reafirmado la ética de su padre. Su búsqueda tenía que terminar. Pero antes, haría un último esfuerzo honesto y legal, como una forma de honrar a los Salas, no de traicionarlos. Necesitaba la certeza absoluta de que no había más camino. Si esa última puerta no se abría, la cerraría para siempre.

—La ecuación debe tener un cero como resultado —se dijo, aceptando que la variable biológica no tenía un valor útil para su vida.




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