Capítulo 23
Era difícil permanecer ecuánime.
El nombre de mi madre era sagrado para mí y ésta mujer hablaba de ella con tanta ligereza que me hacía detestarla. No lo podía tolerar. Muy a su pesar, captó que yo no tenía ningún miedo y que estaba dispuesta a defender su nombre a capa y espada.
Augusta dio varios pasos y se detuvo en la pared de fondo. Descorrió una cortina y tras ella había un ventanal por el que se exponía un hermoso jardín de suaves pendientes. Su vista clavada en el paisaje pero su mente evaluando cual sería el próximo paso a tomar. O la siguiente insolencia a decir. Pude percibir como barajeaba sus opciones.
Intenté disuadirla de cualquier palabra altisonante que fuera a decirme cambiando el tema.
—Si desea, puedo devolverle el collar que me entregó. Lo digo por si está arrepentida de habérmelo dado…—ofrecí.
No tardó en responder.
—Yo no quito lo que doy…y eso va por todo…—respondió.
Me di cuenta que no había tregua, que estaba en plan de guerra y no iba a ceder. Así que me volteé para marcharme e intenté quitar el seguro de la puerta.
—¡Espera! Todavía no termino. Hay algo muy importante que voy a decirte.
Me detuve a escucharla con el alma congelada. Si bien era cierto que por fuera no mostraba miedo, también era cierto que temía cualquier cosa que fuera a decir.
—Quiero que te embaraces pronto —espetó.
Eso no era lo que esperaba escuchar. ¿Pretendía imponer su soberbia en mi cuerpo?
—Pero ¿Qué está diciéndome? Nosotros todavía no hemos hablado de tener niños —.
Ella sonrió con flagrante desdén.
—Esas cosas se hablan antes de casarse, es obvio que no tuviste una madre que te orientara. Aunque bueno…ella utilizaba los hijos para amarrar hombres que no la querían pero eso ya es otro cuento. ..—.
—¡Le prohíbo expresarse así de mi madre! —.
—¡A mi tú no me prohíbes nada! —.
Estaba harta de la conversación. Nuevamente me volteé para marcharme y con rapidez, quité el seguro de la puerta y la abrí.
Ella parecía una tigresa apurando sus pasos. Alcanzó a detenerme y cerró la puerta de golpe. Me miró directo a los ojos.
—Si no has tomado ninguna precaución, quizás ya estas embarazada y no lo sabes ¿No habías pensado en eso? De todas formas, que no me entere que estas evitando embarazarte…—amenazó.
—Usted a mí no me va a imponer sus caprichos. ¡No quiero tener un hijo tan pronto! Se lo diré a Giancarlo…—.
—Mucho cuidado con lo que le dices…no quieras tenerme de enemiga —.
¿Es que acaso no lo era ya?
Hice caso omiso a sus palabras y volví a abrir la puerta para marcharme.
—Una última cosa…
No verbalicé ninguna pregunta pero respondió igual.
—Quiero que sea una niña…—expresó como quien pide dos de azúcar en un café.
¡Es el colmo!
El resto del día se la pasó vigilándome como si fuera mi carcelera. Yo estaba desesperada por volver a hablar con Mamá Abuela. Necesitaba que estuviéramos solas para reanudar la conversación. Sospecho que Augusta lo intuía porque no me dejo ni a sol ni a sombra. En resto del día no se largó de la casa, pendiente a mis pasos.
Giancarlo llegó bastante tarde. Tuvo que resolver un sinnúmero de asuntos del negocio que quedaron pendientes esperando su regreso. Se notaba cansado pero se alegró de encontrar a Augusta en la casa.
Me saludó con un efusivo beso y luego agradeció a su madre por venir a hacerme compañía.
—Recuerdo que antes, no soportabas más de unos minutos estar aquí y mírate ahora...me alegra saber que se han hecho buenas amigas —.
Permanecí en silencio esbozando una falsa sonrisa.
—Ahora sí que tengo buenas razones para venir y quedarme —respondió ella—. Y espero que pronto tenga aún más…ya lo he hablado con Antonella y me ha dicho que desea convertirte pronto en padre. ¿No te parece estupendo? —dijo y sentí ganas de desmentirla allí mismo si no fuera porque Giancarlo se puso tan feliz que no tuve corazón para hacerlo. Me abrazó contentísimo.
—Nada me haría más feliz — aseguró.
En la noche cuando estuvimos a solas, le expresé a Giancarlo mi interés por volver a trabajar.
—Amor…me imagino que a estas alturas ya sabes que te contraté tan solo para tenerte cerca de mí, para verte, para no perderte de vista. Pero ahora, no hay necesidad de eso. Puedes quedarte en la casa y descansar. Para ser tan joven, ya has trabajado bastante —argumentó.
No me dejé convencer. Estaba resuelta a volver al trabajo, no solo porque lo disfrutaba sino además para alejarme del yugo vigilante de Augusta.
—Debo regresar. Me encanta mi trabajo y además dejé muchísimas cosas pendientes que nadie sabrá atender…—.
—No te preocupes. Sophia se ocupará de todo —.
Un calor me subió de arriba abajo. El solo escuchar ese nombre me provocaba malestar.
—¡De ninguna manera! —expresé alarmada. No permitiría que esa hiena ocupara mi lugar. Me tomó hacer uso de mis artes de persuasión pero logré convencerlo de que debía volver.
Era entrada la noche cuando la historia inconclusa de Mamá Abuela volvió a rondar mis pensamientos. Necesitaba saber el resto de la historia con carácter de urgencia. Estábamos acostados pero yo no dormía. No podía hacerlo sabiendo que bajo el mismo techo se encontraba la respuesta a todas las preguntas de mi vida, a la historia que mamá nunca me confesó. Quería contarle a Rose todo lo que había descubierto pero no deseaba darle un relato inconcluso. Necesitaba saberlo todo y si Augusta planificaba ir a la casa todos los días, solo me quedaba esperar el momento oportuno. La complicidad de la noche y su oscuridad me parecieron un buen momento.
Me solté del brazo de Giancarlo con extremo cuidado. Lo escuché respirar profundo y supe que no se despertaría si me cuidaba de no hacer ruido. Caminé en puntillas y abrí la puerta despacio. Por fortuna, el chirriar de goznes fue mínimo y pude salir sin despertarlo. Todavía no conocía bien la casa por lo que me tomó abrir varias puertas hasta dar con su dormitorio.