La Esposa Cruel

Capítulo 16

Capítulo 16

 

Aquella tarde acordamos encontrarnos en un apacible parque, no muy lejos de nuestro lugar de trabajo.

Es un lugar bonito donde el verde del césped combina con las banquetas de madera y arbustos amarillos delinean una vereda que bordea el lugar. Llegamos cada cual por su cuenta pues yo salí antes y Giancarlo tuvo un retraso atendiendo un asunto de última hora.

Al fin estábamos allí reunidos. Contentos de estar juntos como cada vez pero teniendo presente que aquel encuentro iba a ser el preámbulo de nuestra decisión.

Luego de una corta caminata por la vereda, decidimos sentarnos en una de las banquetas que daba al paisaje de un pequeño puente ornamental.

—Ya estamos aquí…quiero que me cuentes todo lo que desees contarme y que me preguntes todo lo que desees saber. Cuando sea hora de irnos, espero que se haya despejado cualquier duda que tuvieras — dijo Giancarlo estableciendo el ambiente de la conversación.

Decidí comenzar con mi parte.

Le conté mi vida a grandes rasgos. Le hablé de la pequeña composición en mi familia, de mi padre del que apenas tengo un lejano recuerdo, y de la reciente muerte de mi madre. Me permitió hablar a mi ritmo, escuchando atento y haciendo gestos de afirmación o negación según lo que estuviera diciendo en el momento. Fue tierno y compresivo en todo momento. Le dije que no tenía nada, no poseía ningún bien material porque ni siquiera la casa en la que vivíamos en el pueblo nos pertenecía. Le hablé sobre como mi hermana Rose y yo luchábamos por sobrevivir, cada una esforzándose en sus deberes.

Todo lo que le relaté lo pudo asimilar con facilidad. Siempre estuve segura que mi origen humilde no sería un impedimento para continuar nuestros planes porque a estas alturas lo reconocía como un hombre sin prejuicios o malas intenciones. Aquello no sería motivo de objeción, estaba segura. Sin embargo, el tema de la venganza que mi madre me pidió que tomara me parecía un asunto espinoso para contar, quizás hasta posible objeto de censura o difícil de comprender. No obstante, me pareció demasiado importante como para omitirlo solo por evitarme un disgusto.

—Hay otra cosa que debo contarte…—añadí.

—Tú dirás…—.

Me sentí conmovida de hablar de ella como suele suceder cuando hablamos de alguien que es demasiado importante para uno y teme que lo dicho vaya hacerlo lucir mal. Se trataba de mi madre, quien fue lo más importante e influyente en mi vida y por cuyo recuerdo sentía verdadera devoción. Intenté, por lo tanto, contar lo necesario, sin necesidad de caer en detalles excesivos.

—Cuando mi madre estaba en su lecho de muerte y ya casi a punto de abandonar éste mundo, me hizo jurarle que me vengaría de una mujer que no conozco pero a la que acusó de toda nuestra miseria y de la muerte de papá —solté deprisa, sin pensarlo demasiado para no tener tiempo de arrepentirme.

El me miró extrañado. Supongo que se le hizo difícil concebir deseos de venganza en una mujer que le describí como buena y amorosa. La contradicción era evidente pero se abstuvo de comentarlo.

Continué mi relato mientras él escuchaba atento.

—Antes de morir me entregó un papel con una dirección. Ya visité el sitio y no la encontré. No solo eso, sino que tuve que descartar todo el resto de información que logré recopilar porque nada concuerda, no quedan rastros, es como si se hubiera perdido en el tiempo…Llegó el momento que desistí y he dejado de lado esa búsqueda —.

—Quizás yo pueda ayudarte…no sé…conozco mucha gente en la ciudad….¿Una vieja dirección es todo lo que tienes? ¿No te ofreció alguna otra cosa? ¿Otra información? —preguntó ya movido por la intriga.

—También nos dejó un objeto que jamás imaginé que mi madre guardaría. Se trata de un brazalete, un auténtica joya de esmeraldas y diamantes —añadí.

—¿Hablas en serio? —preguntó asombrado.

—En efecto. Su valor me fue confirmado por un joyero de renombre y buena reputación. Solo que no tengo idea que tenga que ver ese brazalete con todo lo demás. Por ahora, no lo tengo conmigo. Lo he empeñado a un buen amigo y con ese dinero nos hemos mudado a la ciudad. Estoy ahorrando dinero para poder recuperarlo —añadí.

A Giancarlo la historia le parecía fascinante, lo pude notar por la expresión de su rostro y sus ojos vivaces.

—Si así lo deseas, cuando estemos casados, puedo ayudarte en tu búsqueda. No para que hagas venganza, sino para que al menos satisfagas la curiosidad y puedas comprender mejor las razones del pedido de tu madre. Incluso, hasta podríamos averiguar qué pasó con tu padre —ofreció y le agradecí.

Habiéndome librado de la carga que representaba esta historia, me sentí lista para escucharlo a él.

—Ahora te toca a ti…—le dije.

Giancarlo sonrió apacible y con la tranquilidad que demuestran los que no tienen nada que ocultar.

Me habló de él en términos generales resumiendo sus tendencias políticas a la libertad y su religión al amor. Me contó que nunca se había casado ni tenido alguna novia con la que hubiera pensado hacerlo. Que era el hijo de una familia de comerciantes de más generaciones de las que podía recordar. Todos sus ancestros se dedicaron  a los negocios y con ello habían creado buena reputación y fortuna. Sus padres habían tenido antes una niña pero la pequeña murió a las pocas semanas. Luego de tenerlo a él, su madre jamás pudo volver a concebir por lo que se convirtió en hijo único.

—Mi padre falleció hace varios años y así fue como vine a quedar como el dueño y administrador de todas las megatiendas. Fue un gran hombre, trabajador y dedicado a la familia. Además era un gran jefe, solidario y justo con todos.

Cuando me habló de su padre noté la admiración que le profesaba y pude constatar que fue un gran ejemplo a seguir. Su expresión cambió cuando habló de su madre.

—Mi madre no es una mujer amorosa, con frecuencia puede ser hasta brusca y distante, pero yo soy su excepción. Soy todo lo que tiene en la vida y esa falta de repartir sus afectos, la hace verterlos todos en mí. La amo porque es mi madre pero no es la madre amorosa que me hubiera gustado que fuera — subrayó.




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