La Esposa Cruel

Capítulo 7

 

Capítulo 7

 

Pensaba que Rose no me lo creería cuando le contara.

Le había dicho que la llamaría en cuanto saliera de allí pero esta noticia tenía que dársela en persona. Tomé deprisa el autobús de regreso todavía tratando de asimilar lo que acababa de pasar. Estaba feliz y asustada, tal vez más asustada que feliz. Me dijeron que podía comenzar a trabajar aquel mismo día pero rehusé con cortesía y negocié para comenzar al siguiente.

Llevaba una maraña de pensamientos en mi cabeza. No lograba asimilar porque aquel hombre que apenas me conocía me había reservado un puesto de confianza en su negocio. Era un empresario importante ¡Nada más y nada menos que el dueño! Yo era tan solo una chica de pueblo tratando de abrirme paso en la ciudad y vine a dar con semejante lotería.

—Demasiado bueno para ser cierto —espetó Rose escéptica en cuanto le conté. Traía una expresión de incredulidad que no pude hacerle cambiar por más que intenté.

—Quizás vio que tengo potencial, que puedo aprender el oficio y que…—continuaba con mis intentos de convencerla.

—Tal vez lo que le interesa es otra cosa…no te fíes.  Nadie da tanto a cambio de nada.

Me quedé en silencio. No podía rebatir toda aquella lógica. Yo misma lo hubiera pensado si el caso hubiera sido a la inversa y el ofrecimiento para ella. Nuestra madre solía decirnos: “Piensa mal y acertarás...”

Para calmar sus objeciones, le hice la promesa que a la primera que viera intenciones extrañas, renunciaría al puesto. Con eso logré apaciguarla y a decir verdad, ese era mi plan y me propuse acatarlo. No daría pie a habladurías en el lugar trabajo y en especial exigiría respeto. Con eso, dimos por cerrado el tema.

Luego Rose me contó entusiasmada que después de tanta búsqueda le parecía haber encontrado una universidad para ella. Pudo hacer solicitud de entrada y beca y ahora solo faltaría esperar respuesta. Me dio muchísima alegría. Pensaba en mamá y en lo orgullosa que estaría de nosotras si pudiera ver que poco a poco estábamos superándonos en la vida. Tal como ella lo hubiera deseado.

Marcus había llamado a Rose.

—Me marcó a mí porque no te encontró. Ya sabes cómo es…yo no existo…—lamentó Rose.

—No seas tontita, a ti también te quiere —respondí.

No contestó el esperado “sí, ya lo sé.” Su rostro se tornó sombrío. Anunció de pronto que iba a darse un baño y desapareció tras la puerta. Cosas de adolescentes, supongo.

Acto seguido, el teléfono sonó con una nueva llamada de Marcus. No le había casi marcado desde que nos mudamos salvo muy breve el primer día y solo para decirle que estábamos bien. Lo puse al corriente de todo. Le conté sobre lo que habíamos avanzado en cuanto a vivienda, estudios de Rose y mi futuro trabajo. Se puso feliz por nosotras.

—¿Y cómo vas en tu búsqueda de la misteriosa Augusta Lafayette? —preguntó entonando la voz como en anuncio de película de misterio. La pronunciación me causó risa.

—He tenido algunos avances. No es fácil pero al menos algunas cosas las he podido descartar. Ya no vive en aquella dirección y tampoco existe una joyería perteneciente a ningún Lafayette. Es un trabajo arduo este de buscar a ciegas…

—¿Ya te rendiste? Mira…que hasta tengo intriga con eso. Estaba pensando darme la vuelta por la ciudad para verte y ayudarte en tu búsqueda.

Le agradecí y terminamos la llamada en que más adelante nos pondríamos de acuerdo. La expectativa de mi nuevo empleo ocupaba todo mi pensamiento. No que hubiera echado de lado mi búsqueda y mucho menos olvidara que tenía una promesa que cumplir, es que estaba en un punto de gran expectativa, arrebatada por el temor de saber que comenzando desde mañana estaría cerca de aquel hombre que me inquietaba, que me dejaba en la incertidumbre sin saber que pretendía, que alborozaba mis sentidos y se paseaba por mi mente desde el día que lo conocí. Me inspiraba a querer tenerlo cerca, a conocerlo, a buscarle la verdad en su mirada. A la misma vez me hacía un caos ante su presencia, el corazón a galope, la piel erizada con solo pensarlo. Aquello no lo había sentido nunca antes y no sabía cómo llamarlo. Un enigma, un pavor y una alegría ¿Qué seria aquello?

***

Llegué tarde en mi primer día de trabajo.

El autobús que era tan puntual como un reloj suizo no llegó a tiempo. Algunos en la parada comentaban que estaba averiado y enviarían otro de suplente ¡Que mal día para semejante imprevisto! Estaba desesperada y no sabía qué hacer. No me imaginé que sufriría tal contratiempo y, por supuesto, no tenía preparado ningún plan de contingencia. Detuve al primer taxi que encontré. Salvo a que aquel auto volara,  seguro llegaría tarde.

El tramo se me hizo eterno. Entré apurada teniendo ya quince minutos de atraso. Esa no era la primera impresión que deseaba dar. En la puerta se encontraba Vincent, ya me había familiarizado con el nombre del caballero anfitrión quien era la primera cara con que tropezaba al cruzar las puertas mecánicas.

—Buenos días, Vincent —saludé ofuscada, casi sin aliento y muerta de la vergüenza por la tardanza.

Sonrió resignado y luego de devolverme el saludo, me informó que ya me esperaban.




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