Capítulo 11
—Es que no puedo creerlo, Antonella. De verdad me decepcionas. ¿Cómo es posible que prefieras irte a una fiesta de gente desconocida en lugar de pasarlo juntas con Marcus? ¡Ha sacado estos días para estar con nosotras y así le pagas! —Rose recriminaba sin pausas.
Traté de hacerla entrar en razón pero no había caso. Comprendía sus razones pero no iba ahora a decirle al señor Morelli que no iría con él.
—¿Por qué no lo dijiste antes? A ver…¿por qué vienes ahora a decirme esto? —insistía.
Le expliqué que no deseaba decirlo frente a Marcus, porque temía que lo tomara a mal. Cuando me preguntó porque tampoco se lo había dicho a ella sino hasta el último minuto, no supe que decir…por miedo, por cobardía…¡Qué sé yo!
—Creo que en el fondo sabes que te estas metiendo en aguas profundas…—espetó.
Debo reconocerlo.
Admito que acompañar al señor Morelli a la fiesta era un paso en falso, algo que no tenía nada que ver con nuestro trabajo y que al haber aceptado la invitación lo hacía porque en el fondo estaba deseosa de compartir junto a él. Su magnetismo sobre mí era algo que no lograba descifrar, me hacía vibrar de un modo distinto, algo mucho más allá de la relación de un jefe y su empleada. Eso era peligroso…aguas profundas sin duda.
El sábado llegó y pude llegar a un feliz término medio con Rose y Marcus. Pasaríamos la mañana y parte de la tarde juntos los tres y luego yo regresaría para prepararme para la fiesta. El señor Morelli enviaría un taxi a recogerme y llevarme hasta el salón donde se llevaría a cabo la fiesta.
Marcus lo tomó mejor de lo que hubiera imaginado y Rose estaba tan feliz que dejó a un lado los reproches. Le conté que era un asunto de trabajo y ahí murió el asunto. Nos divertimos paseando por la ciudad, almorzamos juntos, nos reímos a carcajadas recordando nuestra vida en el pueblo y la pasamos genial.
Llegada la tarde los dejé y me regresé a la casa. Había conseguido un maravilloso vestido para la ocasión que nadie notaria fue una ganga en una tienda de segundas manos porque lucía estupendo y era mi talla. El nerviosismo lo traía a flor de piel, me encargué que todo fuera perfecto, el maquillaje, los zapatos de tacón alto, el cabello, hasta me hubiera puesto el brazalete de mamá de haberlo tenido.
Ya caía la noche cuando iba de salida y me crucé con Rose y Marcus que regresaban.
—¡Pero que hermosa estás! —me halagó Marcus mientras Rose no podía disimular que no aprobaba aquella salida y prefirió no decir nada. Su cara lo decía por ella.
—¿En serio? ¿Te parece? No es más que un traje de segundas y un poco de maquillaje…—dije intentando restarle importancia.
—Pues igual la reina de Inglaterra jamás se ha visto más guapa…—continuaba alabando mientras Rose persistía en su mutismo, observando en silencio.
—¿Necesitas que te lleve? Puedo hacerlo, tengo el auto justo ahí afuera —ofreció Marcus.
—Te agradezco pero no hace falta. Han enviado un taxi a buscarme —. Justo cuando declinaba su ofrecimiento sentí un auto llegar y me apresuré a salir.
—Creo que ha llegado. Me voy…y no se preocupen que avisaré cuando haya llegado para que sepan que todo está bien. Prometo llegar temprano —me despedí sonriendo ansiosa y salí a abordar el auto.
Al llegar afuera, noté un automóvil lujoso, demasiado para ser un taxi. No me atreví a dar otro paso adelante por temor a estar equivocada. Margot estaba fuera, atendiendo las flores de su jardín y se sorprendió al verme.
—¡Te ves hermosa, Antonella! —me gritó a lo lejos pero yo solo escuché su voz como un eco distante porque en ese preciso momento el señor Morelli se bajaba del formidable auto. Quedé de una pieza al verlo.
Estaba vestido de etiqueta impecable, lazo negro y puños con gemelos dorados. Lo vi más alto que nunca y su sonrisa reluciente me hizo bajar la guardia. Caminó hacia mí al ver que me había quedado petrificada en el último escalón, incapaz de moverme. Me ofreció su brazo mientras decía: “Te ves radiante.”
—Gracias, señor. No imaginé que vendría usted mismo a buscarme. Me dijo que enviaría un taxi —.
—Si te lo hubiera dicho, ¿lo hubieras aceptado? —preguntó.
—Seguramente no—.
—Ya ves por qué no te lo dije…—respondió con una sonrisa.
Eché un fugaz vistazo a la ventana de nuestro apartamento y me percaté que Rose y Marcus nos observaban por la ventana. Me ruboricé. No quería ni imaginar lo que estuvieran pensando.
—Vámonos, por favor , señor Morelli —le pedí.
—Por supuesto…pero con una condición —respondió.
Lo miré intrigada.
—¿Cuál? —.
—Que al menos por esta noche me llames Giancarlo y no “señor Morelli”
Sonreí.
—De acuerdo, solo por esta noche…—advertí.
Nos fuimos felices.