El coche se detuvo por completo en medio de la calle empapada. El candidato miró a su madre, quien también lo observó con grandes ojos, pero ese silencio tenso fue roto por la puerta del chofer, que bajó alterado, mucho más violento de lo que se hubiese esperado en aquel momento. La pequeña, a quien ya le temblaban los labios, parecía verlo con un temor que apretó el pecho de Conrad, y por eso no lo pensó dos veces.
Abrió la puerta con rapidez, ignorando la lluvia que se colaba como agujas frías por el cuello de su abrigo, y avanzó con paso firme hacia la niña. Serena apenas alcanzó a llamarlo, pero su hijo ya se había internado en la tormenta, así que la elegante dama también bajó. Yacían en un paso de cebra, en un punto de cuatro esquinas. No era tan peligroso, porque al ser zona residencial los vehículos estaban obligados a ir despacio, pero sí contaba con cafeterías que, en ese momento, se encontraban abarrotadas de personas, siendo testigos del momento.
Bajo la lluvia, el aire helado golpeaba el rostro como una bofetada, y aun así, el apuesto candidato, que por sus vehículos y su presencia elegante fue reconocido por los que vieron el casi accidente, se acercó con determinación hacia la figura encogida de la pequeña.
—Déjame atender esto, Félix —le pidió al chofer, que lo miró con el ceño fruncido, como si aquello fuera un riesgo—. Es una niña.
Ante esa orden, el alterado chofer dio un paso hacia atrás, algo que fue notado por la chiquilla, aferrada a su muñeca Elsa, con su impermeable rosa mal puesto y el cabello ya pegado a sus mejillas y cuello. Los dos elevaron la mirada al mismo tiempo cuando un gran paraguas negro fue abierto para cubrirlos, aunque ya ambos yacían remojados.
Conrad miró a su madre, quien fue la que tomó el paraguas de uno de sus guardaespaldas. Sobre su hombro, notó la atención que ya tenían; los celulares elevados lo hicieron suspirar, pero al ver a la temblorosa niña a su lado, terminó acomodándose ante ella, quien lo miró con atención.
—Hey… —dijo, suavizando el tono al ver lo frágil que era esa pequeña figura empapada—. ¿Estás bien, princesa? ¿Te lastimamos?
La niña, que apenas parecía tener unos ocho o nueve años, solo lo miró fijamente. Tenía los labios morados, los dedos temblorosos y el mentón le tiritaba. No respondió. Esos grandes ojos azules se posaron en él como si le examinaran el alma.
—¿Estás sola?
Ella negó con lentitud, mirando hacia una calle lateral, casi sin ver. Entonces, una figura femenina, robusta en apariencia, con un abrigo grande y empapado, más unas maletas a las que parecía aferrarse con su vida, emergió de la oscuridad corriendo, jadeando, con la desesperación escrita en el rostro.
Ni siquiera notó al caballero, porque casi cayó de rodillas, pese al peso de su embarazo, para tomar a la pequeña niña en sus brazos. La abrazó contra su pecho, aunque segundos después la separó para revisarle el rostro.
—¡June! ¡Dios mío, June! No vuelvas a hacer eso, amor, por favor… —incluso sobre el rostro empapado de la mujer de ojos azulados, se notaban una especie de miedo, pena y hasta llanto—. Mi amor, ¿te golpearon? ¿Te duele algo?
Conrad las observó, empapado como ellas, sin poder apartar la mirada. Vio el miedo, la angustia… y también la ternura que brotaba del abrazo entre ambas. Fue el movimiento del abrigo, en esa posición que la dama había adoptado, lo que dejó entrever que esa figura robusta en realidad correspondía a la de una mujer embarazada. Ante ello, el candidato solo pudo suspirar, viendo a su alrededor cómo el tráfico había sido frenado, cómo la línea de vehículos que pasaba ante ellos disminuía la velocidad, y cómo la atención recibida le estaba empezando a incomodar.
Isla, al levantar la vista, se encontró con un hombre apuesto, imponente, de mirada firme y porte autoritario, que sin embargo parecía más confundido que molesto. Lo reconocía. Lo había visto en la televisión y en las pocas noticias que de pronto se atrevía a ver en su celular, porque, por su salud mental, desde hace mucho, Isla había decidido no ver nada más en noticieros y periódicos. Tras acariciarle el rostro a su sobrina, la tomó de nuevo contra su pecho, pero con un beso en su mejilla le indicó que estaba todo bien.
Se incorporó como pudo, aunque pronto la mano fuerte del candidato, casi sin pensar, estaba tomándola del brazo para ayudarla a ponerse de pie. Esos grandes ojos color cielo de Isla Valmour se encontraron por breves segundos con una mirada castaña e intensa de ese hombre que solo aclaró su garganta, notando cómo la embarazada atraía a la niña, cubriéndola ahora con su abrigo.
—Lo siento, lo siento muchísimo. No sé qué pasó… ella solo corrió. Estábamos… —miró a su alrededor como buscando excusas, pero no tenía ninguna que pudiera maquillar la verdad—. Nos estábamos refugiando de la lluvia en el gazebo que hay en el parque —Isla explicó, viendo a Conrad y luego a su madre—. De pronto salió corriendo y… —pasó saliva—. Lamento si le ha causado problemas.
—Debería de ser más cuidadosa con su hija —Isla lo miró con atención—. Agradezca que hay lluvia y estamos en una zona residencial, porque un poco más y esto termina en tragedia.
—Conrad… —Serena intervino ante la sequedad de su hijo, notando a la afectada joven con el mentón tembloroso—. Está embarazada.
—Y por lo mismo, si viene otro menor al mundo, ¡debería ser más cuidadosa con el que ya tiene!