Capítulo 28
Pensé que la charla con Mireya no produciría más frutos que aquellos aunque saber que llegó a conocer a mi padre fue un aliciente. Mi espíritu era cada vez menos combativo y parecía dirigirse a la derrota. Sin embargo, a través de sus palabras pude ponerle rostro a aquella figura paterna tan ajena a mi vida. Coloqué un semblante triste a un hombre guapo, un hombre disputado hasta la muerte por dos mujeres igualmente hermosas. Al final, no fue para ninguna. Tampoco para sus hijas.
Mireya me ofreció quedarme en su casa los días que fueran necesarios y aunque al principio decliné su ofrecimiento - más por mi costumbre de autosuficiencia que otra cosa - al final decidí aceptar su hospitalidad. Liquidé los días reservados en el pequeño hotel y me mudé con ella. Nos fuimos juntas a recorrer las calles, visitamos tiendas y la acompañé a hacer sus diligencias. Las calles antes polvorientas habían sido pavimentadas en poco tiempo. En ocasiones, me costaba reconocer ciertos lugares. El mundo evolucionaba, era un constante cambio tanto para aquel lugar como para la vida misma.
No desaproveché ni un segundo. Cada momento dirigí la conversación hacia mi interés.
—Aparte de la antipatía que mi madre sentía por Augusta… ¿Qué más sabes de ella? —.
Me pareció increíble la soltura con la que me contó detalles importantes que antes no había mencionado. Su naturalidad al hablar me dejó claro la nitidez con que recordaba los hechos.
—Bueno…saber lo que se dice saber…pues no. Pero esa mujer no solo era muy hermosa sino que también se notaba a leguas que era una mujer fina y de gran alcurnia. Su ropa, su peinado, la manera de expresarse…todo en ella se notaba de mucha clase…—afirmó.
Mi cara de asombro ante su acierto no pudo ser más obvia.
— ¿Cómo sabes esas cosas si nunca la viste? —pregunté sin todavía haberme repuesto de su acertada descripción.
Mireya se paró en seco y se detuvo a mirarme como si nunca me hubiera visto en la vida. Me provocaba hasta risa la cara que puso.
— ¿De dónde sacas que nunca la he visto? Yo nunca dije eso…lo que nunca vi fue el famoso brazalete pero a la rival en amores de tu madre, por supuesto que la vi.
— ¿Cuándo? ¿Dónde? Quiero saberlo todo, por favor no te guardes nada…esto es muy importante para mí. —.
—Disculpa, ha sido un olvido involuntario…ya te cuento —.
Íbamos cruzando una calle. De frente nos encontramos con la enorme construcción de un edificio. Este debía ser la nueva megatienda de la que nos habló Marcus cuando nos visitó en la ciudad. Tenía un enorme rotulo anunciando la fecha de apertura, pude confirmar que pertenecía a las empresas de Giancarlo. Su solo recuerdo me causaba tristeza pero a la vez me motivaba a seguir desempolvando todo un pasado para poder componer nuestro presente.
—Una vez, hace muchos años, cuando tú apenas eras un bebé de cuna, esa señora llegó a la casa. Me di cuenta que algo extraño pasaba por el auto en que llegó. Puedes imaginarte, por el pueblo no se veían esos lujos.
Asentí.
—Yo estaba escoba en mano barriendo el balcón cuando la vi. Desde lejos se le notaba la clase…pero además era claro que venía en plan de guerra. La cara la traía encendida de coraje. Era brusca y le gritó a quienquiera que fuera que la acompañaba que no se fuera, que sería breve —.
El suspenso era enorme, se apoderaba de mí de tal manera que hasta me imposibilitaba caminar. Le pedí que nos sentáramos en una banqueta que encontramos y que parecía ser tan antigua como la propia historia que estaba escuchando.
—Tu padre estaba ese día en la casa con tu madre…y te aclaro esto porque no era lo usual, estaba muy pocas veces allí. El caso es que desde mi balcón no podía escuchar mucho, claro está. Pero sea lo que sea, escaló muy rápido a gritos y podía escuchar cuando tu padre le decía a Augusta que no lo devolviera, que eso era para su hija y para nadie más, que eso era quizás lo único que ella tendría de él…que era su padre —.
Mientras ella hablaba yo intentaba encajar las piezas en mi mente.
Mireya me contó que mi madre vociferaba que su hija era tan importante como la otra pero que ella no comprendía a que se refería porque todavía Rose no había nacido y no existía otra hija que no fuera yo.
—Aquello fue muy confuso. Nunca logré comprenderlo del todo y ya sabes cómo era tu madre, todo se lo guardaba. Ni siquiera porque yo era su única amiga, me lo confió…. Te confieso que me moría por saber pero la única vez que le pregunté se hizo la desentendida y ya nunca más me atreví a preguntar nada —puntualizó.
Estuve el resto de la tarde pensando en eso, sin llegar a ninguna parte ni ver un asomo de claridad.
Llegada la noche me encontraba en la habitación que Mireya había preparado para mí. Miraba el techo por tiempo interminable. Por momentos pensaba que aquello era una total pérdida de tiempo. Que sería mejor hablarlo con Giancarlo, explicarle lo que sucedía y simplemente ignorar las provocaciones de su madre. Luego recapacitaba y me parecía injusta tanta infamia sobre la memoria de mi madre. Más allá de eso, aquello era un misterio que necesitaba resolver porque se trataba de mi familia, de los secretos del pasado que ahora años después llegaron para perturbarme. Quería descubrir toda la verdad, me intrigaba, me comía por dentro.
Así pasaron dos semanas, sin adelantos significativos, solo rotando deducciones inútiles en mi mente. Entonces decidí regresarme al día siguiente. Me sentía derrotada, en un callejón sin salida. Regresaría dispuesta a olvidarlo todo y aceptar las cosas con resignación. Estaba cansada de aquella lucha solitaria que no rendía frutos. Haría como que nunca supe nada, daría por cierto todo lo que Augusta dijera y no protestaría. Regresaría con la firme y única intención de recuperar a mi marido y salvar mi matrimonio.