La Esposa Sustituta

Capítulo 5: Un peón.

ANYA
CINCO AÑOS ATRÁS

La ceremonia termina y debido a que la unión fue bastante rápida no tendremos recepción. Mis pertenencias ya se encuentran en su casa, me remuevo un poco nerviosa, ya que todavía me genera desconcierto lo que podría suceder esta noche.

¿Han visto en las películas románticas como el hombre carga a su amada por la entrada de su nuevo hogar? Bien, ahora comprendo por qué le llaman fantasía. Elliot baja del auto sin esperarme, hago maniobras para bajar con mi vestido. Ya había visitado su casa varias veces, cuando la adquirió hizo una pequeña reunión en la cual no podía faltar.

Una señora robusta con uniforme se acerca para susurrarle algo a Elliot, este asiente y empieza a revisar una serie de cartas que ella le había entregado.

—Hola, mi nombre es Anya —saludo y la señora extiende su mano.

—Mi nombre es Lucy —se presenta—. Bienvenida.

Sin previo aviso Elliot emprende viaje a las escaleras para perderse en el corredor. Escucho el estruendo de una puerta ser cerrada.

—Desde que ambas empresas se unieron el señor ha estado bastante estresado —revela Lucy con algo de pena—. Usted debe estar algo cansada, así que permítame llevarle a su habitación.

Subimos juntas y Lucy me guía hasta llegar a unas puertas dobles blancas. La habitación es gigante y pulcra, la cama es amplia y en ese instante recuerdo lo que tanto se menciona sobre la primera noche de matrimonio.

—Si necesita algo, no dude en avisarme —añade cordial antes de retirarse.

De reojo veo el bolso que se supone contiene lo necesario para mi primera noche. Mis dedos revisan con delicadeza el conjunto de lencería que debo utilizar. Aprovecho que Elliot demora, me doy un largo baño y afeito lo necesario.

Me coloco la lencería y detallo por un breve momento en mi reflejo. Me agrada mucho la vista y espero que él también la disfrute. Mi cabeza no tarda en crear escenarios que aumentan la temperatura de mi cuerpo y las ansias por tenerlo junto a mi en ese acto tan especial.

Decido calmarme y busco un lugar en la cama. Mientras espero imagino en lo que será mi vida los próximos años como su esposa. Elliot siempre ha sido detallista conmigo y jovial, fue un gran apoyo y consejero cuando alcanzo la adultez antes que yo.

Haberme casado con él es como un sueño hecho realidad.

Las múltiples emociones de ese día y el cansancio empiezan a cobrar factura y no tardo en quedarme dormida.

Al despertar a la mañana siguiente descubro que el otro lado de la cama está intacto. No hay rastro de Elliot por ningún lado. Busco una bata con la cual cubrirme. Recorro los pasillos hasta llegar a su estudio; vacío.

—Señora ya se ha despertado —dice Lucy asustándome.

—¿En dónde esta Elliot?

—El señor Ackerman se fue temprano esta mañana, parece que hubo una emergencia en la empresa —explica.

Está muy ocupado, todo es reciente, seguramente está agobiado por el papeleo y las reuniones.

—Gracias Lucy

—Por cierto, el desayuno está servido —avisa.

—¿Y él almuerza? —recuerdo—. Elliot almuerza aquí ¿no es así?

—En las últimas semanas no señora, pero a la hora de la cena siempre está presente.

Se me ocurre una idea y le explico a Lucy lo que pretendo durante el desayuno. El resto del día me la paso desempacando y doy pequeños saltos de felicidad al ver mi ropa junto a la de Elliot en el armario.

El sol se esconde dándole paso a la noche, me apresuro a terminar de arreglar el comedor y vestirme.

Espero pacientemente hasta que escucho su auto. Reviso que todo esté en orden y es Lucy quien lo recibe.

—¡Sorpresa! —exclamo cuando llega al comedor—. Sé que ha sido muy difícil para ti y ayer estabas agotado. Pensé que podríamos ponernos al día mientras cenamos, prepare tus platos favoritos —expongo entusiasmada.

Espero palabras dulces, su habitual sonrisa o un agradecimiento, en su lugar Elliot termina halándome del brazo sin cuidado alguno.

—Lucy recoge esto —dictamina Elliot en un tono frío que jamás había escuchado.

—¿Elliot que te sucede? —pregunto mientras me arrastra por los pasillos de la casa —. ¿Estás bien?

Avanza dándome la espalda. Me siento fatal e intento recordar algún momento en la celebración o previo que me explique el motivo de su actitud. Le di espacio, pero no parece haber cambiado nada en absoluto.

—¿Elliot hice algo mal?

Me ignora y revuelve unos documentos en su escritorio. Toma un sobre manila y me lo pasa casi empujándome. Mi corazón se estruja con el silencio, su indiferencia y este trato.

¿Qué está sucediendo?

—Lee ese testamento detenidamente Ana —ordena mirándome con desprecio —. Tú deber únicamente es cumplir con los puntos señalados en el documento por cinco años, luego tendré mi liberación —dice enfatizando esta última palabra como si esta unión le pareciese un infierno.

—¿Qué cosas dices Elliot? —digo con la voz quebrada. Impulsadas por sus palabras las lágrimas corren por mis mejillas —. Pensé que nos llevábamos bien, que no sería problema y que con el tiempo…




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