La Ecuacion De Mi Hogar

Capítulo 18: La Redención del Protector

David Salas había sido el más ruidoso en su dolor y el más firme en su protección. Su rabia había sido una manifestación de su miedo abrumador a que Beatriz lo abandonara, no solo a él, sino a la idea de la familia perfecta que él se esforzaba por mantener.

Una noche, David buscó a Beatriz en el salón. El ambiente estaba tranquilo.

—Te debo una disculpa, en serio —comenzó David, su tono inusualmente serio—. Cuando te dije que habías arruinado la cena de Navidad, no estaba enojado contigo. Estaba aterrado de que la familia que construí en mi cabeza, la que yo siempre protegía, se rompiera. Y la verdad es que yo fui el que más la rompió con mi rabia.

Beatriz se acercó a él y le tocó el brazo. —Ya pasó, David. Yo te perdono. Entiendo que tenías miedo. Yo también lo tuve. Pero te digo algo: la familia no se rompe. Se reconstruye.

—Me alegra que ya no busques —dijo David, con un suspiro audible—. Me preocupaba que te fueras a meter en problemas. Por cierto, ¿quién es el chico que te trae a casa? El de los ojos inquietos. ¿Santiago?

La mención de Santiago, por parte del "jefe de la familia", era la prueba de fuego de la nueva normalidad.

—Sí, es Santiago. Es el único que me ayudó a buscar la verdad de forma honesta, y el único que me ayudó a darme cuenta de que la verdad está aquí. Es mi… mi novio.

David la miró fijamente. Su primera reacción fue un destello de escepticismo protector. —Lo sé. Lo investigué. No, es broma. Casi. Pero tienes diecisiete, Beatriz. Es tu primer… ¿y es buen chico?

—Es el mejor —respondió Beatriz con total convicción—. Es inteligente, tranquilo y leal. Y me acepta por quien soy, David. Por la persona que elige quedarse.

David asintió lentamente. —Bien. Te doy mi bendición, con una condición. Me tendrás al tanto. Si te hace llorar, lo haré llorar por triplicado. Es mi deber como hermano mayor y protector.

Beatriz sonrió. Era el David que conocía, pero más maduro. —Es un trato.

David se recostó en el sofá, su cuerpo relajándose por completo, como si hubiera soltado un peso que llevaba cargando durante meses.

—Ya no eres mi "niña", Beatriz. Eres una mujer que tomó una decisión adulta y que eligió a su familia. Me has enseñado que no tengo que ser el protector de la mentira, sino el guardián del amor.




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