Capítulo 31
Tuve suerte de que todavía conservaba mi copia de llave del apartamento de Rose. Ahora me alegraba saber que al fin nunca la llevé a vivir conmigo a la casa. Margot me vio entrar pero percibió lo serio de la situación y me saludó de lejos sin atreverse a ser indiscreta con preguntas ni acercarse demasiado.
El lugar estaba vacío aunque ya anochecía y se suponía que Rose estuviera allí. Le envié un mensaje avisándole que había llegado y le explicaría cuando llegara. Todavía estaba lívida, en shock por la reacción de Giancarlo aunque no podía culparlo del todo porque yo había sido tanto víctima como culpable. No tenía más remedio que admitirlo.
Rose llegó poco después. Nos dimos un abrazo que me hizo bien, lo sentí como un refugio sosegado y seguro. Le conté todo lo que había sucedido intentando no omitir nada. Le abrí mi corazón con la intensidad de las aguas que corren cuando se abren las compuertas de una reserva, a borbotones. Me escuchó atenta, gesticulando con asombro o pena según fuera la parte del relato. Al final me sentí un poco más libre, aliviada.
—Entiendo que este es el mejor lugar en que puedes estar ahora pero te aconsejo que sea corta tu estadía. ¡Tienes que recuperar tu matrimonio! ¡Tienes que reconquistar a tu marido! ¡Todavía estas a tiempo! —me aconsejó.
Estaba devastada. No sentía fuerzas para librar otra batalla pero debía hacerlo. Amaba a Giancarlo con toda mi, alma y estaba segura que pese a que estuviera molesto, él también me amaba. Nuestra vida juntos recién comenzaba y estaba segura que era rescatable. Pero no sabía por dónde comenzar y así se lo hice saber.
—Pues ahora le pides ayuda a la que te metió en este problema…—sugirió Rose.
— ¿Augusta? —.
— ¡Por supuesto! Fue por su culpa que todo comenzó…tal vez fallaste en ocultarle a tu esposo lo que estaba sucediendo pero nada de esto hubiera pasado si desde un principio tu suegra no se hubiera puesto en ese plan. Piénsalo…
Luego de meditarlo un poco me pareció lo justo. Hablaría con ella y le pediría que intercediera, que hablara con su hijo, que le explicara…lo que fuera con tal de aclarar las cosas. No podía quedarme cruzada de brazos. Amaba a mi esposo y aunque él me acusara de cruel yo le demostraría lo contrario.
Cuando terminamos de hablar sobre mi situación, quise ponerme al corriente con sus cosas.
— ¿Cómo te va en la universidad? —pregunté.
—Muy bien. Como apenas es mi primer año, tomo materias bastante básicas. Ya sé que la cosa se ira complicando con el tiempo…—.
—Estoy esperándote desde hace tiempo y no me atreví a avisarte porque supuse estabas en clases pero hoy llegaste tarde. ¿Tomas clases hasta estas horas? —.
Rose sonrió. Me explicó que su última clase no pasa de las tres de la tarde pero se fue con un compañero estudiante a tomar un refresco y se entretuvo tanto que no se percató de la hora. Sonreí. La conozco y sé cuándo algo la tiene entusiasmada y la sonrisa en su rostro la delataba.
— ¿Ese refresco en la cafetería tiene nombre? —pregunté con picardía.
Se sonrojó. No hay nada que delate un interés como una subida de colores a la cara.
—No inventes…
—No niegues…
Luego admitió que el chico le gustaba. Me alegré muchísimo por ella. Debe sentirse terriblemente solo después de mi partida y en especial porque me he envuelto demasiado en mis asuntos y ya no le estaba dedicando el tiempo que merece.
—Puedo suponer entonces que ya Marcus no te interesa…—.
—Pues no…—.
—Me alegro porque estando en el pueblo Mireya me contó que está saliendo con una chica…parece que son novios o próximos a serlo. No solo eso, sino que el entusiasmo debe ser real porque sabes que en el pueblo todo se sabe y tuvo que enterarse que yo andaba por allá y nunca fue a verme. Hasta le envié un mensaje y jamás me respondió…—.
—Me parece bien. Ya era hora que siguiera su rumbo y se olvidara de ti…—afirmó Rose y me pareció genuina, no percibí tristeza alguna.
—Volviendo a tu situación, tienes que preparar un plan de reconquista. Giancarlo te ama, no será tan difícil ganártelo otra vez. ¡Apúrate! Recuerda que la víbora de Sophia no pierde tiempo y siempre parece estar en plan de ataque.
Aquella noche la pasé en el apartamento con Rose pero a la siguiente mañana me presenté a trabajar. Saludé a Vincent con alegría, siempre me anima su presencia.
Cuando abrí la puerta de mi oficina me encontré a Sophia allí. Estaba sentada como una gran señora que propone y dispone. Tiré los modales por la ventana y no me contuve.
— ¿Qué haces aquí? ¡Levántate de esa silla y no vuelvas a tratar de ocupar mi lugar! —le ordené.
—El señor Morelli me ha dicho que puedo ocuparla. Dijo incluso que ya no volverías…—esgrimió vacilante, seguro la tomé desprevenida.
—Del señor Morelli y sus instrucciones ya me ocuparé yo. Haz el favor de salir ahora mismo —.
Mi tono autoritativo la dejó aturdida. Le ordené que se fuera y recogió sus cosas con prisa. Es una mujer respondona pero esta vez se fue sin decir ni una palabra. Yo había regresado, aquel era mi puesto y bien que me esforzaba en mi trabajo. Además, que nadie olvidara que yo era la esposa del jefe ¡No faltaría más!
Me puse al día con todo. Laboré con afán, con gran empeño, con un interés intenso de que todo quedara perfecto. Hacerlo me serviría con dos propósitos: el primero sería reintegrarme con éxito a mis labores y el segundo usarlo de modelo para mi plan de reconquista. Cuando salí de allí me fui a la peluquería a arreglarme el cabello y luego me compré un vestido azul celeste que me asentaba de maravilla. Me gustaba como me veía. Quería impresionarlo, cautivarlo y hacerlo nuevamente mío.
Llegué a la casa y no estaba.
Lo esperé por horas y más horas.
Le escribí y lo llamé pero no respondió.