Capítulo 25
Al salir del trabajo me fui a ver a Rose.
Quise llegar de sorpresa así que no le avisé. La encontré sumergida en sus libros frente a la computadora. Cuando me vio llegar corrió hacia mí y nos estrechamos en un abrazo ¡Como la extrañaba!
Me hizo mil preguntas sobre el viaje a Roma, la casa en que vivía, el regreso al trabajo y todo lo que se le ocurrió. Tan rápidas sus preguntas una tras la otra que apenas contestaba una ya me lanzaba la siguiente. Nos reímos y disfrutamos de estar nuevamente juntas. Cuando disminuyó la euforia, me solté contándole toda la información que había podido recopilar a través de Mamá Abuela.
— ¿Cómo es eso que dice que eres Lafayette? Si tú lo eres… ¿También lo soy yo? —preguntó abriendo grande sus ojos, incrédula ante semejante posibilidad.
Le expliqué que todavía no habíamos llegado hasta esa parte pero que ya iba llegando a mis propias conclusiones. Quedó estremecida con todo lo que se refería a nuestra madre y le hice comprender que al final somos todos humanos con nuestros fallos y aciertos. Lo que no pudo tolerar fue la prepotencia de Augusta y su mandato a que me embarazara pronto.
—Pero… ¿Qué se cree la bruja esa? —.
—No lo sé…pero si te escandalizas por eso, no quiero imaginarme cuando te diga que exige que sea una niña…—.
— ¿Qué dices? ¡Está loca esa vieja! —.
—Todavía falta más… aún no he llegado a saber nada sobre la relación de las joyas con toda esta historia. Es que todo va a cuentagotas por que la Augusta no sale de la casa vigilándome —.
De momento se me ocurrió algo que no tardé que sugerir.
—¿Qué te parece si te mudas con nosotros? Así podrías distraer a mi suegra en lo que hablo con Mamá Abuela. Estoy segura que Giancarlo no se opondrá…puedo pedírselo. Además, estas sola aquí y eso no me gusta —propuse mientras ella evaluaba mi oferta poco convencida.
—Aquí estoy bien. Margot baja a veces a hacerme compañía…—respondió.
Me costó convencerla de todas las ventajas de que se fuera a vivir conmigo pero al final aceptó. Nos abrazamos y justo cuando me despedía, tocaron a la puerta. Al abrir me topé con la figura de Marcus.
No lo esperaba. Me sentí incómoda sin saber bien las razones.
— ¡Marcus! —.
— ¡Antonella! —.
Nos quedamos paralizados unos pocos segundos, con la desagradable sensación de no saber qué hacer o decir. Notándole algo de tristeza o tal vez reproche en su mirada.
Rose intervino para romper el momento. Le dio un abrazo de saludo y lo invitó a pasar. Era más que lógico que debí hacerlo pero no supe cómo actuar. No pude evitar sentirme incómoda con ese inesperado encuentro.
Como ya iba de salida, apenas pude quedarme un rato más. El hielo se rompió y por un instante parecimos ser los amigos de siempre, aunque supiéramos que ahora había un mundo de diferencia entre nosotros. Pero lo que más me sorprendió fue la información que nos trajo Marcus.
—Seguí indagando a mi padre y dice que recuerda bien que el hijo del señor Lafayette trabajaba con él en las joyerías de New York, que era hermano de la tal Augusta de la foto. Dice que ese joven era un gran creador de joyas, él era quien se encargaba de los pedidos exclusivos. Pero que se rumoraba que esa familia tenía algo raro…algo relacionado a sus hijos —relató Marcus.
Rose y yo nos mirábamos. Las historias parecían encajar bien.
— ¿Te dijo tu padre como se llamaba el hijo? ¿Se llamaba Felipe? —.
—No me dijo…o podría ser…quizás no recuerdo pero puedo preguntarle —respondió.
Regresé a la casa con la esperanza de que Augusta no estuviera. Tenía que seguir armando el rompecabezas. Giancarlo ya estaba en la casa y me lo encontré platicando con su madre. Tuve que respirar hondo para controlarme porque al verla supe que ese día no adelantaría nada de la historia con Mamá Abuela.
—Hola, amor. ¿Cómo te fue hoy en el regreso al trabajo? —preguntó estampándome un beso.
Le conté generalidades. Ni siquiera hice mención de la visita al apartamento de Rose ni de mi intención de llevarla a vivir a la casa. No quería hacerlo frente a ella porque siempre me inspiraba desconfianza. Estuvimos un rato compartiendo hasta que Giancarlo se excusó para darse un baño. No se había perdido bien por el pasillo cuando Augusta sacó mi paquete de pastillas anticonceptivas de su bolsillo. Las puso frente a mi cara, con rabia, apretando el paquete como si quisiera destrozarlo.
—¿Qué significa esto? —ladró furiosa.
Quedé atónita.
Vacilé sobre mi respuesta pero no pensaba dejarme intimidar por ella. Es bueno que sepa que una puede salir del pueblo pero que el pueblo nunca sale de una.
— ¿Qué le pasa? ¿Acaso no es obvio? ¡Estoy evitando quedar embarazada! —ladré de vuelta.
Ella se enfureció aún más.
—Imagino que no queras que te ponga de malas con mi hijo, ¿verdad? El pobre está muy contento con eso de que dijiste que querías darle un hijo pronto. Se sentirá engañado si descubre esto…— decía con tono acusador.
— ¡Yo nunca dije eso…fue usted! —riposté.
—Pero tú no lo negaste, chiquilla. Ahora tienes que ceñirte a la historia —.
— ¡Es usted una manipuladora! ¡Esta desquiciada! —.
El vocerío debió llegar hasta los oídos de Mamá Abuela porque enseguida apareció a intervenir.
—Con permiso…la cena ya está servida, pueden pasar al comedor —informó conciliatoria, con la evidente intención de que se calmaran los ánimos.
Nos sentamos los tres a la mesa y creo que no logré disimular muy bien mi sentir.
— ¿Te ocurre algo? Pareces molesta…—preguntó Giancarlo. Seguro el alboroto no llegó hasta el baño de la recámara que se encuentra en el segundo piso, en lo último de la casa.
—Nada, mi amor. Solo un poco cansada. Hoy tuve mucho trabajo esperándome en la oficina —argumenté.