Capítulo 5
En aquel nuevo día nuestra misión era intentar dar con algún negocio de los Lafayette según la información que nos consiguió Marcus a través de su papá. Con un poco de suerte en la ciudad podría quedar aquella filial de la joyería neoyorkina. Información compatible con la que me ofreció la dama que equivoqué por sirvienta el día anterior.
“Esto va cuadrando…”—Pensé.
Nos dirigimos a la parte más céntrica de la ciudad, donde el comercio es un bullicio y los establecimientos se sitúan uno tras otro ofreciendo toda clase de negocios que no estábamos acostumbradas a ver. Se me llenaban los ojos de tanta mercancía, la mayoría inaccesible para nosotras. Es impresionante porque en el pueblo apenas teníamos lo indispensable pero estas calles estaban repletas de negocios, vendedores ambulantes, gente de aquí para allá, restaurantes de todo tipo y un mundo entero que no conocíamos. Los anuncios vibrantes y luminosos nos atrapaban la vista.
Nos detuvimos frente al edificio que correspondía a la dirección. No parecía un negocio ni una tienda, más bien lucía como una pequeña hospedería situada en el corazón de la ciudad.
Preguntamos por el dueño. Nos miraron extrañados, como si fuéramos sospechosas de algo ¡y solo por una pregunta! Al final, nadie pudo relacionar el apellido Lafayette con nada. Primer intento, primera derrota.
Seguimos indagando. Alguien tenía que saber algo de una familia que fue tan reconocida e importante en aquella ciudad. Los resultados no fueron halagadores. En algunos establecimientos apenas nos veían llegar y nos decían que no tenían vacantes y que el puesto de limpieza ya estaba ocupado. Así estuvimos casi toda la mañana, de acá para allá sin encontrar si quiera la más remota pista de los negocios Lafayette. En la última búsqueda de internet que había realizado, el apellido lo relacionaban a una cadena de megatiendas, nada que ver con joyería. Decidimos casi resignadas dirigirnos hacía allá como último lugar de búsqueda de la mañana. Nos moveríamos a otra cosa si allí tampoco encontrábamos nada.
—¿Les puedo ayudar en algo? —nos preguntó un caballero que lucía un impecable uniforme de anfitrión.
Nos miró con algo que parecía lástima, o tal vez solo me pareció porque después de tantas suposiciones que nos hacían al vernos llegar, ya nada me sorprendía.
Preguntamos sin preámbulos.
—Nos interesa saber quién es el dueño de la tienda —preguntó Rose.
El hombre sonrió. Ahora sí estaba segura que nos tomó lastima. Dos chicas pueblerinas preguntando por el dueño para pedir crédito como si esto fuera una tiendita de barrio, seguro pensó.
—La cadena de las megatiendas no tienen un solo dueño, la administra una junta administrativa.
—Pero alguien debe ser el dueño…alguien debe ser el socio mayoritario —riposté con alza de voz mientras Rose con discreción me halaba por la manga del vestido por miedo a que soltara algún improperio indecente. Bien que me conocía que ya estaba perdiendo la paciencia.
—Por supuesto que sí, jovencita —respondió.
—Entonces…¿nos va a decir o está guardando un secreto militar? —repliqué enfadada.
El hombre carraspeó y Rose me dio un disimulado pisotón para que me calmara.
Creo que el caballero se disponía hablar, podría jurar que lo vi abrir la boca para hacerlo. Pero fue interrumpido por la llegada de la persona que yo menos esperaba.
Llegó él…
Como una aparición.
Cautivándome aún más que el día anterior y haciendo que me paralizara incapaz de pronunciar palabra.
El hombre de ayer, el que se ofreció a llevarme y corrió tras de mi para alcanzarme, el que me pidió que le dijera al menos mi nombre. Allí estaba en carne y hueso. Quizás más guapo que el día anterior, quizás más seductor…
—¿Algún problema por aquí? —dijo entre serio y sonriente.
Estaba segura que me había reconocido y que sabía que yo también lo recordaba. Vestía atuendo elegante como en el día anterior solo que ahora lucía comedido y profesional. Sus ojos se posaron en los míos y fue como si pudiéramos comunicarnos tan solo cruzando la mirada. El caballero anfitrión fue quien rompió el hechizo con sus palabras.
—Me alegro que haya llegado, señor. Aquí las jóvenes preguntan por el dueño de la tienda y bueno…—le informó.
—¿Qué le has respondido? —preguntó sin dejar de mirarme.
—Que tenemos una junta que administra y que…—respondió pero él lo cortó en medio de la oración y le dijo que no se preocupara, que él se encargaría. El caballero se despidió sin más y se fue a reanudar sus labores.
Allí nos quedamos los tres.
La gente entraba y caminaba por los pasillos, se escuchaban anuncios por el altavoz y sentí deseos de marcharme y no preguntar nada más. Tomé a Rose del brazo dispuesta a salir de allí.
—¡Vámonos! —le dije a Rose quien no entendía nada.
—¿Por qué las prisas? Creí que habían venido a buscar algo…—cuestionó él con tono conciliador.