Capítulo 1
La llevamos hasta el cementerio con el servicio funeral más modesto que pudimos conseguir y gracias a la ayuda del ayuntamiento y de algunas almas generosas que aportaron para que los restos de nuestra madre tuvieran un lugar digno donde reposar. Pero yo sabía que ella no descansaría en paz hasta que se hubiera consumado la venganza de quien nos hizo tanto daño. Marcus nos acompañó en la marcha, sosteniendo nuestras manos y demostrando una vez más que era nuestro único verdadero amigo. Cuando uno está en su peor momento, es cuando conoce quien en verdad te quiere, y ese era Marcus. El hijo único del hombre más rico del pueblo, dueño de múltiples tiendas y hospederías, pero un muchacho dulce al que nunca le verías un asomo de orgullo o prepotencia. Estaba enamorado de mí, lo sabía porque me lo había dicho en varias ocasiones. Me hubiera gustado corresponderle pero a mis veintres años nunca me había enamorado y tampoco lo pude ver más allá que un buen amigo. Caprichos del corazón que no responde a mandatos. De todas formas, valoraba mucho su amistad y me era muy reconfortante tenerlo a nuestro lado. En especial en aquel momento de tanto dolor cuando habíamos perdido lo que más amábamos, nuestro fundamento y el ser sobre el cual giraba nuestra existencia. Ahora nos encontrábamos solas intentando sobrevivir el dolor y las circunstancias. Más aun, con una misión que cumplir.
—Antonella, sé que no es el momento pero entiende que ahora más que nunca necesitas el apoyo y seguridad que yo puedo ofrecerte, además te amo con todo mi corazón ¡Cásate conmigo! —me pidió una vez más luego del sepelio.
Todavía estábamos allí y aun sentía el dolor a flor de piel, pero comprendía perfectamente que aunque una vida al lado de Marcus acabaría con nuestros problemas económicos y me ganaría un esposo amoroso, no lo amaba y no podría unir mi vida a él. Pensaba en la seguridad para los estudios de Rose y el fin de aquella vida miserable y llena de desencantos pero nada de eso me haría aceptarlo. Mi corazón estaba vacío.
Sin embargo, un fuego vengativo comenzaba a encenderse en mi interior. Mi madre era una buena mujer, estoy segura que fue una buena esposa y que no merecía lo que fuera que la separó de mi padre y cualquier cosa que le hubiera hecho la tal Agustina Lafayette. Nuestras vidas hubieran sido muy distintas, estoy segura. No iba a permitir que aquella mujer siguiera tan tranquila sin pagar las consecuencias de nuestra desdicha. Alguien debía pagar por nuestro sufrimiento y de ese alguien ya sabía el nombre y la dirección. Me impuse aquella venganza como misión de vida y allí frente al sepulcro de mi madre derramé amargas lágrimas y le juré que yo vengaría nuestra desgracia. Así me tomara la vida entera, así no tuviera idea de lo que realmente sucedió, así tuviera que remover todo un pasado.
Nuevamente, rechacé la propuesta de matrimonio de Marcus. Nos despedimos y regresé a la casa junto a Rose.
—¿Qué vamos a hacer, Antonella? ¿Cómo vamos a vivir solas sin mamá y sin nadie que nos ayude? —preguntaba Rose con angustia.
—No te preocupes hermana, lo vamos a lograr. Tú seguirás estudiando y yo intentaré trabajar horas extras para que no nos falte nada. Además…—respondí y dejé el pensamiento en el aire porque todavía no sabía cómo iba buscar a esa mujer ni como averiguar qué fue lo que pasó para que pagara por lo que hizo y poder así cumplir la promesa que le hice a mamá frente a su tumba.
—¿Qué cosa? —preguntó Rose intrigada por el aire de misterio de mis palabras.
—No te preocupes por nada. Todo estará bien. —respondí y la abracé con fuerza, como mi madre lo hubiera hecho.
Me quedé absorta observando mi alrededor. Todo lo material que poseíamos estaba allí rodeándonos. Nada valdría más que unos pocos pesos. Nuestro único tesoro fue nuestro amor de familia. Aunque siempre sintiéramos que le faltaba una pieza al juego: Papá. El hombre que mi mamá siempre idolatró aunque no estuviera presente. Del que jamás hablo mal aunque no estuvo para ayudarnos y nos dejó a nuestra suerte. Era la figura lejana de mi memoria, alimentada únicamente por los relatos de mamá de los cuales solo podía tomar por ciertos pero jamás constatar. En ocasiones, me rondaban preguntas por la cabeza. Si mi padre era tan bueno como alegaba mamá, entonces ¿Por qué no estaba con nosotras? ¿Acaso estaba muerto? Y si así hubiera sido, ¿no era mejor que nos lo hubiera dicho? Aquel silencio de mamá era incomprensible y ahora se había llevado el secreto a la tumba. Pero yo estaba dispuesta a descubrir aquella historia y en especial a buscar a la culpable de nuestro desamparo. A como diera lugar, a cualquier precio.
***
La quietud de la mañana siguiente fue interrumpida por los golpes incesantes en nuestra puerta. ¿Pero quién demonios nos visitaba a aquellas horas de la madrugada? ¿Acaso no saben que estamos en duelo?
Era el señor Robertinni, dueño de la casa que ocupábamos y su visita solo podía significar una cosa: El cobro de la renta.
Abrí a desgano y luego de un saludo expresando condolencias que me supo falso y a llana cortesía, procedió a indicarme que la renta llevaba tres meses de atraso y no podría esperar más. En palabras sencillas: o pagábamos o nos tendríamos que ir.
Si no fuera porque me propuse ser fuerte de ahora en adelante hubiera caído redonda al suelo de la impresión. ¡Tres meses de atraso! Ni siquiera sé porque me asombraba. El poco dinero que entraba al hogar se nos iba en alimentos, pago de utilidades y medicinas para mamá. Entonces no tuve otro remedio que humillarme, quitarme de encima el halo de dignidad y rogar que nos diera un plazo para ponernos al día. Poco faltó para arrodillarme ante él. No lucía convencido pero a fuerza de ruegos y suplicas nos dio una semana de plazo. Se retiró incomodo, como si en verdad no quisiera hacernos esto. Quizás en el fondo es una buena persona pero deudas son deudas y hay que pagarlas.