Capítulo 32
El estruendo de su pregunta resonó por toda la habitación.
Me puse de pie de un salto y quedé erguida con los músculos tensos e incapaz de siquiera parpadear.
—Este es mi hogar, vivimos aquí —atiné a responder para luego odiarme por lo insulso de mi respuesta.
Me fulminó con la mirada. Su enojo no había disminuido y su expresión de molestia era la misma que la última vez que lo vi. Yo había tomado la decisión de luchar a toda costa, aun en contra de él mismo. No dejaría que un enojo, un malentendido o lo que fuera aquello destruyera mi matrimonio y me alejara del hombre que amaba.
—Quiero pedirte perdón, reconozco que hice mal en no confiarte la verdad de todo lo que estaba pasando. Hablaré con tu madre, ella quizás puede explicarte mejor que yo…—.
Entonces su expresión cambio a una de preocupación. Se paseó de lado a lado en cortos pasos.
—Mi madre está hospitalizada. Está muy enferma — respondió.
Aunque ya estaba al tanto de su enfermedad no supe cómo reaccionar, creí que no sería tan grave, hasta llegué a pensar que era mentira. Cuando menos, que exageraba cuando me dijo que tenía una sentencia de muerte sobre ella. Giancarlo me explicó que el médico le dio una prognosis reservada pero que ya se había informado y la expectativa de vida no era favorable. Le habían diagnosticado un cáncer en etapa avanzada.
— ¿Hablas en serio? ¿Cuándo pasó eso? —.
—Justo ayer. Estábamos hablando cuando de repente perdió el sentido y se desmayó. Me asusté porque no sabía nada. Estábamos hablando de ti. Ni siquiera me mencionó sentirse mal.
Ya en el hospital el médico me confirmó su enfermedad, quiso ser optimista pero ya sabemos cómo terminan estas cosas. No sé cuánto tiempo le queda…
Me quedé muda, no supe cómo reaccionar ni que decir. De momento, nuestros problemas maritales pasaron a un segundo plano. Giancarlo estaba abatido, teníamos muchos problemas y ahora se sumaba otro más. Le dije lo único que se me ocurrió en aquel momento.
—Puedo ir a quedarme con ella y cuidarla hasta que le permitan regresar a la casa —ofrecí.
El pareció no escuchar mi propuesta. Se había sentado en el borde de la cama y escondía el rostro entre sus manos en claro signo de desesperación. Comprendí como debía sentirse porque ese era un camino que yo antes había recurrido. Cuando supe la enfermedad de mamá sentí la misma angustia e impotencia.
—No tienes que hacer eso. Le pondré cuidado especial de enfermería de veinticuatro horas. Te agradezco pero también debo decirte que esto no cambia las cosas entre nosotros. Me ocultaste cosas, me abandonaste y te pusiste en pleito con mi madre. No has sido precisamente una esposa modelo —sentenció con frialdad.
Sentí una honda tristeza al escuchar sus reproches pero no era el momento idóneo para argumentos.
— ¿Quieres que me vaya? —pregunté con temor a que su respuesta fuera afirmativa.
Se quedó un rato en silencio y no supe cómo interpretarlo. ¿Sería su respuesta muda un sí o un no?
—Has lo que quieras —masculló.
—Lo que quiero es quedarme contigo. Quiero que volvamos a ser felices…ya no quiero que pienses que soy una esposa cruel —le abrí mi corazón al responderle de esa forma.
Me miró a los ojos en silencio. Yo conocía aquella mirada, sus ojos gritaban que todavía me amaba aunque su boca se negara a decirlo.
Tomé la iniciativa de besarlo. Fui acercándome despacio, seduciéndolo sin prisas con toques sutiles en sus brazos hasta elevar mis manos a su nuca y con un suave movimiento acercar su boca a la mía. Cerró los ojos y respondió. Nos dimos un beso apasionado. La ventana nos quedaba de lado y por ella entraba una brisa nocturna que nos acariciaba el rostro. Ya no quería ser un pozo seco que no diera agua, quería que me bebiera y moría por beberlo.
Unimos nuestros cuerpos aun con vestiduras y el espacio que quedaba entre nosotros estaba ocupado por la pasión. Yo le pasaba ramalazos de mi lengua tibia que vencían su voluntad y sus manos de pronunciadas venas comenzaron a recorrer mi cuerpo.
Entonces me rodeó con sus brazos como queriendo fundir mi cuerpo en el suyo. Tiró de mí con fuerza y rozaba mi piel dejando un trazo de fuego por ella. Sus manos flotaban por mi espalda y las sentía calientes. Emití un sonido involuntario de placer al percibir como buscaba mi cuerpo para refugiarse en él. Ahora que ya soy una mujer y conozco los placeres del amor puedo vibrar sin miedo y dejarme envolver en su vorágine.
—Oh, me gusta —susurró complacido.
Comencé a despojarlo de sus ropas y él consentía gustoso. Sus dedos se perdieron en mis cabellos y me susurraba al oído las más bellas palabras de amor y deseo. Íbamos flotando en una nube de lujuria, en una fiesta de murmullos y gemidos.
De pronto se paralizó.
Me separó de su lado con brusquedad y se puso de pie en un parpadeo. Quedé asombrada ante su acto. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo pudo reaccionar así estando envueltos en medio de aquel momento de pasión?
—Si quieres visitar a mi madre en el hospital, la encuentras en el Centro Médico Del Norte, habitación 27 —dijo tajante y con eso dicho, abrió la puerta para irse. Estupefacta como estaba ante su súbito cambio intenté reaccionar y buscarle una explicación a su comportamiento.
— ¡Espera, no te vayas! —supliqué.
Se detuvo en seco, todavía con la puerta semiabierta y la mano sobre la manija. No respondió pero se quedó en silencio para escucharme.
— ¿Por qué me haces esto? —pregunté con un hijo de voz, conteniéndome para no llorar.
—Es bueno que sepas lo que se siente cuando a uno lo rechazan —respondió tajante y sin una pizca de vacilación.
No sé en qué parte de la casa durmió aquella noche pero no volvió a nuestra habitación. La noche entera me supo a lágrimas. En esta guerra de reconquista a mi marido, había sufrido mi primera derrota, había perdido la primera batalla.