La Elección

Capitulo 73

De vuelta en el festival de la granada, Elizabeth seguía bailando bajo las luces titilantes, ajena al complot que se desarrollaba en el Reino de Findara. Sus risas llenaban el aire, un eco de felicidad que contrastaba con las sombras que comenzaban a formarse a su alrededor.

Mientras tanto, en un rincón del pueblo, la familia de Eleonor se reunía en silencio. Sus rostros mostraban una mezcla de culpa y determinación mientras discutían los detalles de las órdenes que habían recibido. Lady Margaret, siempre observadora, notó el comportamiento extraño y se acercó cautelosamente.

—¿Pasa algo? —preguntó con un tono casual, aunque sus ojos reflejaban su habitual perspicacia.

Uno de los miembros de la familia de Eleonor vaciló, evitando su mirada.

—No, Lady Margaret, todo está bien —respondió con una sonrisa forzada, pero Margaret no se dejó engañar. Intuía que algo más se estaba gestando.

A la distancia, Henry seguía vigilando a Elizabeth. Su sonrisa apenas perceptible permanecía, pero una sensación de inquietud comenzaba a deslizarse en su mente. Algo no encajaba del todo. La calma del festival parecía demasiado perfecta, demasiado frágil.

En ese momento, el General Damián se acercó, acompañado de un hombre mayor, cuya postura recta y digna contrastaba con las canas que adornaban su cabello. Al llegar junto a Henry, ambos hicieron una reverencia respetuosa.

—Mi señor, ¿en qué puedo serle de ayuda? —preguntó el viejo con un tono firme pero servicial.

Henry giró apenas hacia ellos, su mirada aún fija en Elizabeth. Sin pronunciar palabra, levantó una mano y señaló con un gesto hacia el centro de la plaza, donde Elizabeth reía y bailaba, completamente sumergida en la energía del festival.

—Mira —dijo Henry, su voz baja y cargada de emoción—. Allí, donde está ella. ¿Acaso puedes pintarla por mí sin necesidad de tenerla cerca?

El hombre mayor, que resultó ser un pintor retirado que había servido a la familia real en el pasado, sonrió con nostalgia.

—Si el corazón la guarda con tanto detalle como parece, mi señor —respondió el hombre—, entonces cualquier intento por capturar su esencia sería un honor.

Henry asintió ligeramente, dejando entrever una pequeña sonrisa. Y mientras Elizabeth seguía disfrutando del festival, Henry sintió que, incluso desde la distancia, ella le traía una calma que le resultaba casi imposible de explicar.

Henry permanecía de pie, observando a Elizabeth desde la distancia, mientras el pintor comenzaba a preparar su trabajo. Sin embargo, Henry no apartaba su mirada del grupo donde Elizabeth estaba junto a Eleonor. Con un gesto firme, señaló ahora a Eleonor.

—Pinta también a ella —ordenó, su voz sonando casi como un eco en el ambiente.

El General Damián, confundido y un tanto indignado, se adelantó rápidamente y miró a Henry con incredulidad.

—¿Por qué una plebeya debería ser pintada? —cuestionó, su tono dejando clara su desaprobación—. Ella no tiene ese privilegio. Los retratos son para los nobles, para los que tienen un lugar en la historia, en este caso la señorita Elizabeth es una Reina.

Henry giró hacia él, su expresión completamente neutral, pero su mirada llevaba una profundidad que hacía innecesarias más palabras. Habló con calma, sin alterar el tono pero con una autoridad que no admitía discusión.

—Porque en los ojos de Elizabeth —dijo lentamente, cada palabra cortando el aire con precisión—, ella no es una plebeya.

Damián bajó ligeramente la cabeza, reconociendo la fuerza en las palabras de Henry. No había nada más que añadir, el orden estaba dado. El pintor asintió en silencio y comenzó a observar a Eleonor desde la distancia, buscando los detalles que formarían parte de su retrato.

Eleonor, ajena al intercambio, seguía compartiendo risas con Elizabeth en el centro del pueblo, disfrutando del festival como cualquier otra persona.

Más tarde esa noche, cuando las luces del festival comenzaban a brillar con más intensidad, Elizabeth y Eleonor se alejaron un poco del bullicio. Se sentaron en un banco de madera, observando cómo el pueblo entero parecía transformarse en un paisaje de cuentos.

—¿Sabes algo, Eleonor? —dijo Elizabeth, rompiendo el silencio—. Hay algo especial en este lugar... y en momentos como este contigo.

Eleonor la miró, sorprendida por la sinceridad de sus palabras.

—¿A qué te refieres, mi reina? —preguntó con curiosidad.

Elizabeth sonrió suavemente, como si estuviera revelando un secreto.

—Es fácil ser yo misma contigo. Con los demás a veces siento que tengo que ser alguien más, pero tú... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Tú me ves tal como soy, y eso significa mucho.

Eleonor no respondió de inmediato, pero colocó una mano sobre la de Elizabeth, un gesto que no necesitaba palabras para expresar su agradecimiento.

—Desde muy pequeña eh estado a su lado—Comento ella con una sonrisa—Se que es mi reina y no solo le debo lealtad si no también respeto, pero yo le he agarrado un cariño muy fuerte, majestad.

—Aun recuerdo cuando llegaste a la mansión de mi padre — dejo vagar su mente por unos segundos —Incluso desde que eras una niña siempre has tenido una sonrisa, lo admito a veces envidio esa parte de ti.

—¿De mi?—Replico sorprendida—Pero yo no soy nadie.

—Tal vez para el mundo no seas nadie Eleonor, pero para mi eres todo.

En ese momento, cualquier barrera que pudiera existir entre ambas pareció desvanecerse, reemplazada por una conexión que iba más allá de títulos y roles. El festival seguía su curso a su alrededor, pero para ellas, el mundo se había detenido por un breve instante, un espacio reservado solo para sus sentimientos.

Elizabeth y Eleonor seguían conversando, envueltas en un momento de confianza y cercanía. Eleonor bajó la mirada, aún reflexionando sobre las palabras de Elizabeth, mientras las luces del festival parpadeaban suavemente a su alrededor.




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