ANYA
—Salvatore Ferrero, para servirle.
Mi amiga toma encantada su mano, hasta que es mi turno descubro que me he quedado viéndole más de la cuenta. Cuando nuestras manos hacen contacto siento una potente descarga recorrer mi cuerpo. El saludo se extiende de tal forma que al separarnos siento una extraña sensación de ausencia.
—¿Entramos? —sugiere con voz cautivadora. Intimidada por su mirada asiento y él con un gesto le indica a un hombre trajeado que abra el local.
—Anya es justamente como lo imaginamos —murmura Meli asombrada por las buenas condiciones y estructura del local. No será una repostería más, este será un rincón acogedor en la ciudad.
—Lo sé —respondo abrumada y me emociono al notar que las vidrieras siguen intactas. Los colores crean hermosas tonalidades en el sitio simulando que hay magia en el lugar.
—¿Qué te parece? —cuestiona con voz grave, siento su respiración en mi cuello y volteo para buscar auxilio en Meli, pero esta parece haber desaparecido en la cocina.
—Estamos bastante interesadas —digo con disimulo, ya que tenemos un objetivo y es conseguir que disminuya el precio un poco. No puede ver que estamos desesperadas.
—Te aseguro que tu negocio tendrá éxito en esta ubicación, soy dueño de la mayor parte de los edificios en esta calle y los ingresos son bastante satisfactorios —explica sin parecer presumido.
Por otro lado, yo me quedo helada al escucharlo hablar. Mi familia tiene dinero, pero toda una hilera de edificios es otro nivel. Hablamos de miles de millones considerando el vecindario.
—Se nota que es un buen administrador ¿Usted mismo atiende a todos sus clientes?
—Solo a los importantes —contesta con una sonrisa ladina.
Me volteo y finjo observar otros detalles para que no perciba el rubor en mis mejillas. Ahora no llevo maquillaje que me socorra. Cada vez me siento más temerosa de preguntarle por una posible rebaja. Quedaremos como unas miserables.
—¡Anya, ven a ver esto! —llama Meli desde la cocina para mi suerte —. Mira esta todo montado solo para colocar los hornos y las mesas. ¡Es perfecto!
—Ahora si pienso que esto será imposible —susurro—. Es demasiado dinero, tendremos que buscar otras opciones.
—¿Estás loca? —se mueve a un extremo donde irían las mesas de decoración—. Cariño, si me veo aquí preparando los mejores glaseados y decorando pasteles. ¡Venga Anya!
—No lo sé Meli, él es dueño de casi toda la calle. Este sitio no parece estar abierto a negociaciones —contesto desilusionada
—Hemos venido hasta aquí y ya viste el lugar, nada cuesta intentarlo —intenta motivarme.
—¿Qué le dirás?
—Yo nada —responde tomando de los hombros—. Tú lo harás.
—¡¿Qué?! —exclamo—¿Quieres que lo haga sola?
—Sí, ya es momento que le demuestres al mundo lo que puedes hacer por tu cuenta —indica con voz firme —. Además ese hombre te ha estado comiendo con la mirada desde que llegamos, sonríele un poco y podremos conseguirlo.
—No voy a coquetearle para conseguir una rebaja.
—¿Quién dijo que harías eso? —cuestiona ofendida—. Le coquetearás para que así puedas cumplir tu sueño finalmente.
Ese local era perfecto. Me negaba a imaginarnos en otro sitio y si Salvatore dice la verdad gozaríamos de excelentes beneficios económicos.
—¿Qué tal si esta demente y quiere algo más? —pregunto ofuscada—. Sabes que después de todo lo que he pasado, no estoy dispuesta a prestarme para esa clase de situaciones.
—Si lo hace me avisas que yo misma le doy una paliza —refuta con gesto serio—. Pero mientras ve y bate esas pestañas, que nada perdemos…
—Nada perdemos intentando —termino por ella y ruedo mis ojos.
Antes de regresar respiro profundo y arreglo cualquier desvío en mi ropa. Procuro que coquetearle se mantenga fuera de mis opciones, lo conseguiré con dignidad y sin tratos sucios. Ya tuve suficiente de estos.
—Señor Ferrero —vuelvo enfrente y él aparta la vista de su teléfono. Parece que algo le molestaba, sin embargo, al verme su expresión cambia por completo.
—Puedes llamarme Salvatore —aclara con una sonrisa que me hace hiperventilar. Debe ser normal para él tener este efecto en las mujeres, pero yo estoy en un momento difícil así que no hay espacio para ridículos coqueteos —¿Todo bien con el lugar?
—Sí, está en muy buen estado y tiene bastantes facilidades para lo que planeamos hacer —contesto y siento que los nervios quieren traicionarme, ya que aparece esa molesta comezón de siempre.
—Entonces lo tomaras.
—Solo hay un detalle —pienso bien en mis palabras y decido confrontarlo centrándome en el despampanante verde de sus ojos —. Quería discutir sobre el precio.
Estoy preparada a negociar cuando percibo que su postura demuestra con seriedad e interés. Todavía me pregunto que hace un hombre de este calibre aquí.
—Estamos abiertas a ofrecer cierta cantidad…
—¿Cuánto? —interrumpe súbitamente.