Capítulo 19
¡Ha llegado el gran día!
Hoy es el día de mi boda con Giancarlo y no podría estar más feliz. Han sido unos días agitados y de grandes emociones. Me he esmerado en lucir perfecta. Quiero que al entrar por la puerta todos vean la felicidad irradiando por los poros de mi piel.
Estoy nerviosa. Por fortuna tengo a Rose que se ha encargado de todo lo que ha podido para aliviarme la carga y ayudarme a manejar el estrés. La señora Margot también nos ha ayudado muchísimo y hasta remendó el tirante del vestido de Rose que se desgarró a última hora. En la peluquería han colocado mi cabello de manera que unos rizos sutiles quedan sueltos por la espalda. Mi traje es blanco y de corte sencillo pero Rose asegura que luzco como sacada de revista. Me coloco el brazalete de mamá y luce formidable en mi muñeca. Es, sin duda, el accesorio perfecto para esta ocasión.
Al fin hemos llegado.
Intentó serenarme, me convenzo a mí misma que este es el día más transcendental de mi vida y debo estar en total control de mí actos y pensamientos. Supongo que estos nervios son normales para toda novia en su día de bodas.
Una limosina me lleva hasta la puerta de la iglesia la cual estaba abarrotada y lo deduzco por el número de autos que veo estacionados y por la gente que alcanzo ver desde lejos. Busco el brazo de Vincent que- a falta de un padre que pueda entregarme- me ha hecho el honor de llevarme hasta el altar. Vamos caminando al ritmo de la marcha nupcial. Siempre supe que este momento iba a ser alucinante, pero no me imaginaba cuánto. Estoy rebosando en júbilo, tanto que enfoco solo mi mirada en él y nadie más. Todo se oscurece a su alrededor y su figura luminosa cautiva mi mirada. Es como si nadie más existiera, solo él para mí y yo para él.
Me colocó en mi lugar, Giancarlo recibiéndome con evidente fascinación. Echo un breve vistazo a Rose y la emoción me domina. Incluso me parece notarla ansiosa a ella también. Trato de concentrarme para que nada me distraiga y enfoco la mirada hacía el frente, donde se recita la liturgia del matrimonio. Escucho las palabras como en un sueño aunque es sublime saber que es la pura realidad.
Cuando al fin escuchamos las palabras declarándonos marido y mujer, nos damos un dulce beso sellando así el pacto de amor, nuestra unión por siempre. Escucho suspiros y algunas palmadas de afirmación. Mi corazón pareciera que va a estallar de tanto regocijo.
Al salir de allí apenas me permiten caminar recibiendo felicitaciones. Todavía me parece que Rose está inquieta y creo que debe calmarse porque siento que me va a transmitir su ansiedad. Quisiera estar un momento a solas con ella y preguntarle si algo le perturba. Es mi única familia y necesito tener la certeza de que todo está bien. Pero en este momento es casi imposible tener un minuto de privacidad. La gente me rodea, me pierdo entre abrazos y felicitaciones y me olvido de todo. En realidad, deseo disfrutar este momento de manera tal que pueda conservarlo en mi mente por siempre.
De pronto veo algo que me asusta.
Una dama se acerca a Giancarlo y se funden en un abrazo. Es una mujer de edad, muy guapa y elegante y pienso que podría ser su madre a quien hoy al fin tendré el privilegio de ver en persona luego de tantos intercambios y mensajes a distancia. Su rostro me ha sacado de mi ensueño porque me parece terriblemente familiar y siento una horrible punzada en el medio del pecho. La dama tiene un gran parecido a la mujer de la foto, la que tanto odiaba mi madre, la culpable de que viviéramos en la miseria y perdiéramos a nuestro padre.
Intento calmarme, seguro es un mal juego de mi mente. Busco a Rose con la mirada pero se ha perdido en el gentío. Estamos todavía en la salida de la iglesia y pronto nos vamos a dirigir al salón donde tendremos la fiesta de recepción. Me siento tan aturdida que ya no oigo las felicitaciones de los invitados ni tengo conciencia de nada. Solo escucho ecos lejanos y veo figuras borrosas. La duda de lo que he visto me está consumiendo por dentro.
La veo acercarse a mí y todo mi ser tiembla, quisiera incluso echarme a correr pero mis piernas no responden. Estoy petrificada, me he convertido en estatua.
Giancarlo se abre paso para tomar mi mano y llevarme hasta donde ellos. Ahora estamos frente una a la otra. De cerca puedo apreciar mejor sus facciones y me convenzo todavía más. Necesito encontrar a Rose para que me saque de la duda. Necesito escuchar de su boca que es una invención mía y que los nervios me hacen ver cosas que no son. Desplazo mi mirada buscándola con desespero.
Giancarlo me devuelve a la escena. Desea presentarme a la dama que todavía esta agarrada de su brazo, como si fuera un trofeo que exhibe con orgullo.
—Mi amor, te presento a mi madre...madre te presento a mi esposa Antonella —finalmente nos dice. Las piernas me traicionan y tiemblan incesantes.
Ella se acerca en actitud amorosa y me abraza. Yo he quedado estática y creo desfallecer. No encuentro como devolver el abrazo y hago el mejor gesto amable que se me hace posible dejándome envolver en su abrazo.
—Bienvenida a la familia Morelli, Antonella. Desde hoy serás como una hija para mí —aseguró sonriente y la sentí genuina. Me pareció de esas personas que tienen el don de hacerte sentir bien desde el primer día que la conoces. Solo que nuestras circunstancias jamás permitirían que el cariño sea posible entre nosotras. Ya lo empezaba a sentir así, aun sin tener la confirmación de mis dudas.
—Mi amor, te has quedado helada…¿te sientes bien? —preguntó Giancarlo al notarme aturdida.
Manejé la situación como mejor pude intentando aparentar que nada me perturbaba.
—Todo está bien, no te preocupes…es solo que son muchas emociones de golpe —. Dirigí seguido mi vista hacía ella.
—¿Cómo me dijo que era su nombre? —pregunté y sentía que me lanzaba por un precipicio con la sola pregunta.