La elección del corazón

4. Agenda

La puerta acristalada se cerró con un leve clic cuando la elegante figura del caballero ingresó en la amplia oficina que ocupaba el corazón de su cuartel de campaña. Desde el piso treinta y cinco de ese moderno edificio en Washington D.C., se tenía una vista imponente del Capitolio. La sala olía a café recién hecho, a papel impreso y a la presión de las próximas elecciones, que ya iban causando un sentido de ansiedad que tenía a sus empleados con los nervios de punta.

Vestía una pulcra camisa blanca y una corbata en un profundo azul oscuro, con el saco sobre el brazo. A pesar de su juventud, su presencia era imponente. Poseía esa elegancia que su familia de alcurnia parecía haberle otorgado desde su formación, algo que combinaba muy bien con su porte y sus facciones masculinas marcadas. Mismas que, al menos en redes sociales y en esas encuestas de los nuevos medios de comunicación en los que las plataformas digitales se han vuelto protagonistas, lo elevaban como el candidato más guapo en la historia de Estados Unidos.

Para muchos, Conrad Sylvain era un hombre académicamente bien preparado para tomar un puesto tan importante, y al menos las generaciones más jóvenes se habían volcado en sus videos, pódcast y redes sociales a apoyarlo, considerando que era hora de un estilo de gobernación fresco, moderno y diferente. Algo que solo podía lograr un candidato familiarizado con la problemática del mundo actual, y Conrad Sylvain encajaba con perfección en esa idea.

En cambio, aquellos que continuaban obteniendo los grandes puestos políticos siempre habían visto al candidato como un niño caprichoso que se obsesionó con el puesto de presidencia y había hecho de todo para conseguirlo, siendo esa candidatura su última jugada. Lo consideraban preparado y, sin duda, conocían el papel que los Sylvain habían desempeñado en la política a lo largo de las generaciones. Incluso algunos aplaudían el grandioso trabajo que Conrad hizo como gobernador de un estado no tan grande, pero sí problemático, como lo es Nueva York. Sin embargo, consideraban que ese puesto de poder era el más alto al que el treintañero debía haber aspirado.

Tras colgar su chaqueta en ese perchero de madera, tan antiguo como su misma vida, ya que pertenecía a su padre, buscó su elegante escritorio y tomó asiento ante la computadora de pantalla grande, que fue cobrando vida. Un suspiro se escapó de su pecho cuando lo primero que apareció en la pantalla táctil fue el logo de Sylvain 2025, junto al cronómetro de cuenta regresiva: 148 días para la elección general.

Elevó la mirada cuando tocaron la puerta de su oficina. Dio la orden, y pronto el caballero se asomó por ella.

—Buenos días, señor —saludó su asistente, Jimmy Hale, entrando con una carpeta azul bajo el brazo—. Tenemos que revisar el próximo informe de la FEC antes de enviarlo.

—¿Lo revisó Finch? —preguntó el candidato, refiriéndose a su asesor legal y enlace con la Federal Election Commission.

—Sí. Todo en regla con los límites individuales, los PACs y el super PAC externo. Solo falta su firma.

Jimmy colocó la carpeta sobre la mesa. Dentro estaban los formularios FEC 3P y los anexos con las contribuciones y gastos del último mes. Conrad hojeó con rapidez los números. Lo habían advertido desde el inicio: su campaña, a pesar del empuje joven, debía cumplir con cada centavo declarado y auditado. Las donaciones estaban divididas en individuales, corporativas, vía comités autorizados y aquellas provenientes de eventos de recaudación. Todo debía estar reportado: cada dólar, cada inversión en redes, en traslados, en pauta.

—Firmado —anunció, dejando la pluma sobre la carpeta—. ¿Qué más tenemos?

—El comité de preparación para el debate quiere una sesión simulada el viernes. Están preocupados por las preguntas que giran en torno a su vida personal.

Conrad entrecerró los ojos. La estrategia había sido mantener su vida privada blindada, pero los medios ya comenzaban a presionar. En especial desde que se filtró, durante esa redada que lo involucró como el principal promotor de la misma, que sucedió en el estado de Nueva York. Allí, el entonces gobernador Conrad Sylvain, junto al jefe de la policía del estado, más algunas fuerzas que muchos criticaron por pertenecer a mundos cuestionables, dieron con un grupo enorme y peligroso que compartía, a través de una red conocida como Telegram, contenido delicado con menores como protagonistas.

Esa redada puso a Conrad en el ojo público, no solo por la cacería continua, sino también por los grandes nombres de empresarios alrededor del estado, incluyendo al expolicía estatal, quien fue el último en ser detenido por su participación activa en dicho grupo. La fama y la popularidad, incluso como candidato político, le eran indiferentes a Conrad, y todo lo que había buscado hacer desde siempre era el bien, incluso cuando algunas situaciones le removían con violencia sus más profundas heridas.

—Señor…

—Diles que nos vamos a preparar para cualquier ataque a mi vida personal —indicó con voz seria, elevando su castaña mirada hacia su asistente—. No voy a estarme ocultando ante nadie, y siempre he sido transparente, incluso en aquello que no quiero serlo.

Jimmy asintió.

—Que Finch tenga preparadas una serie de posibles preguntas relacionadas a… —suspiró con suavidad— a la pérdida de mi esposa y el robo de mi hijo.

Jimmy, quien había empezado allí como pasante pero obtuvo el trabajo de sus sueños al inicio de la campaña, convirtiéndose en el asistente del candidato, solo pudo asentir. El joven hizo una tesis basada en la vida y las grandes obras que Conrad Sylvain había realizado como gobernador de Nueva York, y conocía muy bien, o al menos todo lo que pudo encontrar, sobre ese periodo de su vida, que había sucedido diez años atrás, cuando la realidad del joven hombre se vio destruida por la muerte de su esposa y la sustracción, desde el hospital, de su hijo recién nacido, a quien, hasta el día de hoy, diez años después, no habían podido encontrar.




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