CINCO AÑOS ATRÁS.
ANYA
El olor galletas recién preparadas inunda la cocina. Adoro la repostería y desde que tengo memoria estas cuatro paredes en la inmensa mansión de mis padres han sido mi único refugio.
—Otra vez cocinando —escucho la masculina voz que altera todos mis sentidos desde que tengo uso de razón—. O te estás escondiendo.
Elliot Ackerman, era cinco años mayor que yo, inteligente, era popular entre las mujeres y ya tenía un puesto importante en la empresa de su familia. Nuestras familias se unieron ante la amistad de mi abuelo y el suyo. Lo conocí cuando era una niña torpe y objeto de crítica, él era el único que se preocupaba por mí cuando escapaba a llorar porque mi propia sangre me dedicaba horribles comentarios.
Toma asiento en uno de los taburetes de la isla y no puedo evitar ponerme nerviosa, siempre ha sido así.
—Solo me apetecía un postre —miento con una jovial sonrisa.
La verdad es que mi madre me había reñido por lo mismo de siempre “¿Por qué no eres como Agnes y obtienes mejores notas? ¿Por qué no puedes hablar con los demás con Agnes? ¿Eres tan aburrida, para nada como Agnes?”. La respuesta es porque yo no soy Agnes y nunca lo seré, soy la hija menor destinada a ser el lamento de su madre.
—Agnes me dijo que has tenido problemas con tus clases en la universidad —dice compartiendo otro recordatorio de mi hermana.
—He tenido problemas con las clases relacionadas a leyes y cálculo —evidencio mi falta de vocación en la carrera. Estudio administración de empresas por orden de mi padre, sin embargo no ha habido una clase que disfrute en su totalidad.
—Yo te puedo ayudar —sugiere y mi corazón se acelera.
—Lo agradecería mucho ¿Cuándo? —. La idea de compartir tiempo a solas con Elliot me entusiasma.
—Que te parece…
—¡Elliot! —chilla Agnes entrando a la cocina, lugar que no frecuenta mucho, ya que no se le da bien —. Te he estado buscando en todos lados —se le cuelga del brazo y sonríe abiertamente capturando la atención del pelinegro.
—Estaba aquí con Anya.
—¿Qué hacían aquí los dos solos? —pregunta arqueando una de sus perfiladas cejas.
—Nada, solo platicar sobre la universidad —contesta Elliot.
—Dijo que me ayudaría con la clase de cálculo —añado inocentemente. Mi hermana es un tema un poco complicado, no puedo detestarla, ella simplemente es de esa forma, resalta a donde va.
—Hermanita eres lo suficientemente inteligente para ingeniártelas, a mí nadie me ayudo en mis clases —declara altiva y toma su mano—. Tú puedes hacerte cargo de ello Anya, además Elliot está muy ocupado ayudándome a mí.
—¿Con qué? —cuestiono.
—Debo escoger el vestido para mi graduación, mamá y Elliot me ayudarán. Nos vemos —dice arrastrándolo entre risas. Vuelvo a quedarme sola en la cocina y me deshago de los malos pensamientos.
Ella sabe que mamá y yo tenemos roces, por eso no me pidió ir con ellos.
—Pero que olor tan fantástico —volteo y corro para recibir al señor con olor a pipa que entra con una gigantesca sonrisa.
—Hola, abuelo ¿Qué te trae por aquí?
—Necesito un motivo para ver como mi dulce nieta prepara un dulce —. Solo puedo reír genuinamente con él, Octavio Martins, nunca tuvo preferencias y siempre nos quiso a las dos por igual.
—Tú serás el primer en probarlas
—¿Le harías ese honor a este vejestorio? —sonrío. Cuando las galletas están listas las saco del horno para que se enfríen un poco.
—¿Quieres café o té? —le pregunto, pero el abuelo Octavio parece estar muy pensativo.
—Té cariño
Lo preparo y le sirvo unas galletas. Ambos las degustamos y él hace un sonido de aprobación que me llena el pecho de orgullo.
—Has estado muy pensativo últimamente
—Siempre has sido muy observadora Anya —resalta—. Tienes razón, he estado pensando en el futuro.
—¿El futuro? Tienes nuevos planes para la empresa.
—Hablo del futuro de los Martins —declara dejándome con una extraña sensación—. Yo soy un humano y no estaré aquí para siempre, no me puedes culpar por pensar en lo que sucederá con tus padres y ustedes dos.
—Estaremos bien —tomo su mano —. Papá sabe manejar la empresa y Agnes, tú la conoces, ella estará bien.
—¿Y tú? ¿Eres feliz Anya?
—Lo soy.
Trago duro la amarga verdad. Me niego a causarle más preocupaciones así que asiento con una sonrisa jovial. Parece aceptarlo y termina de comer sus galletas.
—Creo que este dinosaurio tomara una siesta —dice levantándose con cuidado del taburete.
—Que dices, yo te veo de quince.
—Pequeña mentirosa —me abraza, sin embargo, esta vez es más largo y algo me dice que significativo—. Dile al dolor de huesos de tu padre que despertaré hasta la cena.
—Yo le digo.
Una vez sola me dedico a limpiar todo para que no tenga que hacerlo el personal de la cocina. Me dirijo a otro de mis escondites y tomo un libro de la biblioteca para tomar asiento en un rincón.