La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 14: La Última Dirección

El encuentro en el bufete de Piero había marcado el límite. Beatriz entendió que continuar la búsqueda por la vía turbia era traicionar los valores que la habían formado. Había roto la confianza de Daniela y ahora estaba a punto de quebrar la ética de Piero. Eso no era buscar la verdad; era autodestrucción.

Se reunió con Santiago en un rincón tranquilo de la escuela, con la carpeta de adopción abierta sobre sus rodillas. Este sería el último esfuerzo.

—Vamos a buscar solo lo que es público, Santiago. No más foros. No más estafadores. Si la verdad es importante, la ley debe permitírmela —declaró Beatriz, la resolución en su voz era un homenaje a la firmeza de su padre.

Revisaron los pocos datos que quedaban en el expediente. Había una referencia a un antiguo domicilio que sus padres biológicos habían dado como "contacto temporal" en un formulario inicial, un nombre ridículamente común y una fecha.

—La dirección tiene más de veinte años —señaló Santiago, rastreando la ubicación en su laptop. —Es la zona industrial antigua. Ahora es un área comercial.

—Tenemos que ir. Es la última pista física.

El viaje fue silencioso. La complicidad de Santiago era una armadura contra la ansiedad de Beatriz. La zona industrial era ruidosa y fría, muy diferente a la calidez de su hogar. El edificio, efectivamente, había sido demolido y reemplazado por un gran almacén.

Beatriz se sintió ridícula. Había puesto en riesgo a su familia por un solar baldío.

—No hay nada. Ni un buzón, ni un portero… solo este cemento —dijo, la decepción era palpable.

Santiago, que había estado hablando con un anciano que vendía refrescos cerca, se acercó a ella.

—El señor dice que hubo un par de familias viviendo aquí hace mucho. Pregunté por el apellido común que tienes. Solo recordó a una pareja joven que se mudó poco después de que nació el bebé. Dice que se fueron sin dejar rastro, como si hubieran querido empezar de cero en otra ciudad. Nunca miraron hacia atrás.

El silencio fue ensordecedor. No era una confirmación oficial, pero era el cierre emocional que necesitaba. La Sra. Consuelo habló de miedo; Don Ramiro de amor; Víctor de cinismo. Y ahora, un vecino hablaba de un corte limpio: se habían ido y no miraron hacia atrás. La variable biológica de su ecuación no solo era un cero, sino una constante de ausencia.

Beatriz sintió una punzada de tristeza, pero inmediatamente después, una ola de alivio inmenso. La búsqueda había terminado porque, simplemente, no había nada que encontrar. No había un destino esperando por ella.

Se sentó en el bordillo de la acera, y Santiago se sentó a su lado.

—Se acabó, Santiago —dijo, sin lamentarse—. La verdad que buscaba no existe de la forma que imaginé. No hay un nombre mágico. No hay una historia que justifique el abandono. Hay, simplemente, nada.

Santiago la tomó suavemente de la mano. Esta vez, el gesto fue puramente afectuoso, una celebración de su paz.

—Lo resolviste, Beatriz. Demostraste que la incógnita no tiene un valor útil para tu vida.

—La respuesta que buscaba no estaba al final de esa dirección —dijo ella, mirando de vuelta hacia la ciudad, hacia la dirección de su casa—. Estaba en el camino. Necesité recorrer el camino para darme cuenta de que mi hogar es una elección, no una herencia.

Se levantó con una nueva luz en sus ojos. Había dejado de ser una víctima del secreto para convertirse en la arquitecta de su propia identidad.

—Se acabó la búsqueda. Voy a volver a casa. Voy a estudiar, a graduarme, y a amar a mis hermanos y a mis padres con toda la certeza que esta búsqueda me ha dado. Y voy a olvidar esta parte.

Santiago sonrió, y su rostro tranquilo se iluminó. —Esa es la mejor decisión, Beatriz Salas.

Mientras caminaban hacia la estación de autobús, la conexión entre ellos se hizo más profunda. Él no había resuelto su drama; él le había dado el apoyo para que ella lo resolviera por sí misma. El romance sutil era ahora la recompensa: el compañero que la había ayudado a encontrar su verdadero norte.




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