Capítulo 6
Al siguiente día me disponía a presentarme en la tienda para solicitar el empleo ofrecido. Miré la tarjeta nuevamente. Giancarlo Morelli – Gerente General. Hoy lo volvería a ver. Eso me causaba emociones contrapuestas. La estúpida alegría de saber que lo volvería a ver y el recelo que me causaban sus intenciones, fueran las que fueran.
—Por favor, Antonella…déjame ir contigo. A mi también me gustaría comenzar a trabajar. ¡Lo necesitamos! —imploraba Rose insistente.
—Ya te he dicho que tú vas a estudiar. Vamos a buscar una universidad para ti y vas a sacar una carrera profesional—le repetí.
Ella me miraba atravesada. Sé que le disgustaba que yo tomara posturas de madre pero así debía ser. Traté de convencerla de que era lo mejor para ella y su futuro.
—Comprende, Rose…si comienzas a trabajar, te olvidarás de estudiar. Comenzaras a ganar dinero y ya no habrá forma que te desacostumbres. Entonces, serás una simple empleada de tienda toda tu vida. ¡Tú tienes potencial para mucho más! — intentaba convencerla.
Se quedó molesta pero ya no ripostó. Estoy segura que en fondo reconocía que le decía la verdad. Si alguna tenía que esforzarse para que ella pudiera estudiar, era yo. Es lo que mamá hubiera querido para ella, es lo que me correspondía hacer como hermana mayor.
—Quédate aquí y busca toda la información que puedas sobre universidades y estudios. Nos vamos a enfocar en eso, te lo prometo —le dije y creo que logré convencerla aunque no del todo.
—Bueno, pues al menos llámame en cuanto salgas de la entrevista. Me da un poco de miedo que vayas a ver a ese hombre otra vez…—.
—Estaré bien, no te preocupes. Te llamaré en cuanto salga.
Salí de allí con el corazón en la garganta. Estaba nerviosa por todo. Por la posibilidad de un empleo, por el nuevo mundo al que me enfrentaba, por el giro que habían tomado nuestras vidas en tan poco tiempo y en especial…porque volvería a verlo.
Me había puesto mi mejor vestido. El cual quizás era lo que desecharía otra persona pero en mi caso era lo mejor que tenía. Rose y yo habíamos decidido comprar alguna ropa para vernos al menos presentables. Sabemos que la vestimenta es la primera carta de presentación y una inversión ineludiblemente necesaria.
Llegué temprano y bastante nerviosa aunque intentando no mostrar el terremoto que llevaba por dentro. Nuevamente el caballero anfitrión está allí y me recuerda del día anterior. Esta vez quiero mostrar buena disposición y mejor actitud. Estoy segura que para comenzar con buen pie debo ganarme este caballero. Los de abajo serán los que nos ayuden a llegar arriba ha sido siempre mi pensar.
Hago alarde de mis buenos modales y lo saludo.
—Buenos días, caballero. Estoy aquí para una entrevista de trabajo con el señor Giancarlo Morelli. ¿Sería tan amable de indicarme su oficina? —.
El buen hombre sonrió.
—Buenos días, señorita Es un gusto verla otra vez por aquí. Sin embargo, me temo que el señor Morelli no vendrá hoy. Verá…tiene muchos otros lugares donde estar y acá solo se presenta de vez en cuando. Ayer fue uno de esos días, por cierto…—respondió.
Pero…¿Qué se ha creído ese soberano idiota? ¿Qué puede ilusionarme así y luego desaparecer? —pensé.
Seguí con apariencia imperturbable. No mostré mi furia porque no deseaba que por un impulso alocado fuera a perder una oportunidad de trabajo. No obstante, mi rostro desencajado implicaba que necesitaba ayuda. El caballero lo pudo notar.
—No tiene que preocuparse, señorita. Él no está pero tenemos una persona encargada de reclutar personal y es quien va a atenderla. Esa no es tarea del señor Morelli, de todas formas. Pero vaya… no la distraigo más. Pase por aquí…—me instruyó mientras hacía un gesto con la mano señalando el camino.
Me hizo pasar por un largo pasillo y caminamos hasta llegar frente a una puerta con un rótulo de Recursos Humanos. Entramos luego de un leve toque en la puerta anunciándose ante la mujer que ocupaba el único escritorio de la oficina. Era un lugar pequeño pero decorado con delicadeza y elegancia.
—Disculpe, pero ha llegado la joven de la entrevista —anunció el anfitrión y se retiró de inmediato dejándonos a solas.
Luego de los saludos protocolarios, comenzaron las preguntas que respondí lastimosamente. Sentía que moría de vergüenza.
—¿Cuántas palabras puede escribir por minuto?
—Soy rápida si miro el teclado —.
—¿Con cuál sistema de contabilidad está familiarizada?
—Con ninguno.
—¿De qué universidad se graduó?
—De ninguna.
—Ya veo…pero supongo que tiene alguna experiencia en administración, ¿cierto?
—Solo he administrado mi vida…
La señora se quedó observándome y creo que le parecían graciosas mis respuestas porque se contenía para no reírse. Aquello me dio rabia. No llegué hasta allí para que se burlaran de mí. Por supuesto, nuevamente me contuve y traté de ser cortés al despedirme.