Capítulo 26
Volví del mercado con ganas de llorar.
Lo último que me había contado Mamá Abuela era que de mi padre no se supo nada más, que un buen día desapareció y ya no fue ni para mi madre ni para Augusta. Sus padres lo buscaron sin éxito porque no hay peor desaparecido que el que no quiere aparecer.
Sin embargo, dice que supo que yo era su hija desde el primer momento en que me vio. Según ella, fue como una revelación divina pero ahora que la conozco no sé qué pensar. Me asegura que traigo la patente estirpe de mi padre en la frente, como una huella imborrable. Tal vez eso fue lo que Augusta vio en mí en un principio y quizás eso mismo es lo que hoy la hace aborrecerme.
Giancarlo regresó del trabajo y me encontró igualmente atormentada. No pude disimular aunque me esforzaba por recobrar la compostura. Se me hacía difícil maniobrar con aquel pasado que salía a relucir y que parecía más complicado a medida que lo descubría.
“Tenemos que hablar” suele ser el preámbulo de un problema y con esa misma frase me instó a seguirle hasta nuestro dormitorio para hablar en privado.
—No sé qué te sucede pero no creas que no me he dado cuenta —espetó.
Quedé impávida. Mantuve silencio porque desconocía a cuál de las tantas calamidades se refería.
—Estás extraña. Ya no eres la mujer que conocí. Te siento nerviosa…llego a la casa y te encuentro llorando. Llevas días rehuyendo tener intimidad conmigo a pesar que aún estamos de luna de miel. Me doy cuenta que rechazas a mi madre. No pareces estar contenta con la amistad y la compañía que te brinda aun sabiendo que me hace muy feliz que ella haya cambiado desde que te conoció. Y lo que es peor. Lo que menos esperaba…me mientes — dijo cortante.
Aquella última aseveración puso en alerta todos mis sentidos. Sin pérdida de tiempo, Giancarlo me muestra entonces el paquete de pastillas que con tanto esmero creí haber escondido bien.
— ¿Quieres decirme que significa esto? —pregunta mientras lo sostiene frente a mi cara.
Me supe descubierta en ese momento y entendí que no valía la pena negarlo.
—No quiero tener hijos…al menos no por ahora —confesé.
—Entonces ¿Por qué me engañas? ¿Por qué me ilusionas y luego haces esto a mis espaldas? —.
Aquel era el momento perfecto para desenmascarar a su madre y lo haría aun cuando sabía que no tenía evidencias y estaba entrando a tierras movedizas.
— ¡Es todo un invento de tu madre! ¡Es ella quien pone palabras en mi boca, es quien esta obsesionada, quien finge ante ti un cariño por mí que no siente! —.
Giancarlo me miraba incrédulo ante mis alegaciones. Pude notar como las palabras le impactaron y como se negaba a creerme. Pude incluso ver que lo hería.
— ¿De dónde sacas semejantes cosas? Yo he visto la transformación en ella. Antes de casarnos te conté que era una mujer fría y áspera pero ha cambiado muchísimo. Se preocupa por mí, me visita con frecuencia. Y lo que es más importante, te ha aceptado desde antes siquiera conocerte…—.
No pude callarme y sentía que era su derecho también saber.
—Es todo una farsa…
Él me miró extrañado. Yo sabía que cualquier cosa que le dijera podría cambiarlo todo. Que estaba pisando un campo minado, moviéndome por nuevas sendas en lugares que antes eran oscuros y yermos.
Se me anega la cabeza de recuerdos. De golpe me llegan las memorias de lo que fue nuestra vida en el pueblo. Siento que al honor de mi madre le han echado lodo y que quizás ella no era la villana del cuento porque nunca tuve su versión y es sabido que la moneda siempre tiene dos caras. Al mismo tiempo, me reconocía movida por la desesperación, así que trate de elegir bien mis palabras porque una vez dichas, ya no se pueden desdecir.
—Es bueno que sepas que tu madre no solo pide tener un nieto, sino que exige que sea niña… ¡Es absurdo! —.
Giancarlo me miraba sin poder creer lo que escucha. Me queda claro que él no conoce la historia que yo he empezado a descubrir.
— ¡Absurdo o no comoquiera debiste desmentirla en su momento! Me resulta muy difícil creer que andes en este doble juego. Mi madre siempre ha sido comedida, una mujer intachable. Y ahora, cuando mejor estamos, has armado esta guerra con ella…no lo puedo creer —.
Esta situación me llena de agobio. Sus siguientes palabras me dolieron porque me hicieron sentir una gran culpabilidad que no estoy segura merecer.
—Necesito que comprendas que tú perdiste a tu madre…pero yo estoy recuperando a la mía —sentenció y volteó la espalda para salir.
Antes de marcharse el paquete de pastillas se escurrió de su mano cayendo al suelo con estrépito. Me quedé observándolas. Dándome cuenta que en aquella casa, al igual que mi propia vida, estaba siempre bajo el escrutinio y el ojo vigilante de mi suegra. Si no existen secretos que no puedan ser descubiertos, yo encontraría el otro eslabón, el que explicara la relación de las joyas con mi madre y Augusta. Necesitaba toda la historia para poder explicarle y recuperar su confianza antes de que fuera demasiado tarde.
No sé qué hacer.
Mamá Abuela ya me contó todo lo que sabe. Es obvio que Giancarlo está ajeno al pasado de nuestras familias y como están las cosas, no me parece prudente preguntarle. Mi padre es un fantasma, un ser etéreo que no tengo idea si está vivo o muerto. Me siento en un callejón sin salida. Busco en los recovecos de mi mente pensando a donde puedo dirigirme.
Un pensamiento me llega, una ruta que no imaginé comienza a rondar mi mente.
Quizás regresar al pueblo no sea una idea tan descabellada.
***
—Pero… ¿te has vuelto loca? —preguntó Rose en cuanto le informé mis planes.
—Lo he pensado. Tal vez en el pueblo, mamá le contó algo a alguien y siendo que ahora ya no está, pues quizás no tendrán reparo en decirme. Compréndeme, estoy desesperada por saber qué fue lo que pasó.