La elección del corazón

6. Humano

El bullicio se extendía animado por el Conte Forum, el punto de reunión de los equipos deportivos de la reconocida universidad Boston College, en Massachusetts. El apuesto candidato se movía con su equipo de seguridad y su madre, quien iba vestida acorde con los colores de los Boston Bruins, el equipo que venían a apoyar. Él apenas usaba una bufanda, ya que el clima no era exactamente el más frío en aquel momento.

Sonrió al encontrar la enorme pista con el hielo recién alisado, las pancartas, la marquesina de pantalla sobre la pista anunciando el especial y amistoso partido que pondría a los dos equipos más importantes del país en un juego donde todos resultarían ganadores. Había llegado apenas el día anterior al estado de Massachusetts, y Valerie, con sus conexiones y su manera perfecta de manejar su imagen, ya le había conseguido una visita guiada, y registrada por la prensa, en las instalaciones de la universidad privada, pero ampliamente reconocida.

Fue recibido con entusiasmo por el director de la institución, se presentó con los alumnos destacados de la nueva generación de graduados y hasta le mostraron el nuevo salón inaugurado por la familia de los exalumnos Maverick y Rosseta Stone, una pareja que se conoció en los pasillos de aquella universidad y que, una vez comenzaron una relación, no solo superaron grandes pruebas, también demostraron por qué eran un grandioso equipo.

Juntos fundaron SACEP, una empresa de indumentaria deportiva que, al principio, se enfocó en el hockey, en el que Maverick Stone se especializaba, pero luego fueron ampliando sus horizontes. Ofrecían alternativas en equipamiento que, además de duraderos y aerodinámicos, resultaban también amigables con el medio ambiente y a precios no tan elevados. La exitosa empresa ya poseía seis sucursales en el país, y en ese momento se habían convertido en benefactores de un programa de verano donde le darían cursos a menores interesados en los deportes. Ese partido amistoso era uno de sus últimos eventos para reunir fondos.

—Ya me comentaron que cierto candidato anda haciendo estragos por Massachusetts.

La voz masculina los hizo voltear. Pronto Serena amplió la sonrisa, y Conrad se le unió al ver al exgobernador de aquel estado, Michael Stone, avanzar junto a su esposa, Mónica. Ambos estaban ahí, por supuesto, apoyando el partido y el proyecto de su hijo y su nuera, aunque Conrad sabía que Rosseta era vista como un miembro más de su familia.

Se dieron un fuerte abrazo, con un par de palmaditas en la espalda.

—Debes saber que, para alguien en mi posición, cualquier viaje…

—…es provechoso —comentó Michael con una sonrisa—. Mi esposa, Mónica.

—Un gusto, candidato.

—Conrad —indicó él, amable—. Mi madre, Serena De Sylvain, la que debo admitir terminó de convencerme de hacer este viaje.

—Vaya… y yo que pensé que había sido lo suficientemente persuasivo —respondió Michael, sonriendo mientras saludaba a Serena—. De igual manera le agradezco mucho que lo haya empujado a venir —le indicó a la amable dama.

—No me perdería una sola oportunidad de ver a apuestos jóvenes darse contra los muros…

—¡Mamá!

La risa suelta de Mónica y la cómplice de Michael lograron que Conrad negara con la cabeza, pero al final su madre solo le tomó de la mejilla y, aunque tuvo que elevarse bien en la punta de los pies para alcanzarlo, le dio un beso.

—Siempre es bienvenida a ver a los chicos darse contra los muros —añadió Mónica—. Y no solo en el hockey.

Serena se echó a reír, y así los cuatro avanzaron hacia el área privada donde el ahora capitán de los Boston Bruins, Maverick Stone, había indicado que su familia estaría reunida. Para ese momento, ya Serena y Mónica conversaban sobre el evento y lo que sus hijos, como llamaban a Maverick y Rosseta, habían logrado con sus vidas. En cambio, Conrad y Michael hablaban de ese tema que los había hecho amigos en el pasado: la política.

—¿Vendrá la prensa? —consultó el candidato.

—Sí. Un canal local y un periódico que viene desde Nueva York. Van a cubrir el evento, pero saben que estás aquí —Conrad asintió—. He notado que hay cierta negativa de tu parte a abrirte con ellos.

Conrad miró hacia la pista, el lugar llenándose, y solo suspiró.

—Más que negativa, siento que ando huyendo —Michael frunció el ceño—. Sé que van a preguntar, sé sobre qué van a preguntar, y si bien pude manejarlo cuando fui gobernador, el enfoque tan directo a ese momento trágico de mi vida sigue siendo… —pasó saliva—. Mi punto débil. Pierdo los estribos, el semblante… Rápidamente me saca de quicio, y siento que todo lo que quiero hacer es destruir, que dejen de hablar de lo que no saben, de indagar o pretender conocer más que yo. ¿Me entiendes?

—Claro. No es una situación sencilla —Michael miró hacia el frente—. Mi nuera, la dulce Rosseta, nuestra chica hawaiana, como le decimos —Conrad sonrió—. Pasó un momento muy difícil en su vida con su padre, que era policía. Cuando eso se filtró, hubo una especie de cacería sobre ellos, sobre Mónica y sobre mí, que aún era gobernador. La unidad nos ayudó a sobreponernos ante esa constante situación de revivir lo mismo. Pero cuando el tema se enfrentó, poco a poco dejó de ser tomado como un arma de ataque por los periodistas.

Conrad solo apretó la mandíbula, miró hacia la pista y luego hacia Michael.




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