La Elegida del Abismo

Capitulo 5: Arahina se fractura

El cielo sobre Kaialoa se tornaba de un gris enfermo, manchado por vetas púrpuras que no pertenecían a ningún atardecer. El olor a sal y ozono saturaba el aire. Desde las torres de vigilancia, las alarmas vibraban como un murmullo grave que no cesaba. En el muelle sur, los protocolos de emergencia se activaron con precisión mecánica. Las compuertas están selladas. Los mercados están vaciados. Las rutas marítimas están canceladas. Incluso los dirigibles náuticos, orgullosos leviatanes del cielo, fueron llamados de regreso a tierra, anclados por la prudencia.

—Sensor mareográfico en zona tres detecta fluctuaciones no registradas —informó una voz robótica a través de los altavoces de la base.

—¿Mareomagia inestable? —preguntó un operador, mirando la consola con el ceño fruncido.

—No. Algo más profundo… Algo viejo.

En las profundidades del puerto, el agua se agitaba como si algo bajo ella respirara. No era una tormenta común. Y lo sabían. Los habitantes de Kaialoa, acostumbrados a convivir con los caprichos del océano, no salieron de sus casas. Las calles verticales lucían vacías. El cielo se iluminaba a intervalos, pero no por rayos... sino por las pulsaciones azules de las barreras externas activadas a su máximo. Y entonces, cuando todo parecía quedar suspendido en un miedo expectante, un sonido metálico quebró el silencio.

Un dirigible dorado, de estructura pulida y alas ornamentadas con símbolos de Aurelion, atravesó la tormenta como si la hubiera domado. No debía estar ahí. Ninguna nave tenía permiso de vuelo. Pero aterrizó. Los vórtices que lo impulsan brillan con energía estable, indomable. Una bandera ondeaba en su costado: la Casa Vaelquion. Y dentro de aquella bestia aérea… venía el cuarto elegido. El que nadie esperaba que llegara así.

El rugido metálico de los motores del dirigible rompió el silencio tenso de la ciudad. Los sensores mareográficos seguían marcando anomalías, y el cielo —cubierto por nubes negras e inmóviles— parecía contener la respiración. Pero ese dirigible no traía amenazas… o al menos, no las mismas que el mar. Un elegante zepelín dorado descendía lentamente sobre la plataforma central del puerto aéreo de Kaialoa. El emblema de Aurelion relucía a un costado: un tridente sobre un oleaje de plata. Las hélices cesaron su giro y una escotilla se abrió con teatralidad.

De su interior descendió Leandro Vaelquion. Vestía el uniforme ceremonial de la Casa Vaelquion: una capa azul marino con ribetes de oro, una armadura ligera reluciente y un tridente dorado colgado a la espalda. Sus botas resonaban sobre el metal del muelle mientras avanzaba con una arrogancia natural, como si el caos a su alrededor no mereciera su atención. Su cabello dorado caía cuidadosamente peinado hacia un lado. Sus ojos lavanda, inquisitivos y peligrosamente encantadores, se posaron en las tres figuras que lo esperaban. Panthea cruzó los brazos, sin molestarse en ocultar su escepticismo. A su lado, Coeli observaba en silencio, evaluando con una ceja arqueada. Saeko permanecía ligeramente detrás, con la mirada baja y la katana descansando a su costado.

—¿Así que ustedes son las elegidas? —dijo Leandro, esbozando una sonrisa ladeada mientras descendía los últimos escalones—. Creí que tendrían una recepción más… festiva. ¿No hay música? ¿Ni ofrendas? Estoy decepcionado.

—Esto no es una gala de Aurelion —replicó Panthea, su voz afilada como el látigo que colgaba de su cadera—. Estamos aquí para luchar, no para aplaudirte.

—¿Luchar? Yo pensaba que venía a rescatar una ciudad costera sumida en la melancolía —respondió Leandro con una reverencia burlona—. ¿O es que el mar ya les quitó también el sentido del humor?

Un silencio incómodo se extendió. Coeli soltó un suspiro. Saeko no dijo nada. Panthea dio un paso adelante, clavando los ojos en él.

—No estás aquí para lucirte, Vaelquion —mascullo molesta—. Estás aquí porque el mar está despertando otra vez. Y esta vez… no vamos a tener una segunda oportunidad.

Leandro la miró con detenimiento, y por un instante su sonrisa se desvaneció. Pero solo por un instante.

—Tú debes ser la famosa sobreviviente —dijo en voz baja—. La chica sin pasado. El eco del abismo…

Panthea entrecerró los ojos. Apretó los puños. Coeli dio un paso entre ellos, dispuesta a intervenir si era necesario.

—Basta —dijo con voz tranquila, pero firme—. No estamos aquí para pelear entre nosotros. El enemigo está afuera… no al lado.

—¿Y el último miembro? —preguntó Saeko en voz apenas audible—. Falta uno, ¿no?

—Sí —confirmó Panthea sin apartar la mirada de Leandro—. El elegido de Vastara.

Todos alzaron la vista al cielo. La tormenta sobre el mar aún no había comenzado a rugir… pero ya se acercaba.

—No creo que alcance a llegar —comentó Leandro, observando fijamente el cielo nublado—. Una tormenta se avecina, así que ya no hay que esperarlo, solo somos, nosotros cuatro.

—Hay que darlo por hecho —concluyó Coeli—. ¿Por qué no entramos para presentarnos formalmente entre todos?

Las paredes de piedra coralina de la sala de reuniones resonaban con el eco de las voces alzadas. El ambiente, cargado de tensión, parecía condensar la humedad del mar en cada rincón. Admitió Coeli que fue mala idea para ella en cuanto llegaron comenzaron los gritos entre Leandro y Panthea, mientras Saeko los miraba asustada y ella los miraba con resignación, no podía creer que estos fueran los mejores guerreros de sus regiones, eran inmaduros e infantiles, y Coeli tenía que trabajar por ellos para salvar sus regiones.




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