La Esposa Cruel

Capítulo 4

Capítulo 4

 

Decidí explorar primero la dirección que me dio mi madre.

Tenía la esperanza de encontrar al menos una pista sobre el actual paradero de la señora Lafayette en caso que ya no viviera allí. Reconozco que era una actitud bastante optimista pero me alentaba imponerme este tipo de metas. Busqué la localización exacta en el GPS, siendo que no conocía aun la ciudad, este sistema prodigioso de la tecnología era mi mayor aliado. Quedaba a media hora en auto y ni soñar con echar caminata hasta allá. Así que revisé con cuidado el itinerario de viajes del autobús colectivo y conseguí sin mayores problemas la parada justa en la que debía bajar. No voy a negar que en principio me intimidara la idea de moverme sola por aquel ambiente desconocido de gran ciudad pero yo estaba dispuesta a intentarlo todo.

A través de la ventana pude notar como cambiaba el escenario. Una serie de casonas con jardines bien cuidados me dieron la idea que estaba adentrándome a una zona residencial mucho más exclusiva que el promedio. Hermosas residencias con picos de árboles cipreses adornaban las bien asfaltadas calles. Es impresionante ver cómo cambian los paisajes según el poder adquisitivo de sus habitantes.

Revisé nuevamente la dirección y eché a andar.

543 Valle Real.

Así mismo lo vi escrito en la entrada de la mansión que tenía frente a mí. Aquel lugar daba exacto con la ubicación que mamá me había entregado. Me quedé observando, imaginaba que en aquella casa no conocían ni la mitad de las penurias por las que nosotras habíamos pasado y me resultaba complicado imaginar qué relación podían tener los residentes de esa casa con nuestras vidas cuando eran tan evidentemente opuestas. Pero algún hilo nos ataba.

Toqué el timbre y esperé ansiosa.

Una mujer mayor y de aspecto humilde vino a saludarme. Casi no me dejó a hablar y de buenas a primeras me dijo que yo tenía buen aspecto y que ojalá y cumpliera los requisitos porque le urgía ayuda en la cocina y en la limpieza general de la casa. Me miró de arriba abajo.

—Se nota que acabas de llegar a la ciudad. No te preocupes, aquí estarás bien. Espero que no tengas antecedentes penales y que seas buena trabajadora. Mira que la última chica…—hablaba sin parar.

Tuve que interrumpirla.

—Disculpe, pero yo solo quería hablar con la señora de la casa —.

Me miró fijo, esta vez con escepticismo.

—¡Yo soy la señora de la casa! ¿Quién te creías que era? ¿La sirvienta? —replicó enfadada.

Me disculpé como pude, se me quedaron las palabras atoradas en la garganta. Si ella era la señora de casa, entonces definitivamente no era la señora Lafayette. No podía haber dos seres más distintos.

—Estoy buscando a la señora Lafayette —le dije sin más, ya deseosa de terminar aquel encuentro.

Se rio de buena gana y me relajé al ver que al menos ya no lucía ofendida.

—Has llegado veinte años tarde, muchachita. Ella era la antigua dueña de esta casa. Se la vendió a mi marido, que en paz descanse —respondió.

Mi cara de decepción debió de delatarme porque intentó ayudarme aun si pedírselo y pareció perdonarme pronto mi mal juicio.

—Su familia era dueña de varios negocios en la ciudad, eran muy conocidos. En especial trabajaban con joyería exclusiva. Quizás todavía le queden negocios en el centro de la ciudad…—.

Me fui de allí descartando aquel lugar. Iba caminando hacia la parada de autobuses cuando sentí un automóvil disminuir su velocidad al acercarse a mí. Me negué a mirar en su interior y apuré el paso. Siempre he sabido sobre los peligros de la ciudad, así que me puse en modo de alerta. Mi visión periférica pudo distinguir un buen auto con un conductor y sin pasajeros.

“Hola, guapa…¿quieres que te lleve?” alcancé oír de una voz con entonación profunda y varonil.

Volví a apurar el paso. Miré hacía la desolada parada de autobuses y me pareció distante, mucho más que un minuto atrás. Estaba asustada y comenzaron a temblarme las piernas. Esto no era lo que tenía en mente para un primer día en la ciudad.

El auto continuó su marcha a mi lado sin darme tregua. Entonces eché a correr. No lo pensé. Simplemente el miedo me dominó a tal punto que no pude evitarlo. No supe que hacer. Titubeaba entre seguir hasta la parada de autobuses o devolverme donde la señora.

El conductor se detuvo junto a la orilla de la carretera y corrió tras de mí. No le costó demasiado alcanzarme y me detuvo sosteniéndome por el brazo del que logré zafarme. No lo había observado hasta entonces. Era un hombre atractivo, de algunos treinta años. Tenía el cabello abundante  y con corte moderno. Vestía buenas ropas. La mandíbula cuadrada y de su piel lustrosa emanaba sudor producto seguro de la carrera. Pero lo más llamativo eran sus ojos oscuros y de mirada profunda. Un chispazo de brillo que casi sentí iluminarme. Lo vi morderse el labio inferior antes de hablarme y no pude evitar notar su boca exquisita.

—No te asustes, chiquilla. No te haré nada malo y no he querido asustarte. Solo deseo ofrecer llevarte a dondequiera sea que vayas.

Era guapo en verdad, un cuerpo atlético que no en balde pudo alcanzarme sin mayor esfuerzo pero me alejé de él instintivamente sin responderle nada. El autobús llegó y me escabullí para entrar. Por fortuna, el misterioso hombre no me persiguió. Me senté junto a la ventanilla y nos quedamos mirando.




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