La Esposa Cruel

Capítulo 35

Capítulo 35

 

Llegamos juntos al hospital y encontramos a Augusta en franca mejoría.

Me había informado sobre el proceso de convalecencia y sabía que aun para un paciente terminal puede haber días mejores, días en que incluso pareciera que ni siquiera existiera enfermedad alguna. Recuerdo haber visto tales días en mamá y aunque lo inevitable igual sucederá, son días de sosiego y alegría.

—Mírenla, ¿verdad que tiene mejor semblante? —fue el saludo que recibimos de la enfermera Gertrudis al vernos llegar mientras acomodaba sus almohadas y la cubría con la frazada.

Nos dio tanta alegría verla mejor que no respondimos sino con sonrisas. Era un momento de esos donde no hacían falta las palabras. Me pareció que cuando el día anterior Giancarlo le habló de que nos habíamos arreglado y que esperábamos un bebé fue lo que la hizo mejorar, porque la mente está muy ligada al cuerpo y una reacciona en consecuencia de la otra. Al menos, eso quise pensar. Sin embargo, aquello no era una total mentira. La noche anterior Giancarlo y yo habíamos puesto en marcha el plan del bebé. Con un poco de suerte se nos daría.

Gertrudis abandonó el cuarto para dejarnos a solas. Estuvimos hablando generalidades hasta que Giancarlo recibió una llamada del trabajo y se excusó para atenderla afuera. Augusta aprovechó que nos quedáramos a solas para hablarme de un tema que hasta entonces todavía no habíamos tocado: El paradero de mi padre.

—Acércate —me dijo en modo de secreto lo cual despertó mi curiosidad. Había recobrado fuerzas, no como la antigua Augusta pero cuando menos la suficiente para entablar conversación sin mayores esfuerzos.

Me senté sobre el borde de la cama y le presté toda mi atención.

—Quiero hablarte de tu padre, de Felipe…—.

—La escucho… —respondí intrigada, con la inmensa sensación de que al fin llegaría luz a esa parte oscura de mi vida. En especial pensaba en Rose porque yo conservaba al menos una imagen borrosa de mi padre pero ella no tenía nada.

Augusta se acomodó de manera que pudiera mirarme mejor a los ojos. Me creaba ansiedad la expectativa de lo que diría.

—Felipe desapareció de nuestras vidas y jamás volvimos a saber de él. Nuestros padres lo sufrieron muchísimo. Cortó sus lazos familiares y abandonó su trabajo como joyero en los negocios de Nueva York. Esa fue una de las razones por las cuales me mudé a vivir allá. Pasé una gran parte de mi vida en un avión, volando de allá para acá y dejando el cuidado de mi hijo en manos de su padre y Mamá Abuela. Así se me fueron los años y el tiempo pasa volando ¿lo sabes? Cuando vine a abrir los ojos, ya mi hijo era un hombre que atendía las tiendas junto a su padre —contó con amargura en su voz.

Yo escuchaba atenta, rogando que Giancarlo no regresara hasta que ella me hubiera terminado de decir lo que fuera que supiera de mi padre.

—Muchos años después, cuando ya murieron mis padres me di a la tarea de encontrarlo. Ya no movida por la pasión arrebatadora que nos unió sino porque aquello era una incógnita que necesitaba resolver. ¿Dónde estaría? ¿Qué fue lo que pasó que lo hizo abandonarlo todo? Era curioso, nadie desaparece así de la nada. Así que contraté una agencia de investigaciones. Al cabo de unos meses dieron con él…—.

Mi respiración se corta. Estoy a un paso de descubrir el misterio más grande de mi vida y el corazón me salta agitado en el pecho.

Augusta me hace acercarle un vaso de agua que tiene sobre la mesa aunque apenas moja sus labios. Da la impresión que necesita fuerzas para seguir o quizás intenta ganar tiempo para ordenar la manera en que me dirá lo siguiente.

—Cuando llegó el reporte de Felipe ya era muy tarde…había muerto.

Siento un ligero vahído. Había guardado la esperanza de encontrarlo, de verlo algún día aunque fuera de lejos. Ahora moría la ilusión de tenerlo de frente y decirle que era su hija, que lo comprendía, que lo perdonaba.

—Se había entregado a la bebida. El alcoholismo se apoderó de su vida quitándole el deseo de seguir adelante. Pasaba sus días de bar en bar, buscando solo como pagar el próximo trago. Un día, en un total estado de embriaguez cruzó una calle y encontró la muerte bajo las ruedas de un camión. El impacto fue tal que quedó irreconocible y no llevando identificación consigo ni nadie que lo reconociera, fue sepultado en anónimo —.

Augusta ha notado mi enorme pesar. No puedo evitar la congoja que saber esto me produce y posa su mano sobre la mía en señal de comprensión. Ella también se ha estremecido hasta las lágrimas.

—Cuando me enteré, ordené revisar hasta el último cementerio del país para encontrarlo. Hice que la agencia revisara cada archivo, cada carpeta, cada obituario, cada registro de muerte sucedida en aquellas fechas. Hasta que lo encontraron — afirmó.

— ¿De veras lo sabe? Por favor, dígame dónde está? —pregunté alterada, nerviosa intentando registrar toda la información que recibía de golpe.

—Tengo la dirección anotada en el primer cajón de la mesa. Ábrela…allí esta. Te la he escrito para vayas allí y puedas concederme una petición que quiero hacerte —.

Tomé el papel y lo leí. El lugar no era demasiado lejos de allí. Me propuse que sería lo primero que haría el siguiente día.

— ¿Qué petición? ¿Qué desea? —pregunté.

—Que cuando yo muera, entierren mi cuerpo con él —pidió con seguridad, como algo que había pensado de antemano y que convertía en su último deseo.

Aunque no me pareció un pedido descabellado, titubeé sobre si podría llevarlo a cabo. No tenía potestad para cumplirlo, yo no era su hija. Giancarlo tendría la última palabra.

Me sobresalté al escuchar la puerta abriéndose y ver a Giancarlo regresar. La petición quedó en el aire, flotando como una mariposa negra.

—Tu madre tiene algo que decirte…o más bien pedirte…—le dije en cuanto llegó.




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