Apretó los puños a sus costados y soltó el aire contenido en su pecho, animándose al fin a pasar a la sala donde la madre y su familia, esa que apenas comenzaba la nueva aventura de la crianza, se encontraba desde la noche anterior. Su presencia fue recibida por miradas atentas y sonrisas tibias. La madre lucía despierta, ruborizada y tranquila, bien atendida por su suegra, quien no podía borrar la enorme sonrisa de su rostro. Y es que en el ambiente se respiraba un sentido único de felicidad y bienvenida.
Había sido testigo, porque se quedó hasta que se anunció el nacimiento de los hermosos y sanos mellizos Stone, de todo el amor que la pareja recibía. Vio los camioncitos de floristerías llegar cada hora con nuevos arreglos, y Maverick Stone, el apuesto capitán del reconocido y galardonado equipo Boston Bruins, no solo se encargó de llevar enormes y coloridos ramos para su esposa, también un imponente barco de sushi, que fue el primer alimento de la sonriente Rosseta, quien, con la mirada brillante, lo invitó a conocer a sus hijos.
En sus brazos, la pequeña Sasha yacía dormida mientras tomaba el pecho, mientras el alto, aunque cansado Maverick, paseaba en los suyos al encantador Cedric.
—Qué hermosos son —comentó Serena, ya más cómoda y segura, acercándose a la camilla donde Rosseta reposaba—. Muchísimas felicidades, Rosseta. A ambos.
—Muchas gracias, señora Sylvain —respondió Maverick, con la mirada luminosa. Luego miró al candidato—. Candidato, gracias por asistir. Me comentó que no le soltó la mano a mi pecas…
Conrad y todos sonrieron.
—¿Lo lastimé? —preguntó Rosseta, entre risas.
—No, no. Aunque debo admitir que agradecí que el hospital no estuviera tan lejos del Conte Forum.
Todos se echaron a reír.
—Muchas felicidades a ambos. Realmente son dos preciosos bebés que han llegado a una familia que claramente los esperaba y que, desde ya, los celebra y cuida con todo ese amor que es evidente —dijo Conrad, pasando saliva, tan solo asintiendo—. Les deseo lo mejor. El futuro se pinta dulce y luminoso para ustedes. Felicidades nuevamente por el agrandamiento de su hermosa familia.
—Gracias, señor.
—Gracias, candidato —agregó Maverick, mirando a su esposa, quien asintió con ternura—. ¿Le gustaría cargar a alguno? —preguntó suavemente.
Conrad se sintió un poco impresionado por la propuesta. Miró a su madre, quien ya rozaba con delicadeza el piecito de la niña, pero pronto terminó asintiendo. Se limpió las manos en el pantalón y se dirigió al sillón que el mismo Michael había dejado libre para que tomara asiento. Los amigos se apretaron el hombro, se sonrieron apenas, y un Conrad visiblemente nervioso posó su castaña mirada en el pequeño envuelto en mantas que Maverick, con cuidado, fue acomodando en sus brazos.
Hubo un quejido encantador, un puchero que le robó una sonrisa al candidato, quien ajustó su postura para que el hermoso bebé estuviera cómodo. Maverick movió un poco las mantas para que su hijo fuera admirado, y es que el alto capitán, cargado de emociones y con un amor que no le permitía borrar la sonrisa, deseaba que en ese momento cada persona en el mundo viera lo hermosos que eran sus hijos.
Tras dejar al pequeño Cedric, se retiró con suavidad, sonriéndole a su padre, quien le apretó el hombro. Luego, amoroso, se dirigió hacia Rosseta, a quien le elevó el mentón para besarla, admirando también a su preciosa princesa, aún alimentándose bien conectada a mamá. El ambiente se llenó de una sensación de serenidad, aun cuando el corazón del candidato latía con una velocidad vertiginosa que lo transportaba diez años atrás, a un hospital de Nueva York, donde nunca tuvo esa oportunidad.
Admiró al pequeño en sus brazos. Su boquita encantadora, sus diminutas manos, el cabello que ya se anunciaba algo rojizo, pegado a su cabecita. Era un niño grande, sano, y atento. Conrad tensó la mandíbula, frunció el ceño, y cuando se permitió liberar una mano, rozó con suavidad la frente y la pancita del bebé.
Ante esas lágrimas que nuevamente no pudo contener, Serena se acercó a su hijo.
—Estoy bien —susurró él, limpiándose las lágrimas—. Es un niño muy hermoso. Los dos —indicó con voz suave a la pareja—. Muchas felicidades. Por favor, cuídense, cuídenlos, y no permitan que nada, ni una discusión, una diferencia que se puede resolver con una conversación, rompa lo que han construido a través de los años.
—No lo haremos, señor —respondió Maverick con firmeza.
Conrad asintió. Y aunque su agitado corazón le pedía que ya entregara al pequeño, se quedó unos minutos más con él en brazos. Admiró su fragilidad, esa vida nueva que había llegado a agrandar, junto a su hermanita, una familia que se había construido con amor, experiencias y pruebas superadas. Le sonrió a su madre, quien también se permitió cargar un momento al pequeño Cedric.
Y mientras Serena lo hacía, Conrad solo asintió ante ese apretón en el hombro que Michael le dio. En ese instante, el candidato no se sabía expuesto, pero sí vulnerable. Sí, demasiado sensible. Sí, debilitado. La experiencia lo había remontado y enfrentado, una vez más, con lo que vivió hace diez años. Esa noche no durmió bien. Pensó demasiado. Pensó en aquella cena que preparó para su prometida. En las contracciones que comenzaron casi al terminar el postre. En el viaje al hospital, en lo extensa que fue aquella labor de parto.