ELLIOT
Mi teléfono vibraba incesantemente dentro de mi chaqueta. Hastiado lo pongo en silencio e ignoro la decena de mensajes que Agnes me ha dejado desde ayer en la noche. Mi pierna tiembla inquieta y volteo a ver a la secretaria que me dedica una mirada molesta por alterar la paz del despacho.
—¿Cuándo vendrá el abogado Winston? —inquiero cansado de esperar.
—El horario de entrada del abogado, como se le comunicó ayer por la noche, es a las nueve de la mañana —asevera sin temor alguno. El anciano ese se consiguió una buena secretaria, lista para cualquier adversidad.
Reviso mi reloj y quedan cinco minutos. ¿Dónde carajos esta?
Me levanto y camino cuál animal enjaulado. Justo ahora el berrinche de Anya me está saliendo bastante caro. Froto mi rostro lleno de incredulidad e indignación.
Pienso en ella y lo que solíamos ser, era extremadamente dulce y atenta, aun después de todos estos años lo seguía siendo, aún con mi desprecio por hacer que su hermana huyera.
Ella siempre ha tenido ese tonto enamoramiento por mí, así que esta solicitud de divorcio es completamente incoherente. Algo debe estar sucediendo.
—Buenos días, señor Winston —saluda su secretaria y el rostro del hombre se llena de decepción al percibir mi presencia —¿Quiere que le traiga algo?
—Nada —interrumpo agotado de tanto parloteo—. El señor Winston y yo tenemos asuntos pendientes.
—Está bien Jane —le dice el señor—. Esto será rápido.
Ella me reta con la mirada por haber alterado su impoluta agenda. Winston pasa delante y lo sigo hasta su oficina que parece salida de una novela del siglo pasado.
—Por las treinta y dos llamadas perdidas en mi teléfono durante el fin de semana asumo que el motivo por el cual estas aquí es…
—¡¿Perdió la maldita cabeza?! —bramo—. ¡¿Cómo puede dejar que haga esto?!
—No es tan difícil considerando que ella ha esperado por esto desde hace un buen rato —revela—. Me sorprendió que ella te haya aguantado durante todo este tiempo. Y no me mires sorprendido niño, solo un estúpido se tragaría el cuento de que ustedes son un matrimonio funcional.
No estoy aquí para ser juzgado por este señor respecto a cosas sobre las que aparentemente no sabe nada.
—¿Qué le dijo? —farfullo—. ¿Le dio un motivo especifico?
—No, aunque puede que yo haya insistido en arruinarte valiéndose de la clausula de adulterio —revela y pone a hervir mi sangre.
—Así que todo esto es un cuadro de celos —me burlo—. Ella quiere arruinarnos por que tiene envidia de su hermana.
—Así que esta es la cara del gran Elliot Ackerman —se burla—. Amigo mío, que gigantesco error cometiste —dice simulando ver al cielo. Ahora resulta que habla con el viejo Martins, el responsable de todo esto.
—No estoy para juegos.
—Yo tampoco, por eso este es el divorcio que más me complacerá llevar a cabo —se jacta haciéndome perder la paciencia.
Saca los documentos de su escritorio y los deja enfrente de mí con un bolígrafo de plata en conjunto. Procuro disimular la avasallante sensación de molestia cuando distingo la firma de Anya en este.
Esperaba que esto solo fuera una perdida de tiempo, una amenaza, pero su distintiva marcada representa un golpe.
—Está loco si piensa que firmare eso —asevero—. Si se preocupa por ella no debió dejarla hacer esto, ella misma se está condenando a la ruina también. ¿Qué hará sin ese fideicomiso?
—Dinero, dinero, dinero —canturrea—. Ya veo porque creas tan buen dúo con la otra.
—No hables de ella de esa forma.
—Si es el dinero lo que te preocupa Elliot déjame decirte que conservaras la presidencia de la empresa y sobre el fideicomiso de ella, seguramente fue liberado hace seis meses —explica.
—Es imposible, en el testamento está establecido que debemos completar los cinco años —le recuerdo ofendido—. ¡Ustedes quieren tenderme una trampa!
—No una trampa, pero si aplicar una cláusula —especifica sacando otro conjunto de documentos.
—Realmente son buenos inventando ¿Ella te pidió confabular en esto? —digo sin tocar los papeles.
—Ella pudo haberte dejado hace seis meses Elliot y aun así no lo hizo —revela antes de tomar asiento en su mullida silla—. Pero tú y yo somos conscientes de lo que hiciste para que ella no quiera verte la cara o saber más de ti.
—No quiero tus sermones. Déjate de juegos y habla de una vez ¿Qué hay en ese documento? —me desespero.
—Tienes razón, ya estoy empezando a comprenderla —. Gruño hastiado por esta situación. Por supuesto que tendría al anciano de su parte—. El testamento dice que su matrimonio debe durar cinco años de lo contrario se les serán removidos tu puesto de presidencia y su fideicomiso, pero hay algo que se lo hice saber a Anya a inicio de año con intenciones de que ella compartiera contigo.
—Había una cláusula, sigue.
—Esta dicta que si para el quinto año ustedes no han concebido un primogénito, pueden rescindir del matrimonio y solicitar el divorcio sin perder lo que les corresponde.