Capítulo 20
—Ha de estar muy nerviosa con tanta algarabía, cariño —respondió Augusta a la pregunta de Giancarlo sobre que me pasaba.
—Sí, es eso…—respondí.
Quería salir corriendo de allí y esconderme donde nadie me encontrara nunca jamás. Aquella treta del destino era más de lo que podía manejar. La señora Lafayette era la mujer causante del sufrimiento de nuestra familia, de la desdicha de mamá y ahora yo debía quererla… ¡No puedo sentirme feliz de ser parte de su familia! Lloraba en mi interior sintiendo que estaba traicionando a mi madre.
Su rostro de felicidad contrastaba con la angustia que me quemaba por dentro. A pesar de todo, debía presentar mi mejor cara. Intenté sacudirme de todo lo que me agobiaba porque a fin de cuentas era el día de mi boda. Me acababa de casar con un hombre maravilloso y todo debía ser perfecto.
Nos marchamos luego al salón donde sería la fiesta de recepción y donde los desposados comparten con sus invitados, celebran con champaña, cortan el pastel. Toda la magia que se celebra cuando dos seres que se aman unen sus vidas y lo celebran con sus allegados. Tomé la decisión de no estropear el momento. Aquel era mi sueño y no iba a permitir que se tornara en pesadilla. Al menos, no ese día. Mi espectáculo debía continuar.
Al cabo de un rato, logré al fin tener un momento de privacidad con Rose. Pudimos retirarnos a solas al cuarto de damas. Una vez allí, no hicieron falta las palabras. Ambas sabíamos lo que pensaba la otra.
—Casi muero cuando la veo, Antonella. Traté de alertarte pero se me hizo imposible. Además, cabía la posibilidad de que no fuera cierto, que solo fuera un parecido casual…hay mucha gente que se parece a otra sin ser nada, sin siquiera tener un lejano parentesco. Rogué al cielo estar equivocada —decía Rose angustiada.
—Yo también estuve confundida. Pero mis dudas se disiparon en cuanto ella confirmó su nombre. ¡Es Augusta Lafayette! Es evidente que no tomó el apellido Morelli al casarse sino que conservó el de su padre.
Quedé pensativa por un rato, ofuscada, tratando de entender la madeja de sensaciones que se agolpaban en mi interior.
—Pero… ¿sabes que es lo que más me angustia? —.
Rose esperó en silencio la respuesta a mi pregunta.
—Que ha sido muy buena conmigo. Me ha tomado cariño y yo a ella, ha sido generosa y muy maternal. Muy al contrario de lo que esperaba. Incluso Giancarlo se muestra sorprendido con su cambio de carácter. Ahora, no sé cómo actuar —.
Mi hermana no tardó en aconsejarme.
—Te diré una cosa…sabes que nunca estuve de acuerdo con el pedido de venganza de mamá. Así que si el destino la ha puesto en tu camino de esta forma, creo que es una señal para olvidar el pasado y los rencores. Olvídalo y se feliz —. Las palabras de Rose me sirvieron para señalarme el camino a seguir. Concordaba con mi manera de pensar pero me hizo bien tener su reafirmación.
Decidimos entonces seguir hacia adelante sin jamás mencionarlo. Enterraría la venganza en lo más profundo de mi ser con la esperanza de que nunca saliera a flote. No podía concebir la idea de pagar con mi felicidad un problema del pasado, que a fin de cuentas, ni siquiera tenía claro de que se trataba. Nos limpiamos las lágrimas antes de regresar a la fiesta con toda la intención de celebrar y me juré no revelar jamás el pasado oscuro que unía nuestras dos familias.
Al regresar, me encontré a Giancarlo de frente con cara de agobio.
—¿Dónde has estado, Antonella? —preguntó al verme. Había estado buscándome por todo el salón.
Esperaba que mi rostro no delatara que estuve llorando y puse la mejor de las sonrisas.
—Solo me retocaba el maquillaje. Han sido tantas emociones que hasta se me han saltado las lágrimas. Pero todo está bien, no te preocupes —respondí con la mejor y más alegre entonación que pude expresar.
—Mamá te está esperando. Quiere hacerte ahora un regalo muy especial. Ha mandado a detener la música para poder hacerlo. Ven…vamos —.
Me llevó de la mano hasta el centro del salón. Allí estaba Augusta esperándonos y cargaba en sus manos una hermosa caja de regalo envuelta en papel blanco y un gran lazo dorado. Su sonrisa se encontró con la mía. Me sentía mucho mejor después de haber hablado con Rose y estaba en disposición de comenzar mi nueva vida sin cargar rastros del pasado. Este debía ser el obsequio ofrecido del que tanto nos habló. Se formó un semicírculo a nuestro alrededor, todo era expectativa.
Augusta hizo uso de la palabra dándome la bienvenida oficial a la familia Morelli y destacando que yo sería como aquella hija que nunca tuvo. Imagino que algunos de los presenten recordarían su pequeña hija fallecida porque pude ver varios rostros compungidos. Yo simplemente sonreía y Giancarlo a mi lado visiblemente conmovido por el momento tan emotivo que estábamos viviendo.
Fue entonces cuando se abrieron las puertas del infierno.
Augusta me extiende el regalo y alargo las manos para tomarlo. Al hacerlo, ella nota el brazalete de mamá en mi muñeca. Con tanto afán, hasta había olvidado que lo traía puesto y que la prenda estaba muy ligada a cualquier asunto que hubo entre mi madre y ella. También estoy segura que Augusta no había reparado en él antes porque su vista quedó fija en él, casi como si hubiera caído en un trance.
De inmediato se disparan todas mis alarmas internas. ¡Ahora sabe quién soy! O cuando menos, debe tener una idea de que tengo relación con quien fue su enemiga. Se siente mucha tensión entre nosotras, en un microsegundo todo ha cambiado. Se borró la sonrisa de su rostro anguloso y sujetó la caja de regalo con tal fuerza que no lo pude tomar. No sé si la gente a nuestro alrededor lo habrá notado pero se siente como si todas las miradas nos acusaran, nos señalaran y nos exigieran saber que rayos estaba pasando.