La Esposa Cruel

Capítulo 24

 

Capítulo 24

 

Mi miraba como si yo fuera una aparición.

— ¿Cómo es que ha dejado al niño Giancarlo solo para venir hasta acá? ¡A estas horas! —.

Le expliqué que se quedó profundamente dormido y que me vi obligada por las circunstancias a esperar a este momento. Pronto comprendió a lo que me refería.

— ¿En que nos quedamos, niña? ¿En que la Augusta se casó con otro en medio de una  rabieta?...no no…no…ya me adelanté demasiado —se corrigió.

Me sorprendí de lo que acababa de escuchar, un adelanto que no imaginé.

—Se quedó cuando me dijo que yo era Lafayette…pero no se preocupe, comprendo si se equivocó —.

— ¡Que me voy a estar equivocando! Te lo dije porque es verdad…

Me senté al borde de su cama porque me parecía desfallecer. Hasta este momento esperaba que rectificara pero ella reafirmaba lo dicho con una seguridad pasmosa.

Mamá Abuela continuó su relato.

—La Augusta y el joven Felipe comenzaron a actuar ya no como hermanos sino como novios. Eso causó tremendo disgusto a los patrones y se lo prohibieron. ¿Lo puedes imaginar? ¡Qué cosa tan espantosa! ¡Hermanos enamorados! Pero ya sabes cómo son esas cosas, entre más prohibido, más se empeñan.

—Así es…—respondo solo para que vea que voy comprendiendo.

—Llegó el momento que los patrones a pesar del malestar comenzaron a ceder al ver que no lograban nada con la prohibición. La Augusta estaba contenta ¿sabe? Nunca antes lo vi tan feliz…y le diré que nunca más volvió a estarlo…

— ¿Por qué? ¿Qué pasó? —.

—Que llegó tu mamá a trabajar a la casa…—dijo por lo bajo, casi en un murmullo, como suavizando el tono  para no ofenderme.

— ¿Mi madre? ¿Trabajó en esta casa? —.

— ¡Claro que sí! Era muy guapa tu madre. Muy joven, con un rostro hermoso y una figura de ensueño…así como eres tú ahora…—hizo una pausa demasiado larga para mi gusto y me olvidé de los modos perdiendo la paciencia e insistiendo que siguiera.

—Serénese, niña. Tómelo con calma que se lo voy a contar todo —.

—Siga, por favor, no se detenga —.

—Pues resulta que tu mamá Consuelo se enamoró del joven Felipe casi desde que lo vio. ¡Quedó prendada con él!…y usted me va a perdonar, pero en aquel momento el joven no tenía ojos sino para la Augusta.

—Comprendo…esas cosas pasan. Uno no elige de quien va a enamorarse, simplemente sucede.

—Bueno…yo le diría que su mamá más que enamorarse se encaprichó con el joven. No perdía oportunidad para entrar en su cuarto. Se ofrecía a hacerle la cama, lavarle la ropa, insistía en prepararle siempre el desayuno, nunca lo perdía de vista…—

Me quedé en silencio. No podía imaginar a mi madre en ese tipo de situación.

— ¿Me perdona, niña? Yo sé que se trata de su madrecita pero me ha insistido tanto en saber la historia…—lamentó.

—No te preocupes, Mamá Abuela. Sea lo que sea, prefiero saberlo —.

—Pues agarrase que lo que viene tampoco le va a gustar… —.

En ese momento sentimos un ruido en el pasillo y una luz que se enciende. Giancarlo me estaba buscando y llamaba mi nombre.

— ¡La está buscando, niña! ¿Qué va a hacer? —.

—No te preocupes, yo sabré manejarlo. Seguiremos hablando mañana.

Salí afuera con la mayor discreción pero me lo encontré de frente.

— ¿Qué pasó, amor? ¿Qué hacías en el cuarto de Mamá Abuela?

Inventé la primera excusa que se me ocurrió.

—Me dio dolor de cabeza y no encontraba aspirinas y tuve que preguntarle porque ella es la única que sabe dónde está todo en esta casa. Es que todavía no me he familiarizado y bueno…pero no te preocupes que ella estaba despierta y ya me tomé la aspirina —.

No estoy segura si me creyó, estaba medio dormido y tal vez no registró bien toda la explicación. Regresamos a la cama y fue difícil conciliar el sueño. Al siguiente día le dije a Giancarlo que iría a ver un médico para lo del dolor de cabeza y me fui temprano a conseguir un doctor.

—Aquí tiene su receta para las pastillas anticonceptivas, se las despacharan en cualquier farmacia. Recuerde que toman un mes en surtir efecto, por lo tanto le recomiendo usar métodos alternativos mientras tanto —explicó el galeno.

Salí de allí a comprarlas pero no podía evitar pensar que quizás ya era muy tarde o como le haría con un método alternativo sin que Giancarlo lo supiera. De todas formas, algo se me iba a ocurrir porque no iba a someterme al capricho de mi suegra.

Al regresar, ya Augusta estaba en la casa y no me dio ni la más mínima oportunidad de estar a solas con Mamá Abuela. Caminaba por los pasillos como un fantasma, apareciéndose en cualquier esquina. Debí buscar un escondite para las pastillas, algún lugar donde ella no revisara pero me parecía que no existía tal lugar. Las guardé en el fondo de un cajón, dentro de un viejo envase de metal que conseguí y que daba la apariencia de no haber sido abierto en siglos.

Por la tarde le notifiqué que Giancarlo que al siguiente día volvería al trabajo y pareció aceptarlo pero por la noche todo fue muy difícil.

—¡Vamos, Antonella! Somos recién casados, todavía estamos en luna de miel…— insistió pero rehuí ceder. Entonces se dio por vencido y se puso muy meloso, seductor, buscando intimidad. Si quería tenerlo de mi lado, me convenía tenerlo contento pero todavía no había resuelto lo del método alternativo

Me negué.

Masculló una protesta pero al fin fue comprensivo y no insistió más. Me quedó claro que tenía que estar mejor preparada para la siguiente vez.

Temprano en la mañana me presenté feliz a trabajar. Notaba como el personal se mostró distinto, con mayor respeto, casi reverencia. Eso me tomó por desprevenida porque a mi entender todo seguía igual.

—No es igual, ahora eres la patrona —me dijo Vincent por lo bajo.




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