La Esposa Cruel

Capítulo 2

Capítulo 2

 

Encontré demasiadas personas con ese mismo nombre.

Aquel nombre (en especial el apellido) era más común de lo que imaginaba. Decidí entonces estrechar mi búsqueda a los lugares más cercanos a nuestro pueblo, a la ciudad y al país. Lo que sí tuve claro es que el apellido parecía de abolengo. Tal parece que ninguna persona con ese apellido fuera pobre. Encontraba puros dueños de joyerías, inmobiliarias, políticos y ejecutivos de alto nivel. ¡Era hasta el nombre de una ciudad!

Terminaba agotada con mi búsqueda que se había vuelto frenética y obsesiva. Ya no me limitaba a la investigación en línea, sino que además me fijaba en los rostros de las mujeres que me encontraba en la calle, las clientes del restaurante que me limitaba las horas que podía dedicar a esto, y hasta en cada página del periódico que pasé despacio, intentando tropezarme con algo que me diera luz.
Se puede decir que aquella búsqueda incesante se tornó ridícula y que el refrán de buscar una aguja en un pajar nunca tuvo más sentido. Era cierto, tenía poquísimas posibilidades de que por providencia divina me encontrara a esa mujer pero cualquier gestión que hiciera, me parecía bien pues cumplía con el último pedido de mi madre. Eso era todo lo que me importaba.

Las hojas del calendario iban menguando. Días, semanas, meses…

Estaba agobiada.

Sin embargo, una tarde cualquiera adentrándome de una forma más exhaustiva en el buscador de internet, tropecé con un rostro que me golpeó el pecho tan pronto puse los ojos en su imagen. Era una señora elegante, de poco más o menos la misma edad que tenía mi madre. Podría apreciarse su alcurnia de solo mirarla. Un maquillaje perfecto, un peinado impecable, ropas que lucían ser finas. Pero de todo lo que se apreciaba, lo más llamativo era el collar que lucía en su cuello. Una réplica del brazalete de mi madre. El mismo estilo, los diamantes y esmeraldas colocados en el mismo patrón.  Como si hubiera sido un dúo de piezas hecho para lucirse en conjunto.

Casi brinco del susto al verlo.

Quise mostrarle la foto a Rose solo para observar su reacción y asegurarme que no era una idea descabellada de mi imaginación ni un empeño que me hacía ver lo inexistente. Quedó tan impresionada como yo con aquel parecido. Para sellar el asunto, también se lo mostré a Marcus y tuve la final demostración que mi hallazgo era factible. A él también le pareció poco común la semejanza entre ambas joyas.

La magia del internet jugaba a mi favor. Enfoqué la imagen del collar que lucía aquella dama y utilizando una aplicación del teléfono logré obtener información sobre la pieza. Había sido creada cerca de la fecha de mi nacimiento por un artista orfebre de gran renombre y vendida en una de las joyerías más exclusivas de Nueva York, con filial en la capital. Estaba contenta con el descubrimiento. Poco a poco iba a llegar hasta aquella dama. Para mayor fortuna, traía adjunto el nombre del fotógrafo. No dude en localizar el número telefónico de su estudio. Llamé nerviosa y me contestó una señorita que parecía ser nueva en el oficio y no pudo explicarme nada del trabajo fotográfico que me interesaba. 

Hablé con Marcus para ponerlo al día con ese descubrimiento y mis nuevos avances. Me dijo que se quedó pensando en la dama de la foto y que dado a que su padre era un gran empresario y de muchas relaciones en el mundo de los negocios, le preguntaría si conocía a la dama o cualquier cosa que pudiera saber sobre la prenda. Me pareció bien porque había que intentarlo todo y nada se perdía con preguntar. Esperé ansiosa el resultado de sus averiguaciones.

El teléfono sonó. Marcus estaba casi tan emocionado como yo. Me contó lo que descubrió sin pausas, fluyendo a borbotones la noticia, como si se desbordara un rio por las calles secas.

—¡Creo que hemos dado con ella! —me afirmó con aplomo.

—¿Hablas en serio? ¡Dime! —no podía contenerme. De haber podido, me hubiera introducido por dentro del teléfono para apurar sus palabras. ¡La ansiedad se apoderaba de todo mi ser!

—Papá me contó que se le parece a la hija de un antiguo socio de mi abuelo. Allá para los años cuando apenas comenzaban los negocios de la familia. Dijo que el paso de los años obviamente la hace lucir mayor y que le ha cambiado la apariencia pero que estaba casi seguro que era ella. Cuando le pregunté el nombre del socio, me dijo… ¡Henry Lafayette! ¿Puedes creerlo? —casi gritaba tras el auricular.

Estaba extasiada. Cada día me acercaba más a ella.

Marcus me comentó que su padre no mantenía ningún contacto con el señor Lafayette y que no sabía si estaba vivo, que de estarlo tendría que ser ya un anciano. Dijo que fue un reconocido joyero y que la última dirección que recordaba era en la ciudad capital, a muchos kilómetros de donde vivíamos. Le agradecí profundamente toda la información y terminé la llamada.

“Estoy acercándome a ti, Augusta Lafayette…” era todo lo que tenía en mi pensamiento.

Compartí todo el descubrimiento con Rose y no lucía tan entusiasma como hubiera esperado.

—¿No te parece que se te está yendo la mano con todo esto, Antonella? Te estas obsesionando. Quiero, decir, cualquier cosa que esa señora nos hizo, ya es el pasado. Quizás deberíamos olvidarlo todo…—señalaba Rose.

—Pero...¿Te has vuelto loca? Le prometí a mamá que le haría pagar a esa mujer todo lo que nos hizo…la vida miserable que llevamos…—respondí con indignación.

—No ganamos nada con eso, nada nos hará recuperar lo perdido…—insistía.




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