La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 16: La Promesa de Santiago

La paz que Beatriz sentía después de la reconciliación con su familia era una sensación desconocida y maravillosa. Había sanado las heridas del secreto y ahora podía ver el futuro con una claridad sin precedentes. Solo le quedaba una persona a la que debía poner al tanto de su elección: Santiago.

Lo encontró después de la escuela, no en el parque de las confesiones, sino en el lugar de la lógica: el aula 3-B, donde Santiago revisaba unos apuntes de física.

—Sabía que te encontraría aquí —dijo Beatriz, y su sonrisa era tan genuina que iluminó el aula vacía.

Santiago levantó la vista. Él notó de inmediato la ausencia de la sombra de ansiedad que había llevado en las últimas semanas.

—¿Resolviste la ecuación? —preguntó Santiago, su tono tranquilo reflejaba su nerviosismo contenido.

Beatriz se sentó a su lado y le contó todo: la última conversación con sus padres, el perdón, la elección. Le explicó que la búsqueda había terminado, no por derrota, sino porque había validado el amor de su hogar.

—No voy a seguir buscando, Santiago. No hay nada más que encontrar. Mi casa no es una mentira; es un milagro de diecisiete años. Y mi elección es quedarme, y seguir adelante.

La calma de Santiago se desbordó en un alivio visible. Dejó el lápiz sobre la mesa y tomó las manos de Beatriz entre las suyas.

—Beatriz, eso es lo más valiente que has hecho. Resolver el problema con los valores conocidos. Elegir el amor por encima de la genética.

—Y en ese camino, tú fuiste el único que me escuchó sin juzgar, que me ayudó a buscar la verdad sin mentir —confesó ella, mirando sus manos entrelazadas—. Fuiste mi ancla en el caos.

Hubo un silencio cargado de todo lo que no se habían dicho. La complicidad que había nacido de los mapas antiguos, de la vergüenza compartida con Víctor, y del consejo lógico, culminó en una certeza mutua.

—Quiero que sigas siendo mi ancla, Santiago —dijo Beatriz, su voz suave, pero cargada de una decisión inquebrantable.

Santiago asintió, sus ojos fijos en los de ella. —Quiero serlo. El verdadero amor, Beatriz, es el que se queda. Yo me quedo. No solo para ayudarte a buscar, sino para ayudarte a construir.

El momento no necesitó palabras grandilocuentes. Santiago, con una ternura que contrastaba con su introversión, se inclinó ligeramente y besó castamente a Beatriz. No fue un beso de pasión desbordada, sino de promesa y respeto, el sello de un acuerdo tácito: su relación se basaría en la honestidad y el apoyo intelectual.

—¿Y ahora qué sigue para la matemática favorita de David? —preguntó Santiago, su sonrisa ya no era tímida, sino completamente para ella.

—Ahora, la beca. Los exámenes. Y resolver el dilema de mi carrera sin distracciones —dijo Beatriz.

—Yo te ayudo a repasar. La física me necesita —respondió él, volviendo a su papel, pero ahora su apoyo era oficialmente amoroso.

Al salir del aula, Beatriz se sintió completa. Había cerrado el ciclo de la herida y había abierto el ciclo del futuro. Su vida ya no se definiría por el secreto, sino por su propia elección. Tenía a su familia, su ética, sus sueños y, ahora, a un compañero que la amaba por la mujer fuerte y lógica que era. La ecuación de su vida estaba finalmente resuelta.




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