La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 15: La Reconciliación del Corazón

La calma con la que Beatriz se movía por la casa, después de su último fracaso en la búsqueda, era más notable que cualquier rabieta anterior. No era la calma de la resignación, sino la calma de la certeza. Esa noche, esperó a que Manuel estuviera profundamente dormido antes de convocar a sus padres y a David al estudio de Piero.

Piero, Daniela y David se sentaron, tensos. Sabían que este era el momento.

Beatriz se paró frente a ellos, sosteniendo la carpeta de adopción, que ya no era una fuente de dolor, sino una pieza de evidencia.

—Quiero que sepan toda la verdad. Toda la verdad de mi búsqueda, sin secretos —comenzó Beatriz, su voz firme y madura—. Fui a la diócesis y encontré a la Sra. Consuelo. Ella me confirmó que fui entregada por miedo de unos jóvenes, no por maldad.

Beatriz les contó sobre Víctor, el estafador. Daniela palideció y David apretó los puños.

—Estuve a punto de pagarle, papá —confesó, mirando a Piero—. Iba a traicionar tu ética por un nombre.

Piero no la interrumpió, sino que asintió con una expresión de dolor. Ella continuó con el final: el último intento honesto en el registro, la dirección vacía, el vecino anciano que confirmó que sus padres biológicos se habían ido sin mirar atrás.

—La búsqueda terminó hoy. Terminó en un solar baldío. Y me di cuenta de algo muy importante.

Beatriz dejó la carpeta sobre el escritorio. Su elección se hizo en ese momento.

—No necesito el cierre biológico para tener paz. La verdad que buscaba no existe de la forma que imaginé. El "porqué" de mi abandono es un cero. No tiene un valor que pueda competir con esta vida. Ustedes me eligieron hace diecisiete años, con miedo y con esperanza. Pero hoy, yo los elijo a ustedes —declaró, sus ojos llenos de una luz nueva, la luz de su propia verdad.

Piero Salas, el abogado de la ética inquebrantable, se levantó de su asiento, y por primera vez en años, las lágrimas rodaron sin control por su rostro.

—Beatriz, mi niña —su voz era un susurro roto—. Te pido perdón de nuevo. Te fallé al guardar el secreto, violé mis propios principios. Pero tú… tú me has redimido. Me has enseñado que el amor es el principio más fuerte. Estoy tan orgulloso de la mujer honesta y fuerte en la que te has convertido.

David, el protector, no intentó hablar. Se acercó a Beatriz y la tomó con fuerza entre sus brazos. Su abrazo era el de un hermano que había temido la pérdida y ahora sentía el alivio de la victoria.

—Eres mi hermana —le susurró al oído—. No la de sangre, sino la de corazón. Y te quedas. No vuelvas a irte, por favor. Eres la niña de mis ojos.

Daniela, que había permanecido en silencio, se unió al abrazo. Las lágrimas de los tres cayeron sobre Beatriz, un bautismo de amor y aceptación total. El secreto ya no era una barrera, sino una cicatriz que unía a la familia con más fuerza.

—Somos tu hogar, Beatriz —dijo Daniela, con la voz ahogada por la emoción—. Siempre lo seremos.

Beatriz se sintió anclada, completa. Había entrado a esa habitación sintiéndose fragmentada, y salía sintiéndose completamente entera, con un sentido de pertenencia que nada en el mundo podía quitarle. Había decidido que la ecuación de su vida ya no tenía incógnitas.




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