La Elección

Capitulo 74

El sonido de un débil gemido llenó la habitación, y Elizabeth, con esfuerzo, se incorporó ligeramente en la cama. Su mano temblorosa se llevó al cuello, tocando las marcas que ahora lo cubrían, como un recuerdo de lo que acababa de ocurrir. Sus ojos, normalmente llenos de calidez, se encontraron con los de Henry, y en ellos había algo que él nunca había visto antes: miedo.

Henry, aún de rodillas, la miraba con desesperación. Su boca se movía como si quisiera decir algo, pero no encontraba palabras. Todo lo que podía hacer era ver el impacto de su propia acción reflejado en el rostro de la mujer que más amaba.

Elizabeth se giró hacia Damián, quien la ayudó a estabilizarse mientras ella intentaba levantarse. Su voz era un susurro, apenas audible, pero cargada de decisión.

—Llévame fuera de aquí, por favor —dijo, sin mirar a Henry.

Damián asintió de inmediato, colocándose junto a ella para ayudarla a caminar. Cada paso que daba parecía más firme, como si estuviera recuperando fuerza con cada movimiento.

—Elizabeth... —murmuró Henry, intentando levantarse—. Por favor, espera...

Ella se detuvo en seco, pero no se giró. Sus hombros temblaron por un instante antes de hablar, su voz baja pero cargada de una emoción contenida que parecía a punto de romperse.

—Necesito tiempo, Henry. Tiempo lejos de ti —dijo finalmente, con una dureza que le resultaba completamente extraña en ella—. No puedo... No puedo estar cerca de alguien que me haga sentir miedo.

Las palabras golpearon a Henry como una daga, pero sabía que no podía contradecirla. Su propio corazón estaba lleno de culpa y repulsión por lo que había hecho. Todo lo que pudo hacer fue quedarse allí, mirando cómo ella salía de la habitación con Demian a su lado.

La puerta se cerró con un suave pero definitivo sonido, dejando a Henry solo en la habitación. Cayó de nuevo al suelo, sus manos cubriendo su rostro mientras intentaba contener el torbellino de emociones: rabia, dolor, y un profundo sentimiento de pérdida. Por primera vez, el hombre que siempre había sido fuerte en apariencia sintió que estaba completamente roto.

...

Elizabeth estaba sentada en uno de los balcones del castillo, con la vista fija en el horizonte. La madrugada aún conservaba su quietud, pero su mente era un torbellino de emociones. Su cuello, aunque dolía, era un reflejo menor del peso emocional que llevaba consigo. Cada vez que cerraba los ojos, podía sentir las manos de Henry y la ira que habitaba en él. Era algo que no podía ignorar, no después de lo que había sucedido.

Damián se mantenía cerca, en silencio, respetando el espacio que ella necesitaba. Sin embargo, su mirada ocasional hacia Elizabeth reflejaba una mezcla de preocupación y culpa; no por lo que él había hecho, sino por no haber podido prever lo que ocurrió.

—No entiendo... —murmuró Elizabeth finalmente, rompiendo el silencio—. ¿Cómo puede alguien amar y, al mismo tiempo, tener tanta furia dentro?

Damián se acercó un poco más, su postura firme pero llena de respeto.

—La ira es una cadena difícil de romper, majestad —respondió—. Especialmente cuando está alimentada por el pasado. Pero eso no justifica lo que ocurrió. Lo que puedo asegurarle es que Henry... nunca quiso lastimarla.

Elizabeth lo miró con un leve destello de incredulidad.

—¿Cómo puede estar tan seguro? —preguntó, su voz quebrándose ligeramente.

Damián dudó por un momento, pero finalmente habló con sinceridad.

—Porque lo conozco. Es un hombre que lucha constantemente con sus propios demonios. Pero, majestad... usted es la única luz que tiene en medio de esa oscuridad.

Elizabeth miró al horizonte una vez más, dejando que sus palabras resonaran en su mente. En el fondo, una parte de ella quería creerle, quería encontrar una razón para no abandonar lo que tenía con Henry. Pero el miedo, esa emoción que nunca había sentido hacia él antes, la mantenía en conflicto.

Mientras tanto, en su habitación, Henry estaba sentado al borde de la cama. Sus manos descansaban sobre sus rodillas, y su mirada estaba fija en el suelo. Todo lo que podía escuchar eran las palabras de Elizabeth y la imagen de su rostro cuando lo había dejado. Era un vacío que parecía imposible de llenar.

Por primera vez, Henry se preguntó si el amor que sentía por ella era suficiente para salvarlo de sí mismo.

...

La mañana finalmente llegó, pero el ambiente en el castillo seguía cargado de tensión. Elizabeth permanecía en su habitación, observando cómo los rayos del sol se filtraban a través de las cortinas. Aunque había pasado la noche en vela, sus pensamientos seguían siendo un torbellino. La distancia que había tomado de Henry era necesaria, pero cada vez que cerraba los ojos, el dolor y el miedo volvían a invadirla.

Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—¿Majestad? —era la voz de Eleonor, cautelosa pero cálida.

—Adelante —respondió Elizabeth, girándose hacia la puerta mientras Eleonor entraba.

Eleonor caminó con cuidado, notando el agotamiento en los ojos de Elizabeth. En sus manos llevaba una taza de té caliente, que colocó en la mesa junto a ella.

—No podía dejar que enfrentara esto sola —dijo Eleonor con suavidad—. ¿Cómo se siente?

Elizabeth suspiró, tomando la taza entre sus manos, dejando que el calor la reconfortara aunque fuera un poco.

—No sé —admitió con sinceridad—. Siento que mi mundo entero cambió en una sola noche. Y ahora... no estoy segura de qué debo hacer.

Eleonor tomó asiento junto a ella, su expresión mostrando empatía pero también firmeza.

—Es normal sentirse así —dijo—. Pero creo que necesita tiempo. Tiempo para usted, para sanar. Y, si me permite decirlo, tiempo para que él también entienda las consecuencias de sus actos.

Elizabeth asintió lentamente, sabiendo que Eleonor tenía razón. Pero la herida emocional que llevaba dentro era profunda, y el simple pensamiento de enfrentar a Henry nuevamente la llenaba de incertidumbre.




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