Cierro los ojos.
Mi respiración es lenta y tranquila, a pesar de los crecientes nervios.
Silencio.
Inhalo profundamente, y comienzo.
Mis manos se mueven con gracia sobre mi instrumento, rápidas y seguras en un terreno recorrido miles de veces. Al tocar el violín se sienten en paz, se sienten en casa.
Los oídos se me inundan de música, haciéndome flotar en éxtasis. Abro los ojos y las paredes parecen deshilarse y entretejerse de nuevo entre sí, siguiendo el sonido. Miles de ojos, como luciérnagas, me observan desde la oscuridad, embelesados.
Mi corazón se acopla con la melodía. Lentamente termino por convertirme en música yo misma...
—¡Sofía! —Escucho a una mujer gritar mi nombre, desconcentrándome.
—¡Sofíííaaa! —Reconozco la voz de mamá, que me despierta de golpe e interrumpe mi hermoso sueño—. ¡Dale que se te va a hacer tarde!
Hoy tengo la audición del teatro. Quizás algún día llegue tan lejos como en mis sueños.
Sonrío ante el pensamiento y me levanto de la cama con muchas esperanzas.
Sé que algún día voy a llegar lejos, aunque tarde mil años.
Nunca voy a bajar los brazos.