La elección del corazón

5. Resorte

La luz del amanecer se colaba por los ventanales altos del refugio, tiñendo de dorado las colchas raídas que cubrían las literas de metal. No eran ni las seis de la mañana, pero ya ella llevaba algunas horas despierta. La cama no era la más cómoda, y había un resorte que, con cada movimiento que hacía, le emitía un mensaje con su sonido chillante y agobiante: Estás sola, estás abandonada, estás perdida.

Odiaba ese sonido, así como las voces en su cabeza que no habían encontrado orden ni calma. Aún le repetían, como si fuera necesario, la horrible escena que encontró en su casa, en su cama, protagonizada por su esposo y su cuñada. Una mujer que no solo la conocía, sino que, ocho meses atrás, lloraba agarrada al féretro de su hermano, del hombre que tildaba como el amor de su vida, del que no quiso despedirse e hizo un drama casi tirándose a la fosa con él.

Tanto había en ella, que al mismo tiempo todo lo que sentía era una especie de vacío, de soledad. Lo único que, de manera real, creaba un peso de ubicación, de aterrizaje, era esa pancita resaltada que en ese momento acariciaba, rozando los puntos donde el pequeño fruto se movía, y la pequeña rubia que yacía durmiendo a su lado, porque no logró adaptarse al segundo piso de la litera que en el refugio les habían asignado.

Aquel lugar no les dio una bienvenida muy amable. En realidad, fue monótona, fría y un poco juzgadora. Al menos, así sintió la mirada de una de las voluntarias que la recibió, cuando Isla quiso comentarle un poco de la situación que pasaba. El primer día le proveyeron una litera, mantas y toallas de baño, más un pequeño bolsito con artículos de limpieza e higiene de las marcas más económicas, pero era lo que menos le importaba.

El segundo día, a su sobrina le llevaron algunas prendas de ropa, y tuvo un poco de cercanía con las mujeres que prácticamente vivían en aquel lugar. Aunque algunas solo llegaban a dormir y otras, para ganarse la comida, limpiaban, arreglaban y hacían otros quehaceres dentro del refugio y de la misma iglesia católica que lo patrocinaba. Y aunque su fe se acercaba a lo que la religión católica manejaba, en ese momento se sentía no solo abandonada por su infiel esposo o por la vida misma. También se sentía abandonada por Dios, y por lo tanto, acercarse a Él no era siquiera una opción.

Había salido, en la semana que ya llevaban en aquel refugio, a comprar algunas cosas básicas para ella y June. Había buscado empleo en cafeterías y cadenas de comida, pero apenas le miraban su prominente embarazo, la mayoría se negaba, y otros la dejaban en ese limbo de “nos mantendremos en contacto”, cuando en realidad nunca la iban a llamar. Se armó, gracias a una computadora que en el refugio le presentaron, un pequeño currículum y pretendía aplicar en lo que ella era una experta: las floristerías cercanas.

Tras un pesado suspiro, sintió el cuerpo de su sobrina pegándose al suyo. Sonrió cuando la misma le echó la piernita encima y hasta le rozó el vientre, pero continuó bien dormida. Con suavidad, y apenas queriendo despertarla, rozó la mejilla ruborizada de June. La hermosa chiquilla rubia ya había cumplido los nueve años. Fue el último cumpleaños que celebró con su padre. Luther le hizo una preciosa fiesta de princesas y lazos, las dos cosas favoritas de la pequeña Juniper Valmour.

Notando su hermoso rostro de niña dulce, Isla solo pudo remontarse a aquel momento, a esa noticia que la cargó de emoción, aunque también de confusión. Ella ya conocía a Renée, la entonces novia de su hermano, y aunque sus encuentros fueron muy pocos, siempre intentó hacerla sentir cómoda, recibida en su casa familiar. En ese entonces aún vivía la madre de ambos, y aunque esta siempre tuvo sus reservas sobre Renée, ya que en algún momento comentó que sentía que manipulaba el buen carácter de Luther, ambas recibieron con muchísima emoción el embarazo.

Claro que no fue hasta después del nacimiento de June que Luther confesó que ese positivo llegó luego de un periodo de algunos meses de separación entre él y Renée. Lo mismo despertó en Isla esa sospecha que ya su hermano tenía sobre la paternidad de la niña. Pero Luther amó tanto a su hija desde el primer momento que la vio, que no se permitió dudar de la palabra de Renée. Era su hija, y así la crió durante esos nueve años donde le dedicó todo: desde el tiempo hasta su arduo trabajo.

La pequeña Juniper fue presentando ciertos comportamientos que llevaron a Luther a buscar ayuda profesional para su hija. A los cinco años le diagnosticaron autismo en nivel uno. Aún requería de la ayuda y presencia de un tutor, pero con terapias y seguimiento, podría tener una vida casi normal. Aunque luego se le detectó retraso constitucional de crecimiento. Esta condición hace que ciertos niños se desarrollen con mayor lentitud, aunque pueden terminar alcanzando su estatura normal ya para la adolescencia. En sí, esta condición no afectaba demasiado a nivel fisiológico o de salud a la pequeña Juniper, pero asociada a su autismo, casi siempre la mayoría de personas la percibían como una niña menor de la edad que tenía. Algunos creían que tenía ocho años o incluso hasta siete.

Luther cuidó muchísimo de su hija. No solo de la parte médica, sus controles, seguimientos, su tratamiento con el autismo, sus visitas al pediatra para asegurar que su condición no afectara nada a nivel motriz o cognitivo. Amaba a su hija, y ese amor hizo olvidar con muchísima facilidad cualquier duda sobre la paternidad que en él había nacido con el nacimiento de la misma. Y así como Luther lo olvidó, lo hizo Isla, quien adoró a su sobrina desde el primer momento que la tomó en sus brazos y, por lo mismo, se había convencido de que debía darle lo mejor. Porque June lo merecía, porque Luther siempre lo hizo así, y porque, después de todo, era una niña que ella amaba con todo su corazón.




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